Dentro de 50 años…

Sin duda, un buen motivo para evadirnos de la pesadilla. Interrumpida como sigue toda conexión con el mundo por el que solíamos, ayer, Viernes Santo tan vacío como los últimos viernes, caímos en la cuenta. Entre los inquietantes titulares de estos días, se avisaba en letra pequeña de una gran efeméride que invitaba a pensar en otras cosas. Y, desde luego, a escribir con mayor gusto y algo de conocimiento. Sí, hace 50 años se decretó un estado de alarma mundial. No expreso, no se suspendió ninguna actividad ni se movilizó ningún ejército. Pero toda la gente que lo vivió hizo una parada en seco, y supo que, a partir de ese 10 de abril de 1970, el mundo iba a ser seguramente peor. Se separaban The Beatles.

En realidad, era la consumación de un final anunciado. La confirmación por parte de Paul McCartney de que lanzaba su primer disco en solitario, no era más que la señal que faltaba, la que todos esperaban. Su visto bueno a la separación. Ringo Starr también había sacado por esas fechas un disco propio de clásicos del jazz, pero eso tampoco se interpretó en ningún sentido, y John Lennon ya había publicado varios trabajos con Yoko Ono, mientras que George Harrison preparaba su venganza a la poca cancha que a su juicio le daban sus mayores Lennon-McCartney, un álbum triple en el que iba a descargar todo su talento contenido. En realidad, separados de hecho estaban desde que terminaran la grabación de Abbey Road, hacía ya siete meses. Incluso antes de esta su última obra maestra, ya se les había dado por acabados, en los tiempos del mítico concierto en la azotea. Lo que pasa es que fueron capaces de ponerse de acuerdo, y poner a George Martin, en que la última palabra habían de decirla ellos. Y fue ese álbum, fue esa sesión de fotos en el paso de cebra, fue “and in the end, the love you take is equal to the love you make”, la lapidaria frase con la que Paul sabía y los demás sabían que se terminaba todo.

No por esperada, la noticia dejó de causar un impacto mundial. Global diríamos hoy, porque a lo mejor ellos fueron el primer fenómeno de la globalidad tal como la conocemos hoy. Y sí, fue alarma. Para su discográfica, que en vista de que se les cerraba el grifo, preparaba a todo correr la publicación de Let It Be, el trabajo anterior a Abbey Road, que sus propios ejecutivos habían rechazado en su día, y le habían dado el material a Phil Spector para que le diera la última mano de producción -y le dio una brocha bien gorda. Alarma para otras casas de discos, como la Decca, que puso en el mercado un disco, The Beatles with Decca, que no era sino la audición que habían concedido a aquellos jovenzuelos en 1962 y tras la cual les rechazaron sin contemplacones -años después, para resarcirse de su histórico error, les hicieron un contrato millonario a los Rolling Stones. Y en general, se preparaba toda la industria discográfica, directa o indirectamente relacionada con el extinto cuarteto, para un rosario de recopilatorios, reediciones, remasterizaciones y rarezas varias, que, de hecho, ha continuado hasta hoy.

Pero el sentir general aquel día es que se avecinaban años de vacío, confinamiento y soledad. Y evidentemente, no ha sido así. Primero, porque se mantenían en activo, o nacían en ese tiempo, otras grandes bandas y músicos que dieron infinita gloria en los setenta, luego en los ochenta… Y segundo, porque The Beatles han seguido plenamente vivos durante todo este tiempo. Hasta ellos mismos terminaron por darse cuenta, aunque tardaron lo suyo. Hay que decir que, en los primeros años de su nueva vida emancipada, a ninguno de los cuatro les gustaba demasiado que se les recordara su pasado Beatle, por inevitable que fuera. Un buen día, después de un tiempo en que le daba más alegrías producir a los Monty Phyton que hacer música, George, colaborando con su amigo Jeff Lyne, se dio cuenta de lo encantado que estaba de conocerse y reconocerse en su pasado. A Paul, después dos décadas de ingente, irregular y a veces genial producción musical, le sucedió algo parecido mientras trabajaba en el estudio con Elvis Costello para su próximo disco. “Eh, Declan, ten cuidado con ese acorde, suena a Beatles – Vale, ¿y qué tiene de malo que suene a Beatles, si todo el mundo los adora? – Ah, pues es verdad, tienes razón” fue más o menos la conversación, según confesara el propio McCartney, y seguidamente sacaron del armario y se pusieron a afinar el viejo bajo Höfner. Ambos episodios tuvieron lugar en fechas similares, finales de los ochenta. John ya no estaba por entonces, luego nunca sabremos si le hubiera ocurrido lo mismo, o qué habría hecho, dicho o pensado. Lo que sí es cierto es que, tanto él como los otros dos, nunca habían dejado en realidad de sonar a Beatle, por mucho que no les gustara que se lo dijeran. No podían evitarlo. Y lo que pasó fue que los que seguían vivos tuvieron que reconocer The Beatles estaban más vivos que ellos mismos.

