Y quedaba el último enigma. Ingenuos somos, eso digámoslo de entrada. Para nada conspiradores. Todo lo más, un poco paranoicos, pero sólo a ratos, cuando nos la ponen botando. El caso es que esta historia nos tiene intrigados. Por navidades llega a casa todos los años un calendario. A ver, llegan varios, como supongo en todas las casas. Pero al que voy, este es de un restaurante chino que frecuenta mi familia. De tela, muy cuco y bien acabado, siempre con una colorida ilustración. Muy práctico porque es como una esterilla que se despliega y encaja en cualquier estrecha parcela de la ocupada pared de mi habitación. Cuando llegó puntual este año, me lo quedé mirando. Qué raro, pensé. Era Navidad, ya digo, finales de diciembre.
Empezaba extraño el año bisiesto, con cierto estrés añadido a los habituales, una angustia que se había anunciado en vísperas de las fiestas, dignamente las habíamos recorrido con ella dentro y seguía apalancada, sin avanzar ni retroceder. Por lo demás, la vida tenía que seguir y el trabajo tirar de ella, aunque fuera para distraerla. Enero debía venir con su habitual efecto ventanas abiertas para que entrara la corriente a llevarse los influjos dudosos, los efluvios espesos, y dejar sólo las sanas intenciones. Solo que esta vez el aire parecía no correr. Arrancaba turbio este 2020. Costaba meter la primera marcha.
Y ya no sigo contando el año. Para qué vamos a narrar lo que todos hemos vivido de forma parecida, más dramática, más resignada o más inquietante. Cada uno tiene su relato, y aquí queda esta colección de Estados de cuarenquema, que no son más que eso, estados en los que nos encontrábamos y como podíamos los íbamos reflejando. Pero sólo nos quedaba contar una cosa. El misterio que ha presidido todos estos días. Un día de ese enero, ya con ciertas lejanas noticias flotando, miré el calendario. Eso no era un tigre ni un dragón ni una serpiente… en fin, los dibujos típicos según el año chino que tocara. Muy extraño…
Empezaban, ya saben, a llegar informaciones, opiniones, predicciones… Por supuesto, especulaciones, aventuradas unas, interesadas otras; faltaría más, bulos bien aderezados de similitud, listos para consumir; declaraciones de expertos, y expertos en declarar lo que haga falta. Entre las cosas que decíamos, se leía lo de “histeria injustificada”, “ideas erróneas sobre la pandemia” o “rebajar este suflé”. Pero mientras el virus parecía seguir en China, el del miedo avanzaba y conquistaba el mundo. Sí, estamos en el año de la rata, pero tampoco eso parecía…
Cuando ya la realidad se nos cayó encima, se pararon las miradas y las perspectivas. Instintivamente, dimos en buscarnos hacia atrás. Dónde habíamos estado, con quién nos habíamos visto, cuánta gente había en esa exposición, en esa reunión, en aquel garito clandestino… Pero quedaba lo que venía por delante. Todas las noticias, todas las alarmas, las esperanzas, las frustraciones, las ansiedades… Todo lo que iba ocurriendo, lo que nos contaban, los que llegaba por redes y pantallas, todo lo que alteraba el ánimo o ciertamente lo sacudía. Y absolutamente todo derivaba en una incrédula mirada a mi izquierda, según escribo. ¿Pero qué es, qué quiere decir…? ¿Y el detalle abajo a la derecha…?
Ahora ya parece que salimos de todo esto, al menos de momento. Esta serie de artículos se termina, hasta nueva necesidad. La pandemia remite en Europa, da tregua en España, pero no hace más que crecer en el conjunto del mundo, no hay más que echar un vistazo a la pestaña de casos diarios en la famosa web de la Johns Hopkins. Eso sí, ya vamos a los bares, tenemos fútbol, reanudamos la vida social, pronto saldremos de noche también en Madrid, contemplamos algún viaje… Y, sin embargo, no puedo evitar que se me sigan yendo los ojos al dichoso calendario chino. Que se regalaba en diciembre, a saber cuándo lo habían fabricado, dónde…
Yo no digo nada. No lo sé, I don’t know, je ne sais pas, Ich weiß nicht…