A veces no es fácil recorrer las páginas hacia atrás y recordar cosas que decíamos ayer. Aunque haga apenas dos meses, que es verdad que, en este caso, parecen ya dos lustros. Un profuso estudio del Instituto de Salud Carlos III, del que se hacia eco ayer El País, revela que el virus lleva con nosotros desde mediados de febrero, y había entrado en España por 15 vías distintas. Si atendemos a mucho de lo que escuchamos y leemos estos días, parece que ya entonces teníamos infinidad de expertos y observadores responsables que lo sabían perfectamente. Que lo habían documentado y que avisaban de lo que en este país se debería haber hecho -sí o sí- para no vernos en la situación en la que llevamos ya más de cuarenta días, por no referir las dolorosas cifras que todos conocemos y de las que estamos al día.
Lo que pasa es que no lo encontramos. Aparte de que la memoria nos falle, que puede ser normal, es que no somos capaces de identificar aquellos sabios y certeros vaticinios. Si buceamos en las publicaciones de aquellos días, encontramos cosas, pero no exactamente las que buscamos. Si tiramos de expertos, por entonces los medios recurrían frecuentemente una española en un puesto de relevancia, María Neira, directora de Salud Pública de la OMS. Con voz dulce y serena, nos confortaba, asegurando que la epidemia era controlable. En una entrevista en ABC, manifestaba que “lo que más preocupa ahora mismo son las reacciones desproporcionadas y el caos que se está empezando a generar”, y remataba: “entre todos, vamos a tener que rebajar este suflé”. Esta fue una de sus muchas apariciones durante aquellos días, como esta otra intervención en RTVE, en tono tranquilizador: el 98% de los casos seguían concentrados en China. No había una extensión muy rápida.
Mucho más audaz era el responsable de Medicina Preventiva del hospital Clínic de Barcelona, que denunciaba en La Voz de Galicia la “histeria injustificada” ante una infección que se acabaría controlando. “… con el coronavirus se están montando unas bolas espectaculares”, aseguraba, y hasta se mofaba del origen presuntamente animal del virus: “mira que si se descubre que el percebe es el huésped del coronavirus, la que se iba a liar en Galicia”. La del pulpo fue la que le cayó al ‘doctor milagro’ valenciano Pedro Cavadas, quien advirtió en el programa Espejo Público de que esto “no iba en broma” ni era una estrategia comercial para vender mascarillas. Expertos médicos salieron a criticarle que su “valoración personal” podía llevar a “ideas erróneas sobre la pandemia”. Que él era una eminencia en cirugía, pero a quien había que hacer caso era a las voces autorizadas en el mundo de la microbiología, la virología o la epidemiología, aparte de los expertos en Salud Pública. Del 11 de febrero era esta información de El País, que ahora nos parece tan ingenua: “La OMS declara al coronavirus, que suma 1.000 muertos en China, ‘enemigo público número uno del mundo’”. Y tan lejana. Ciertamente, lo que a muchos nos impactaba de las noticias que recibíamos, era que los chinos fueran capaces de levantar dos grandes hospitales en diez días.
Pero sí hay un momento concreto en el que el asunto nos interesó en España, y la potencial crisis saltó a primera plana. Fue cuando, el 12 de febrero, la organización del World Mobile Congress decidió cancelar la edición de 2020, después del aluvión de cancelaciones anunciadas por grandes compañías del sector, recelosas ante las noticias que venían de China. Fue portada de casi todos los diarios el jueves 13, y se mantuvo con intensidad atenuada durante los siguientes días. Pero las informaciones y opiniones de esos días aludían en general al impacto económico que dicha cancelación suponía para Barcelona, a cómo se iban a gestionar las indemnizaciones o a los motivos de esa drástica decisión, que en términos de salud se consideraban infundados, y así lo manifestaban el Gobierno, la oposición, los editoriales de todos los medios y hasta la propia OMS.
En concreto, la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, declaró que la cancelación “no es por ninguna alerta sanitaria en nuestro país, que estamos en una situación de respuesta muy buena». Y el líder de la oposición, Pablo Casado, manifestó en su cuenta de Twitter que «La anulación del #MobileWorldCongress2020 es una mala noticia para Barcelona y el resto de España. Mi apoyo a una ciudad que sufre la deriva independentista y ahora este grave perjuicio económico. Espero que sigamos contando con este evento y el Gobierno sea capaz de mantenerlo». Si, no faltó quien aludió también a la situación política en Cataluña o a las intenciones del Gobierno de aplicar la llamada tasa Google a algunas compañías tecnológicas. Pero, sobre todo, la deserción de compañías, que fue lo que determinó la suspensión del evento, fue achacada a cuestiones de reputación, a no arriesgarse a tener que reportar algún contagio entre sus empleados y que ello perjudicara a su imagen. La Vanguardia y El Periódico mantuvieron la cobertura durante algunos días más, pero en sus informaciones el sujeto siempre era el Mobile, mientras que la epidemia no pasaba de un lejano elemento circunstancial.