Cierto que no se volvió a ver a los cuatro juntos. El asesinato de John Lennon en 1980 cercenó cualquier posibilidad física, cualquier intento como, de hecho, ya se habían producido en los diez años que habían transcurrido desde la separación. ¿Y si no hubiera sido por aquello? Aplicando una predicción lógica en función de los movimientos que se han visto en otras bandas, cabe deducir que algo hubieran hecho juntos en algún momento. No en vano, se juntaron en los noventa, con la voz enlatada de John, para sacar dos temas que se anunciaron como nuevos, como elemento estelar del proyecto The Beatles Anthology. Quién sabe si un nuevo disco, un concierto o incluso una gira… y siempre con Ringo, porque, con el tiempo, y después de todos los excelsos baterías con los que después unos y otros han tocado, siempre concluyeron que era él que mejor los entendía. Pero lo que sí se puede asegurar es que nunca habrían vuelto para ser una banda estable como antes. Eso ya no podía volver a suceder.

Lo que sí ha sucedido es que la música y la influencia de The Beatles han seguido entre nosotros, entre todas las generaciones que hemos ido circulando. No es ya que hoy no haya segundo en que no suene una canción suya en cualquier parte del mundo. No es que, en concepto de derechos, hayan ganado cada uno mucho más dinero que durante sus siete años de trayectoria oficial -eso, sin haberse llevado ellos nunca la parte del león de todo lo que han generado. Ni que todas esas recopilaciones, como cualquier material con su marca, se haya seguido vendiendo como churros. Ni todas las versiones, los anuncios publicitarios, sintonías o recursos sonoros que siguen valiéndose de sus canciones -incluso esa adaptación de “I want to hold your hand” que se usa estos días para recordar a la gente que se lave las manos. Podría bastar todo eso, pero es mucho más. Es, simplemente, que siguen aquí y plenamente vigentes. Han sobrevivido, han coexistido con todos los movimientos y modas musicales que han ido sucediéndose, e incluso se han llevado estupendamente bien con bastantes de ellos.

Tampoco es cuestión de abrumar con datos, pero algunos son muy reveladores. Como que el vinilo más vendido del mundo en la última década -sí, entre 2011 y 2020- haya sido el nunca demasiado citado Abbey Road, y el octavo el memorable Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band. O que, precisamente, la reedición de aquel su postrero disco, en septiembre del año pasado, conquistara el número uno en las listas de ventas del Reino Unidoy de España, por delante de Joaquín Sabina y Amaral. Sí, 50 años después. Y como bonito ejemplo de lo que representan, se puede citar que el Ayuntamiento de Liverpool reportó que el legado de sus ilustres paisanos contribuye a la economía local con 107 millones de dólares al año, y genera alrededor de 2.500 puestos de trabajo. Los que ellos ni soñaban con encontrar, por cierto, en la deprimida ciudad en la que se criaron. Medio siglo después, ellos y el Liverpool FC -que también hay que decirlo- han transformado esa ciudad que, de decadente enclave portuario, se ha convertido en una de las capitales culturales del mundo. Y que con su barco rojo -no lo olvidemos- sigue siendo la imagen de este blog.

Durante estos años, según se cumplía el 50 aniversario, hemos ido recreando aquí algunos de los momentos estelares del grupo más popular e influyente de la historia de la música moderna -y para muchos, el mejor. Tenía que llegar el punto final a este recorrido, y hoy toca ponerlo. Pero es más para celebrarlo que para lamentarlo. Porque nadie, ni ellos, hubiera imaginado haber llegado hasta aquí en este estado de plenitud. No cambiaron el mundo, desde luego, pero todo lo que nos ha pasado en él en todos estos años sí habrá sido, con ellos, un poco mejor.

Ha sido, además, una perfecta excusa para evadirnos y recuperar algo de aire fresco. Y para tomar algo de perspectiva. Ahora mismo, no tenemos ni idea de si dentro de 50 años se hablará de estos tiempos que estamos viviendo hoy, si habrá artículos, libros, evocaciones… Pero de The Beatles, los habrá y se hablará. Tengámoslo por seguro.

 

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