Sí, toca fútbol. Algunos recordarán que este blog ya existía en 2010, cuando vaticinamos que no íbamos a ganar el Mundial; en 2014, cuando ni de coña lo íbamos a ganar; y de qué íbamos a ganarlo en 2018, además en aquel caso lo tuvimos clarísimo ya dos días antes jugar el primer partido. La verdad es que siempre aspirábamos a equivocarnos, pero sólo lo conseguimos la primera vez, que no es poco. Y aquí estamos otra vez, anunciando, con todo el ánimo inverso, que tampoco vamos a ganar en Catar 2022.
Para los amantes del fútbol, los mundiales son como la gran feria universal o el jubileo de este deporte. No tanto quizás para los hinchas, que laten más por sus clubs y posiblemente digan que les motiva más la Liga o la Champions, aun cuando en muchos casos no sea verdad. Pero cada mundial es además como una especie de marca de paso del tiempo. Cada cuatro años avisa el reloj, se activa el gps y dejan el registro temporal y espacial de nuestro recorrido vital. Los mundiales los hemos visto de niños, de adolescentes, en la universidad, coincidiendo con el primer amor o el primer trabajo, con el primer despido o la primera ruptura, en épocas de incertidumbre, de plenitud o de vorágine existencial, por qué no decir también hormonal. Cada Mundial nos deja un recuerdo, una imagen, pero no sólo futbolística. Sí, están Cruyff, Zidane o el gol de Maradona… Pero inevitablemente, al menos a mí me pasa, asociamos esos hitos a otros, con quién lo vimos, dónde, qué hicimos ese día, qué ilusiones teníamos o qué goles nos había metido la vida. A ver qué recordamos de este cuando pase.
Hay que decir, lo primero, que tenemos posiblemente el Mundial más raro de la historia, vamos a dejarlo en ese adjetivo. Porque se juega a las puertas de nuestro invierno y en un país de muy poca tradición futbolística. Lo que no es tan nuevo, desgraciadamente, es que este evento universal tenga lugar en un estado poco respetuoso con los derechos universales. Se jugó en la Italia de Mussolini o en la Argentina del general Videla. Se le concedió a la España de Franco, aunque por suerte lo organizamos ya en democracia. Rusia tampoco era un país paradigma de la justicia y las libertades cuando se le adjudicó el último. A la FIFA nunca le estorbaron estas cosas. Por más que Infantino haga por justificar lo que perpetraron sus antecesores, sabe que no puede. Esta organización tiene otras prioridades, y no son precisamente las deportivas ni las humanas.
Pero va a ser un mundial raro, además, por lo inhóspito del entorno. Y no me refiero exactamente al calor. Más bien al que puede que no haya en las gradas. Se sabe que han preparado aficiones artificiales, formadas mayoritariamente por inmigrantes, seguramente porque prevén que pocos aficionados se dejen caer por allí. País caro, poco atractivo y plagado de restricciones de todo tipo. Entre otras cosas, ya sabemos que no habrá ni cerveza. Pero cuidado con ciertos comportamientos y gestos que pueden ser muy normales para nosotros, pero que aquellas autoridades y gran parte de aquella sociedad no ven bien. Ojo a las imágenes que nos muestre la televisión catarí, realizadora del evento, porque es posible que no siempre se presten a reflejar todo lo que pasa. Por lo demás, cómodo seguramente para los protagonistas y los enviados especiales, con las sedes muy cerca y unas instalaciones espectaculares. Pero que han construido como se levantaron las pirámides de Egipto, sin reparar en gasto ni coste, el de dinero por supuesto, tampoco el de vidas humanas.
Sin dejar todo esto a un lado, porque no se puede dejar, trataremos de hablar de esa cosa tan importante entre las menos importantes que se llama fútbol. Los mundiales siempre ilusionan cuando empiezan, generan expectativas, curiosidad, atención. Los equipos de siempre, los equipos exóticos, favoritos y revelaciones, las grandes figuras e iconos del momento… Y por supuesto, las pasiones nacionales, cada uno a su manera de expresarla. La desaforada de argentinos o brasileños, la autoconfianza alemana, el inefable pesimismo español -echaremos en falta el disimulado escepticismo italiano- o la insobornable fe inglesa, que llevan décadas cantando el “is coming home” pero mira que siempre se resiste a llegar. Ya digo, lo verán seguramente cada uno en sus casas, bares y pubs, porque me temo en las gradas poco ambiente se va a respirar. Luego, como pasa en todos los mundiales, la atención se va concentrando. En los que van quedando, sus compatriotas y los exquisitos que disfrutamos también con los que no son los nuestros. A los demás, progresivamente, se les irá quedando cara de tonto y tardarán dos días en olvidar y retornar a su normalidad.
Y a todo esto, hablando en serio, ¿puede ganar España este mundial de Catar? Sin ser la gran favorita, no exageramos si decimos que por qué no. Tal como es hoy el fútbol de selecciones, tan igualado y además tan igual, puede suceder cualquier cosa. Si nos atenemos al último evento internacional de relumbrón, la Eurocopa 2020 jugada en 2021, el resultado fue que llegamos a semifinales. Pero bien pudimos quedarnos fuera en la fase de grupos, ¿verdad? O en octavos frente a Croacia. O en cuartos ante Suiza. ¿Y no pudimos ganarle a Italia la semifinal? Pues eso, podemos hacer cualquier cosa.