En los días inmediatamente siguientes, la única información a primera plana que encontramos sobre el virus es la de La Vanguardia, el lunes 17, informando de que “China conocía la gravedad del virus 15 días antes de hacerlo público”. Por lo demás, la encendida actualidad mediática giraba en torno a la reunión que mantuvieron Sánchez y Casado, la política agraria ante los recortes de la UE, la insistente alusión a Venezuela en la política española, la inminente constitución de la mesa de negociación en Cataluña, movimientos ante las elecciones vascas y gallegas, las negociaciones entre PP y Ciudadanos, entre otros temas… Esto es, las cosas con las que nos distraíamos en el día a día, mientras la vida pasaba y el peligro se antojaba remoto.
Ya que hemos bordeado la esfera política, merece la pena también evocar algunas declaraciones de aquellos días. El portavoz oficial en la lucha contra la crisis sanitaria, Pablo Simón, declaraba el 24 de febrero en una entrevista en el Heraldo, y consta que en más foros, que “no hay razón para alarmarse con el coronavirus”. Muy en línea con el director general de la OMS, Tedros Adhanom, quien ese mismo día se manifestaba preocupado por el repunte de casos fuera de China, pero aseguraba que “por el momento, no estamos presenciando la propagación mundial incontenible de este virus, y no estamos presenciando una enfermedad grave o muertes a gran escala”. El 21, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, había destacado “el extraordinario” sistema sanitario español, que “está controlando la enfermedad desde un punto de vista científico y también desde el de la comunicación”.
El día 25, según informaba Europa Press, los grupos parlamentarios del Congreso llamaban a la prudencia. La portavoz socialista, Adriana Lastra, afirmaba que “no hay alarma, pero sí estamos en alerta”. El de Unidas Podemos, Pablo Echenique, celebraba que los profesionales y los medios de comunicación estuvieran trabajando en “no amplificar una alarma” para la que “no hay base”. El PP indicó que no entraba en el juego del “alarmismo” y que el país estaba en un “punto de equilibrio” de “acción, de prevención y de respeto a los protocolos establecidos”. Y el portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, aseguraba que este asunto no se debía ceñir a intereses partidistas y que prefería “desear que el Gobierno lo haga bien”, aun reconociendo tener sus “reservas” sobre algunos aspectos. Eso sí, su presidente, Santiago Abascal, se quejaba en Twitter de que “están tan empeñados en derribar fronteras que ni siquiera se ponen medidas mínimas que dicta el sentido común. Hay que tomar medidas urgentes para controlar a los viajeros procedentes de zonas de riesgo”. (aquí, como es de rigor, la información completa de Europa Press). Por cierto, mientras esto denunciaba el líder de Vox, su portavoz en el Ayuntamiento de Madrid se encontraba de viaje en Milán, donde ya la crisis se hacía patente y las autoridades estaban empezando a tomar medidas.
Era justo cuando se constituía la Comisión Interministerial sobre el Coronavirus, antesala del comité de crisis que se crearía después y tenemos hoy. Al día siguiente, 26 de febrero, se produce la primera mención conocida de Pablo Casado al virus. Fue cuando criticó la presencia del ministro de Sanidad, Salvador Illa, en la mesa de negociación con las fuerzas políticas del “procés”, argumentando que acudía a «negociar con el virus independentista en lugar de poner medidas para paliar los efectos del coronavirus». Pero, una vez más, el objeto de la crítica eran los tratos del Gobierno con el independentismo, mientras que la epidemia permanecía en segundo plano, digamos como recurso retórico. Ese mismo día, se conocía en España el primer caso de contagio local. Justo en esas fechas, la OMS eleva el riesgo de expansión a “muy alto” -había 4.351 casos fuera de China, en 49 países, y 67 muertos. Pero no declara todavía la pandemia, ya que «todavía no vemos evidencia de que el virus se esté propagando libremente en las comunidades». Tampoco considera necesaria la restricción de movimiento de personas ni mercancías.
