Se perdió el satélite, al garete el que dicen que era el mayor proyecto civil de la industria espacial española. Parece que alguien conectó mal algún cable del cohete que debía propulsar el Ingenio, que así se llamaba el artefacto. Falló el tiro, no consta que fuera Vinicius, el caso es que se desvió de la trayectoria minuciosamente calculada. Ahí debió quedarse nuestra ciencia nacional, ministro incluido, pasmada mirando los 200 millones de euros fuera de control, años de trabajo que ya sólo queda verlos irse, irse hasta quizás explotar. Se escribe por ahí, sin embargo, que “a pesar del fallo, la misión sí ha podido lograr cumplir su otro objetivo, el de demostrar la capacitación tecnológica de la industria española para liderar proyectos espaciales”. Podrá ser, y vale que la chapuza no puede considerarse exactamente española, pero leído así, en este momento, recuerda al NO-DO.
Se perdió otro satélite, la oportunidad de tener en España una Ley de Educación consensuada entre todos y apoyada por todas las fuerzas políticas. Es el típico ejemplo, quizás el más trascendental y preocupante, de aquello en lo que todos estamos de acuerdo, pero no hay manera de llegar a un acuerdo. Todos, de un lado y del otro, de más arriba y más abajo, coinciden en la necesidad imperiosa de formar a las nuevas generaciones para el futuro que se viene. De estimular las vocaciones científicas y técnicas, de desarrollar una formación profesional para los nuevos trabajos, de prestigiar la profesión docente, fomentar el aprendizaje de capacidades para manejarse en las empresas, erradicar brechas, inculcar la idea de formarse durante toda la vida… Y que instauremos un sistema educativo inclusivo y perdurable para varias generaciones. Sí, todos lo dicen y lo decimos. Pero cuando llega el momento de redactar el texto, el debate invariablemente se desvía a la cuestión idiomática, la religión, el negocio, los intereses partidistas y clientelares. Y sigue la educación en España fuera de control mientras el mundo avanza y no se va a parar a esperar. Lees a unos, los que defienden a ultranza la Ley Celaá porque es avanzada y progresista, lees a los otros, los que la dilapidan por comunista y antiespañola… y cada uno se ha hecho su propio NO-DO para quien se lo quiera creer. A los demás -¿estás ahí, Ángel Gabilondo?-, lo que se nos hace es un NUDO.
No uno, sino una flota de satélites se está perdiendo en la democracia oficialmente más antigua del mundo. Si se mira, Estados Unidos no se reconoce. En el país inspirador y paradigma de la comunicación política, la degradación avanza y ha alcanzado un hito histórico con la esperpéntica rueda de prensa de Rudy Giuliani esta semana en Washington. En el contenido y en el continente, en la expresión verbal y no verbal. El discurso desatado del ex alcalde de Nueva York y los chorretes de tinte corriéndole por los mofletes se desplegaban en una intachable sincronía. 20.000 dólares diarios de honorarios está cobrando el señor. En los grandes emporios de Berkeley, Columbia o Georgetown, en las salas nobles de las grandes agencias que exportaron su modelo y su pensamiento estratégico a todo el mundo, se deben estar quedando helados ante el espectáculo. Ni fuerzas para tirarse de los pelos, viendo todo su prestigio, durante décadas forjado, escaparse fuera de control. Y parece que no les quede más que verlo marchar y marchar, quién sabe si hasta estallar, miedo da lo que de aquí al 20 de enero puede suceder. Una cosa es segura: qué largo se va a hacer…
Hace ya tiempo que se perdió el satélite de la justicia. Vamos camino de normalizar en las Canarias un campo de la vergüenza como los de Lesbos o Lampedusa. En Siria son nueve años de guerra, en Yemen cinco, en la África subsahariana tardaríamos menos si contamos los años que hayan tenido de paz, cierta prosperidad, cosechas o cualquier cosa que se parezca a normal. Y si lo habitual desde este lado del mundo ha sido volverles la espalda, ahora, pendientes de una pandemia que esta vez nos ha encontrado a nosotros, ya no es olvido lo que les deparamos, sino franca inexistencia. Y entonces nos escandalizamos de que vengan a Europa o a Norteamérica a buscar una oportunidad, con los problemas que ya tenemos por aquí. Si no hay mínima determinación internacional para atajar los problemas de origen de la migración, pero tampoco voluntad siquiera de ofrecer una digna acogida a la gente que viene desesperada, de perdidos al mar, este problema irá endémicamente fuera de control. Y ellos, fuera de todo.
Y en fin, no son el “Ingenio” y la educación los únicos satélites que se nos pierden sin remedio en España y en el mundo. En este país parece que importe más en estos momentos “salvar la Navidad” que dotarle de unos presupuestos generales -también llamados “comunistas”, “etarras” o “desleales”- que intenten canalizar los planes de recuperación. Y si no hay forma de pararlos aquí, animarán a Hungría y Polonia para que terminen mandándolos fuera de órbita. Corren las vacunas, suben las bolsas, se disparan las previsiones, parezca que van a llegar tantas que las acaben metiendo de sorpresa en los roscones de Reyes. Estaría bueno que llegáramos a tener más vacunas que sanitarios que las pongan. Por lo demás, la vida sigue, a un prestigioso catedrático emérito de Derecho Penal le publican en la sección de Opinión de un diario nacional un artículo de fondo a doble página… sobre Rafa Nadal. Del especial sobre la caza, “sostén de la ecología y la economía”, ni hablamos. Sí, se nos pierde el ingenio también.
Mucho se nos ha perdido este año. Lo peor es que muchos de esos rumbos torcidos se dirigen inevitablemente a un punto sin retorno. Pero no desesperemos, algo todavía tendremos que ganar. Y a veces, sólo algunas, tampoco se vive tan mal fuera de control…