Pero realmente, ¿tenemos selección para ganarlo? Siempre pensamos que lo pasado fue mejor, y es verdad que un plantel como el que teníamos en Sudáfrica 2010 será difícil que se repita. Hoy España tiene 30 o hasta 40 futbolistas de buen nivel, pero ninguno deslumbrante. Nadie que podamos decir insustituible, como sí lo eran Xavi, Iniesta, Xabi Alonso, Puyol, Casillas… sí, también Piqué, Ramos, Silva o Busquets en su mejor momento. Hoy no tenemos a estos. El único jugador realmente diferente en este plantel podría ser Ansu Fati si conseguimos verle siquiera a un 80%. Las fortalezas de esta selección pueden ser la juventud, el arrojo, el haberse dotado de un estilo definido y reconocible jueguen los once que jueguen; las debilidades, cierta falta de empaque y de ese tipo de jugador, ya dicho lo de Ansu, que marque diferencias… y goles que valen oro.
¿Y Luis Enrique? Un tipo que no deja indiferente, desde luego. No, no es Vicente del Bosque ni Luis Aragonés, ni en carisma ni posiblemente en sabiduría. Pero seamos justos. Bien que a muchos no nos cae bien, no nos gusta su verbo agrio, su pose altanera. Él lo sabe, le da igual y hace bien. Tampoco compartimos ni a veces entendemos algunas de sus decisiones, pero no habrá seleccionador ni entrenador con quien no pase lo mismo. Lo que le avalan son los resultados y las sensaciones. Los primeros son indiscutibles, España se mantiene cerca de la élite futbolística sin tener los mejores futbolistas de su historia. Y la sensación es que ha sabido conformar un equipo con esos 30 o más jugadores, que se creen la idea y que, con mayor o menor acierto según el día, la ponen en práctica, eso no es nada fácil. Ahora, este Mundial será su prueba del algodón… y la última, porque todo indica que dejará el puesto a su término. Dicho todo esto, y teniendo presente el antecedente de Rusia 2018, faltan todavía cuatro días para el debut, luego todavía no podemos asegurar al cien por cien que él vaya a ser el seleccionador en el debut contra Costa Rica. Ya, lo digo en broma, pero…
Más allá de España, sí, el fútbol hoy es igualado e igual. Antes, en los primeros mundiales que yo vi, no tenía nada que ver cómo jugaban los brasileños y los ingleses, los italianos y los neerlandeses, los alemanes y los argentinos. Cada uno tenía su estilo, su personalidad, su manera de entender el juego. En esa diversidad estaba la grandeza y cada uno se quedaba con su favorita, más allá de la propia de su país. Luego aparecieron los vídeos y ya se estudiaban unos a otros, empezaban a parecerse. Hoy es el big data, la simulación, la inteligencia artificial… El resultado es que cuando una táctica o sistema tiene éxito, los demás se aplican a reproducirla, cuando no imitarla. Pero no ya las grandes selecciones. Se lo aprenden los africanos, los asiáticos… y los de Marte, si jugaran, aparecerían también con el doble pivote, el falso 9 y la presión en bloque alto o bloque bajo según se llevara.
Y el fútbol es global. Parece que digo una obviedad, pero es que no lo era. La FIFA se esforzó hace ya décadas por extender el fútbol a todo el planeta, fundamentalmente por África y Asia, pero más que nada para ampliar su negocio. Y lo hizo en detrimento de Europa y Sudamérica, los dos imperios clásicos del balompié. Para hacernos idea, aquel entrañable Mundial de España del Naranjito fue el primero que disputaron 24 equipos. De ellos, 13 fueron selecciones europeas. Desde 1998 juegan 32 equipos, y los europeos siguen siendo no más de 13, como van a ser en Catar. Pero es que entre aquellos países de Europa que obtuvieron plaza para España 82 estaban la URSS, Yugoslavia o Checoslovaquia. Calculen cuántas naciones con sus selecciones son hoy. Pero el cupo es el mismo. El próximo mundial, en 2026, tendrá ¡48 equipos! Veremos cómo se reparten.
Y me queda hablar de favoritos. Ya digo que es muy difícil por la igualdad, paridad y casi mimetismo que veremos entre poco menos que los 32 que compiten. Por supuesto, los hay más fuertes, más ricos, con mejores jugadores y sobre todo con mayor tradición futbolística y mundialista. Así, es cierto que, en sus últimas etapas, la Copa del Mundo se la terminan barajando estas últimas, con alguna gloriosa excepción como la de España en Sudáfrica o la de Croacia en la última edición. Si tengo que definirme, las que veo en primera línea de parilla son Brasil, Francia, Argentina e Inglaterra. Y en segunda línea, Alemania, Bélgica, Uruguay, Portugal… y España. Pero esta impresión puede cambiar a la primera semana de competición. Un mundial es una competición corta, el que más jugará siete partidos, y ahí manda mucho el momento en que se llegue, la dinámica individual y colectiva de los futbolistas, el creérselo… Y, como siempre pasa, hablando de los candidatos al título, la primera fase de grupos sólo sirve para una cosa: para perderlo. A partir de octavos, los que pasen la criba empiezan a ganarlo. Pues ya aviso que al menos una de esas favoritas, y no sé cuál, se la pegará en su grupo.
En fin, que desde mañana tenemos Mundial, otro más, pero doy fe de que ninguno de los que he vivido hasta ahora ha sido uno más. Ni en lo futbolístico ni en lo que le ha rodeado ni en el momento de mi vida. Durante este próximo mes verteremos alguna que otra cuartilla electrónica. Procurando que vaya sobre todo de fútbol, aunque, insisto, lo otro nunca lo podamos olvidar.
Inauguramos así este Mundial de Catar que tampoco vamos a catar.