John Lennon, ese «populista»

Si John Lennon viviera para expresarse hoy, con sus letras y sus mensajes, su actitud y su postura ante la vida, recibiría muy posiblemente el calificativo de “populista”. Es lo que tienen ciertas opiniones hoy llamadas “buenistas”, como cuando hablas de revolución, de cambiar algo, de dar una oportunidad a la paz o denuncias que el amor se hace escondidas y sin embargo la violencia se practica a plena luz del día. Si hoy hubiera dicho que “sólo existe un Dios, y ése no se enriquece como los curas charlatanes”, ya le hubieran dedicado artículos y editoriales incendiarios, hasta quién sabe si le habrían acusado de yihadista o algo parecido. Como se casó en Gibraltar, habría escenificado su “odio a España”. Como propuso imaginar un mundo sin naciones ni posesiones, le tacharían de “antisistema”. Una amenaza para nuestra estabilidad social y democrática. Ojo, ya lo pensaron muchos entonces. Pero aquellos pensamientos cobran nuevo furor.

Los años de The Beatles se vivieron en España de perfil, oficialmente ajena a la ola que cambiaba el mundo, y sólo algunos “raros” y extravagantes se enteraron de lo que pasaba ahí fuera. Cuando vinieron a actuar a Madrid y Barcelona, en 1965, la prensa informó en páginas y espacios residuales, y la policía del régimen ya se encargó de que los verdaderos fans se quedasen fuera de los recintos (plazas de toros), y dentro sus padres, curiosos a la vez que inquisidores. Ringo Starr era maricón porque fumaba con la mano derecha. Dos años después, un joven e intrépido periodista de una radio de Navarra tuvo antes que nadie en sus manos el Sgt. Peppers… y pudo darlo en primicia mundial. Pero su gesta periodística pasó desapercibida. La publicación del disco más colorista e influyente de la historia de la música moderna no era noticia en este país en blanco y negro, Raphael defendió nuestra causa en Eurovisión y Curro Romero la había armado en San Isidro, ¿quién eran esos beatles? El día que se separaron, sí informó puntualmente la televisión nacional. El tiempo había dictado sentencia y dado la razón al orden y la decencia.

A posteriori, la España que se desperezaba del tedio y la miseria empezó a darse cuenta de estas y otras muchas cosas que habían pasado, y de hecho seguían sucediendo en el planeta. La gente empezó a comprarse en masa los dobles rojo y azul, dignos recopilatorios de la carrera de los de Liverpool. Luego hubo muchos que no se conformaron, y quisieron descubrir también lo que había en Rubber Soul, en Revolver o en Abbey Road. Pero fue la trágica desaparición de Lennon, en 1980, el hecho que realmente desató la beatlemanía en nuestro país, al tiempo que la reactivó en otros. Sí, se puede decir que los Beatles, para muchos de entonces, fueron como un grupo de los ochenta. Muy tarde, pero al menos se les hacía justicia. A ellos y a toda su universal influencia.

Lo que pasa es que los tiempos han seguido cambiando, y no precisamente por los mismos derroteros que anunció Bob Dylan. Es cierta aquella ley del péndulo, que enuncia que las olas del pensamiento -como las del arte- son cíclicas, y que lo que se creía pasado, inexorablemente vuelve. Hoy los Beatles siguen manteniendo su cartel como grupo musical, pero otra cosa son las ideas. No son uno ni dos los que reniegan de ellos porque dicen que eran unos “drogados” (¡¡¡). No exagero nada si digo que conozco a quien dejó de ser fan porque al traducir sus letras vio que eran “comunistas”. O no se descarte que habrá quien afirme que Paul McCartney hizo apología del crimen por escribir Helter Skelter (que iba de una montaña rusa, ya ven, y el tal Manson creyó que era el apocalipsis). A principios de los setenta, el presidente Nixon hizo todo lo posible por deportar a John Lennon de Estados Unidos, y no lo consiguió. ¿Nos lo imaginamos hoy? Vivía en Nueva York, por cierto, aún no existía la Trump Tower.

Él mismo dijo que “es fácil vivir con los ojos cerrados, malentendiendo todo lo que ves”. La diferencia es que se refería a la libertad de dejarse llevar por la imaginación. Otra cosa es la ceguera intencionada y bien organizada. Hoy está bien visto manifestarse según qué o a favor de qué, clamar por la paz, pero según dónde. Una semana en una cama del Hotel Hilton de Ámsterdam puede verse como un gran gesto o como una astracanada. Puedes llamar ignorantes, miopes, hipócritas e intolerantes a unos, según quién. Tienes derecho a la verdad, pero a la que te cuenten. “Dices que quieres cambiar la constitución, bien, pero sabes que a todos nos encantaría cambiar tu cabeza”.

No, la verdad es que aún hoy, con los usos que se llevan, resultaría difícil, impopular, estigmatizar a John Lennon, simplemente porque ya no está entre nosotros y ha quedado como un símbolo. Pero sus palabras siguen volando como lluvia interminable dentro de un cucurucho de papel, y al contrario de lo que dijo a continuación, no se desvanecen así como así. Y cuando las dice alguien vivo, duelen. A veces, escandalizan. Para ciertos órdenes establecidos, serían intolerables. “Si todo el mundo demandase la paz en lugar de la televisión, habría paz”. “No necesitas una espada para cortar flores”. “Podrás decir que soy un soñador, pero no soy el único, espero que un día te unas a nosotros”. “Insidias” que esgrimen los populistas de hoy.

Lo cierto es que, hoy 37 años después, la vida ha seguido pasando y nosotros hemos seguido ocupados en otros planes. Cosas de la vida, en aquel mismo 1980, Donald Trump demolió el edificio que albergaba la Bonwit Teller, una emblemática tienda de lujo en el 725 de la Quinta Avenida, en una muy polémica operación. Sobre ese solar, dos años después, levantaría la ostentosa torre que hoy escenifica su imperio, y que, ya digo, John nunca llegó a ver. “No importa que te ocultes tras una sonrisa y uses ropa linda, si algo no puedes ocultar es lo podrido que estás dentro”.

Pero mejor, terminemos con una bonita: “El amor es querer ser amado. El amor es pedir ser amado. El amor es necesitar ser amado”. Populismo puro…

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