Confieso que vi a «dios»

No se asusten, ya saben de qué va lo de hoy. ¿Y qué puedo decir ahora que sea nuevo y relevante? Si ya todos los comentaristas y gurús del fútbol, todos los futbolistas, excompañeros y ex rivales, escritores y actores, empresarios y banqueros, presidentes y hasta papas han escrito sobre Diego Armando Maradona

Simplemente, puedo contarlo como lo vi. Porque confieso que lo vi, incluso antes de que fuera “dios”. Un verano de 1982, de veraneo en Benidorm, me sorprendió ver un pequeño supermercado que se llamaba Mercadona. “Oportunistas”, pensé. Maradona acababa de fichar por el F.C. Barcelona y elucubré que alguien quería aprovechar el tirón de la ya estrella futbolística y mediática para ponerle al negocio un nombre que sonara parecido y así atrajera clientes. Ni idea por entonces de lo que significaba “dona” en valenciano, mucho menos de quiénes eran los Roig. Con la perspectiva de hoy, no deja de hacerme gracia.

Claro, de Diego ya sabíamos yo y cualquiera mucho más que de otras cosas. Que aquí le habían comparado con Omar Sívori cuando amasaba las primeras pelotas en Argentinos Juniors -otra vez la falta de perspectiva. Que después la lio parda en Boca Juniors, y la directiva del Barça porfiaba por traérselo. Al Mundial de España 82 llegaba ya fichado, con 21 años y como una de las grandes estrellas, junto a Zico, Rummennige, Platini… pero pagó la novatada, dejó destellos indudables, sufrió el marcaje implacable de Gentile, terminó expulsado contra Brasil… y la gloria del mundial del naranjito se la llevó un Paolo Rossi que irrumpió por sorpresa. Pero el “Pelusa” -todavía le llamaban así- ya dejaba muy claras sus intenciones. No iba a ser una estrellita de paso.

De sus dos años en Barcelona quedan el gol mágico al Estrella Roja, la ovación del Bernabéu tras dejar con un palmo de poste a Juan José… y las patadas que coleccionó. Allí empezó la montaña rusa que sería el signo de su carrera. Hepatitis, chismes, Goiko, maléolo roto, contrato secreto, José María García, aquel Cysterpiller que decían que engañaba a las piedras, las broncas en el despacho de Núñez con el resto de la directiva escuchando tras la puerta… Un periodista de la época, reconocido por sus puros y cuyas groserías habituales hoy serían difícilmente aceptables, tuvo sin embargo el atino de decir que Maradona era capaz de encontrar un problema a cada solución. La última “solución” sería la trifulca en la final de Copa contra el Athletic, cuando alguien sugirió que en esos ojos desorbitados había más que rabia por la derrota o por las andanadas que recibiera. En fin, son imágenes que pasaron deprisa porque se hizo muy corto.

Nápoles fue la redención. Entre otras cosas, porque pasaba de un club y una ciudad apremiados por la urgencia de ganar, a otra ciudad y otro club que agradecían cualquier regalo que les sacase de la mediocridad. Y vaya si los sacó. El primer año fueron octavos, de eso nadie se acuerda ahora; después ya fueron terceros; y a la tercera, campeones del Scudetto por primera vez en su historia. Ojo, que la liga italiana era la más pudiente de entonces, y el presidente Ferlaino fue echándole nuevas guindas al pastel –Careca, Alemão, De Napoli…- hasta hacer un señor equipo que ganaría la Copa de la UEFA en 1989 y el segundo título liguero. Pero es verdad que cuando llegó el pibe en olor de multitudes, ni se creían que una figura mundial se dignara a pisar aquella hierba. Allí, Maradona empezó a ser “dios”.

Y lo fue completamente en el Mundial de México 86. De entrada, vamos a desmontar un mito. Aquella selección argentina no era una pandilla de “mataos”, porque eso nunca puede serlo una selección argentina. Era un equipo de Bilardo, como hoy lo sería un equipo de Simeone… pero con Maradona. Un conjunto bien compacto  de reseñables futbolistas –Batista, Burruchaga, Ruggeri, Valdano…- que sabían cada uno lo que tenían que hacer en el campo, y todos en torno al gran líder que ya era Diego. Y no la banda de solistas inconexos que ha sido la albiceleste en otras etapas, por ejemplo en el último mundial ¿Quién debe mirárselo, Messi o Argentina? – Byenrique. Con todo, no vamos a restar ni un gramo a la soberbia actuación del “10”. Puede haber sido la más descollante y determinante de un jugador en un mundial, tal vez junto con la de Pelé en el 70, también en México, y no vi la de O Rei en Suecia 58. Ha quedado lo del partido con Inglaterra, por su simbolismo y la parábola del gol ilegal seguido del prodigio “cósmico” que de alguna manera dio validez moral a los dos. Pero su partido en la semifinal contra Bélgica fue igual de descomunal o más. Y como Diego, sin conocérsele formación cultural más allá de suponemos la básica, era capaz de plasmar frases mesiánicas de las que se graban en bronce, ahí dejó lo de “la mano de Dios”. Aquí quedó encumbrado, no ya como campeón del mundo y mejor futbolista indiscutible del planeta, sino como “dios”.