También podemos buscar reacciones internacionales de esos días. «La propagación del nuevo coronavirus en Italia y Europa es motivo de preocupación pero no de pánico», señalaba la comisaria de Sanidad de la Comisión Europea, Stella Kyriakides, el 28 de febrero, en una rueda de prensa en Roma. En ese mismo marco, el director de Europa de la Organización Mundial de la Salud, Hans Kluge, recordaba que sólo el 3% de los contagios se daban fuera de China, y añadía: «Tenemos que guiarnos por el principio de proporcionalidad: observar la situación y tomar medidas en consecuencia. La mortalidad del virus ronda el 2% y afecta sobre todo a personas mayores con otras enfermedades. Hay que informarse a través de fuentes fiables y evitar discriminaciones». Por cierto, es verdad, por entonces todavía decíamos que la gente moría “con coronavirus”, y no “de coronavirus”.
Hasta el 17 de marzo, las únicas medidas de choque en Reino Unido fueron lavarse las manos, quedarse siete días en casa si se notaban síntomas y que los mayores de 70 años no se embarcaran en cruceros. El 3 de marzo, declaraba Boris Johnson que «estuve en un hospital con varios pacientes con coronavirus anoche. Les di la mano y les seguiré dando la mano”.
La que se libró de caer en cualquier renuncio fue la canciller alemana, Angela Merkel, que evitó pronunciarse expresamente sobre el asunto hasta el 11 de marzo, cuando ya la situación era muy seria en Italia o España, y la OMS al fin decretó el estado de pandemia. Y fue para decir que “si el virus está ahí afuera, la población no tiene inmunidad al virus, y todavía no hay terapias ni vacuna, entonces entre el 60-70% de la población podría infectarse”. Sin duda, la más astuta entre los grandes mandatarios mundiales. Y mientras, Alemania había vetado la venta de suministros médicos a Italia.
Porque nos falta, claro, Donald Trump, quien, por ejemplo, el 26 de febrero, dijo: “Gracias a todo lo que hemos hecho, el riesgo para el pueblo americano continúa siendo muy bajo». «Los 15 casos que hay ahora van a bajar en unos pocos días a cerca de cero». «Muy pronto serán cinco personas y podrían ser una o dos en muy poco tiempo».
Pero, en fin, tanto citar a otros, y también podría uno citarse a sí mismo, que, sin ser experto en nada, sí veía lo que se cocía por ahí. El 8 de febrero, escribía que “en torno a una enfermedad que a esta hora afecta a casi 35.000 personas en un país de 1.300 millones de habitantes, con unos 300 casos en otros 27 países, ocasionado más de 700 muertes -2.400 han sido dados de alta-, tenemos planteada una crisis de dimensiones mundiales”. Y, entre otras catástrofes humanitarias, comparaba estos efectos con los del síndrome tóxico en la España de 1981. Y el 29 de febrero, con el caldo ya más cultivada y la alarma más avanzaba, me adornaba con “Si lamentablemente contables suelen ser las víctimas de cualquier epidemia o catástrofe natural, tristemente incontables pueden ser las que depara la ignorancia. Y la peor y más contagiosa de las ignorancias es la que tiene su origen en un virus volante, debidamente cultivado y estratégicamente expandido. Que no sabemos todavía si será el caso, pero, por ahora, dejémoslo en torpemente esparcido”. Sí, llevo 42 días tragándomelo.
Porque los días pasaron, los acontecimientos y los datos se precipitaron. En menos dos semanas, entre el 1 y el 13 de marzo, derivamos hasta la situación que tenemos hoy en España y en más de medio mundo. Emergieron entonces los expertos retroactivos. De las piedras salieron epidemiólogos de cabecera, virólogos de tertulia, apocalípticos henchidos y hasta borrachos de razón. Profesionales acreditados en la contención de pandemias globales o caseras, encantadores de bolsas y mercados internacionales, opinadores incontinentes del “yo no soy experto, pero…”. Y, cómo no, políticos, analistas, columnistas o editorialistas absolutamente diestros en el arte del “ya lo decíamos”. Profetas del pasado y visionarios en diferido, quinielistas infalibles de los lunes… Pero lo siento, por más que he buscado, no los he encontrado. No he sabido de ellos en los idus de febrero, sólo ya en los de marzo.
El 22 de marzo, ya en pleno confinamiento y con las cifras diarias helándonos el corazón, The New York Times publicaba esta impagable infografía, que complementa muy bien la información de El País referida al principio. Explica de forma gráfica, fácil y rotunda, lo que había, lo que estaba pasando, mientras todos hablamos, decíamos otras cosas…
Pero siempre nos quedará aprender, aunque nunca aprendamos…
Gran trabajo, amigo. Y sí, muchos nos hemos tragado también nuestras palabras.