Pero dicen que fue un dios como los de la mitología griega, con sus enormes fortalezas y sus debilidades mundanas. La montaña rusa no paró. Nápoles lo había hecho suyo y la mafia también. Le dio todo y de todo… y cuando llegó el momento, le pasó la factura. También es verdad que el destino cruel le guardó una perla envenenada. Nada menos que un Italia-Argentina, semifinal del mundial Italia 90, y nada menos que en Nápoles, en su San Paolo… y ganó Argentina por penaltis. Ese partido marcó un antes y un después… y lo que vino después fue un tobogán directo al precipicio.

A partir de ahí, la carrera de Diego Armando ya fue una sucesión de episodios que transitaron entre lo efímero glorioso y lo grotesco creciente. El personaje fue ganando terreno al futbolista. Excesos de peso, excesos de fiestas, excesos de apariciones histriónicas, su paso por el Sevilla, lo de Estados Unidos 94…. pero a ratos emergía el mago. Hasta en lo peor de su carrera y su vida, nunca perdió el hechizo con la pelota. Y digo pelota, porque podía ser de tenis, de ping pong o de papel de plata. O una naranja, una sandía, una cereza… Cualquier cuerpo esférico se amoldaba a su piececito y parecía feliz acolchado en él, ya podía subir hasta el mismo cielo y siempre volvía a posarse fiel sobre su hombro, su pecho, su cabeza… la pelota lo amaba y él la mimaba, la atusaba y la cuidaba como nadie. Por eso sus calentamientos pre partido eran un lujo, un espectáculo que ya valía la entrada. Pero es que luego, con el balón de verdad, era capaz de reproducir los prodigios. Eso sí, cada vez más esporádicos, pepitas de oro puro que podían llenar semanas y meses de granito y ausencia.

Del exfutbolista y sus derroteros ya no voy a hablar, eso que lo cuenten los que saben o lo vieron de cerca y con conocimiento. Pero algo tuvo el ser humano para que a él, y sólo a él, los argentinos le perdonaran todo. Renegaron de Di Stefano, nunca han terminado de encumbrar a Messi, pero a Maradona jamás han dejado de adorarlo y venerarlo. Dicen que ha sido el único y lo único capaz de unir a ese país, bueno, yo supongo que habrá alguna otra persona, cosa o valor que una en Argentina (¿Quino, por ejemplo? Pues vaya añito, compañeros…). Pero es verdad que aquel niño menudo de pelo negro ensortijado y pies imposibles alcanzó muy pronto las cimas de fervor colectivo a las que un día llegaron Gardel, Evita… y nunca bajó de ahí. Ahora, como aquellos, ya es un mito. Es el dios de los argentinos. Y que me perdone el Papa

Me queda, ya que por ahí han salido algunos nombres, el manido debate. Siempre he sido partidario de no estresarse con quién ha sido el mejor de todos los tiempos en ningún deporte. Que cada uno se quede con el que más le gustó, le transmitió, le alegró la vida. Pero ya sabemos que llena páginas y espacios discutir sobre si fue mejor que Messi, que Pelé, Di Stefano, Cruyff… y yo siempre sumo a este grupo a Beckenbauer. No hay parámetros para equiparar las carreras de unos y de otros, para echarlos a jugar en el mismo césped o en la misma pantalla, ni la más avanzada inteligencia artificial lo va a conseguir. Siempre será subjetivo y cada uno antepondrá sus criterios. Para mí, y de eso estoy seguro, Maradona ha sido el futbolista más genial que he visto. Y en él está todo lo que define a un genio: imaginativo, creador, superlativo, inconstante, inspirador, abrupto, imprevisible, pasional… capaz de transitar entre el cielo y los infiernos como en un looping vertical. Así fue Diego Armando. A nadie dejó indiferente. Ni en Argentina ni en el mundo entero.

Y ya, por último, una reflexión. Ahora confieso haber visto a “dios”. Hace cuatro años confesé que vi al “14” Confieso que vi al “14” – Byenrique. No hace tanto que escribíamos elogiosas y agradecidas dedicatorias a grandes del fútbol y del deporte a los que casi no llegamos a ver, sabíamos de ellos por los libros, las leyendas o lo que nos habían contado. Pero ahora ya va tocando rebobinar en la memoria a los que sí hemos visto. A principios de este año, que ni imaginábamos aún cómo iba a ser, recordábamos a Rensenbrink Cuando fui Rensenbrink – Byenrique, uno de mis referentes de niño. De los de aquí, también hemos visto a Quini Cuando fuimos delanteros – Byenrique, Benito, Capón, Sol… por hablar sólo de futbolistas. Es ley de vida, sí. Pero ya se hace demasiado evidente.

“Gracias a la pelota” fue el epitafio que eligió Maradona y no sabemos si le pondrán. “Gracias, pibe”, es lo menos que le podemos decir, por todo lo que hemos visto con la pelota. Porque sin verlo, no lo hubiéramos creído…

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