Tres veces McCartney

Fue McCartney en 1970, volvió a serlo en 1980 y ahora, por tercera vez, en 2020. Los dos primeros significaron un punto final y el comienzo de algo nuevo. Este que viene, no sabemos todavía. Aparentemente, es en parte a petición popular y en gran medida porque los tiempos de confinamiento agitan a la gente que ni por obligación se puede estar quieta. Si el diablo mata moscas con el rabo, el músico las pone a bailar con el piano. El caso es que Paul McCartney anunció a finales de octubre el lanzamiento de McCartney III, inicialmente previsto para el 11 de diciembre, pero finalmente retrasado al 18, no sé si por evitar caer tan cerca del 40 aniversario de John Lennon. La semana que viene lo tendremos aquí y sabremos lo que es.

Porque, ¿qué significa McCartney? Fue el primer disco en solitario de Paul. Pero representó mucho más. El 10 de abril 1970 (Dentro de 50 años… – Byenrique) se anunciaba la separación oficial de The Beatles -la real e impepinable se había producido meses antes. Una semana más tarde de aquel fatídico día, salía este controvertido y hoy reconocido álbum. Del ambiente que reinaba esos días, de la tensión, crispación, presiones y disputas dan cuenta innumerables crónicas -de la época y de todas las épocas-, con diferentes versiones y puntos de vista. Por medio estaban los cuatro beatles afectados, sus entornos, las discográficas, la prensa que tomaba partido… Aquí no pretendemos resumir ni mucho menos aclarar el tinglado. Tampoco sobre lo dicho y aventurado acerca del estado anímico de Macca en este tiempo, si andaba deprimido, si no aceptaba la situación, si se recluyó en Escocia, si se refugió en el alcohol, si fue su mujer, Linda Eastman, la que le ayudó a salir del agujero… Hasta el propio músico ha escrito y hablado sobre ello, y aunque siempre será su versión, merecerá que se le tenga en cuenta.

Lo que sí se puede deducir objetivamente es que Paul fue el que más hizo por sostener la banda, incluso desde mucho antes de esa tensa y triste primavera de 1970. Que se pusiera a trabajar en un disco en solitario era el síntoma de que por fin aceptaba la disolución, y que se decidiera a lanzarlo, además en un momento tan subrayado, era la señal definitiva. McCartney salía a la venta en Reino Unido el 17 de abril, y unas semanas después veía la luz Let It Be, el considerado disco póstumo de The Beatles que no lo es, pues llevaba más de un año dando vueltas y la discográfica se decidió a lanzarlo cuando fue consciente de que ya no habría más Beatles nuevos que vender. Claro, fue otro motivo de discusión. Ringo Starr ya había lanzado por su cuenta un disco de versiones, Lennon ya había publicado varios trabajos extra Beatles y George Harrison preparaba su triple álbum en el que lo iba a dar todo. Pero si era Paul McCartney el que salía con su propia marca, eso sí que era el fin. Y no se lo perdonaron.

Ese estado de cosas tan abrupto no era, claro, el más propicio para que el disco recibiera las críticas más favorables. Máxime cuando el listón en ese momento estaba ni más ni menos que en Abbey Road, el último trabajo -este sí- de The Beatles, que muchos consideran -yo entre ellos- el mejor disco de rock de la historia. Y más aún cuando se supo que Paul optó por un producto casero, en el que él tocaba todos los instrumentos, se lo producía él mismo y, según su propio anuncio, era un disco de “hogar, familia y amor”. Si había empezado cocinándolo a fuego lento, terminó rematándolo con prisas, para salir en la fecha que se había propuesto. De ahí que le quedara con partes bien hechas y otras sin hacer. El caso es que le cayó de todo. “Matar a los Beatles para hacer esto…” le llegó a espetar un crítico, entre otras lindezas que por ahí se pueden leer. Hasta sus propios excompañeros no lo recibieron demasiado bien, de moderado George a devastador John, pero claro, había mucho sentimiento y carga emocional por medio. Sólo un tema recibió bendiciones generales, Maybe I’m Amazed, el único que hasta la crítica acérrima mantuvo que sí estaba a la altura de la firma.

Pero el tiempo, la pausa y la perspectiva terminan por poner muchas cosas en su sitio. Sacado de aquel entorno irrespirable, cuando el disco ya pudo hablar por sí mismo, empezó a ser valorado. Ilustres como Neil Young defendieron su devoción por él. Y lo que quedan, al final, son las canciones. Hoy, remasterizado, suena como un disco íntimo, meditado y, conocido el contexto histórico, se diría que soleado tras la tempestad. No va a ser el mejor de su carrera post Beatle, que luego ha resultado inmensamente prolífica hasta nuestros días. Pero tiene momentos. Para el trabajo contó con temas que había compuesto para The Beatles y no habían visto la luz, junto con otras composiciones que le vinieron en aquellos meses. Piezas muy elaboradas junto con otras totalmente improvisadas. Quizás para no sonar siempre con su voz, al no tener ya compañeros con quienes alternarse, intercaló varios temas instrumentales. Y la producción era absolutamente rudimentaria, incluso para aquellos tiempos: voz y guitarra acústica o piano, una grabadora Studer que le dejaron y ahí ya ponía bajo, batería, más guitarras… Y sí, da la sensación de poco producido, inacabado…

Con todo, tiene para mí tres obras maestras: Junk, mística y limpia, compuesta en el tiempo que pasó con sus compañeros en India; Every night, tierna y arrebatadora, que viene a encarnar todo el espíritu del disco; y la citada Maybe I’m Amazed, ya uno de sus clásicos, una de las canciones de amor más honestas y sinceras que se han hecho. Que reconoce y agradece, sí, cómo Linda le apoyó y le ayudó a sostenerse en los momentos más inestables. Otros dos temas se acercan a la categoría de maestras: Momma Miss America, instrumental, en realidad fusión de dos temas diferentes, y que quizás es, del disco, lo que más suena a Abbey Road; y Oo You, que en realidad se iba a llamar Don’t Cry Baby y no iba a tener voz. Por lo demás, algunas buenas canciones y otras más flojas, algunos críticos -y también George Harrison- ensalzaron That Would be Something, que a mí no me dice tanto. Y algún que otro experimento. En la edición remasterizada de 2011 aparece íntegra Suicide, una enigmática canción de la que en la edición original aparece sólo esbozado su inicio, y que parece ser que había compuesto para Frank Sinatra, pero éste la rechazó. En total, el viaje ni llega a 40 minutos, que hoy, lejos de aquel frenético ruido, se escuchan bien a gusto.

Y bien a gusto estábamos escuchándolo el 17 de abril de este año, en pleno confinamiento, cuando Paul McCartney regaló a sus fans una sesión en streaming del álbum -más varios añadidos- con motivo del 50 aniversario de la publicación. En el chat en el que seguidores de todo el mundo poníamos nuestros sentimientos, reflexiones o lo que nos parecía, empezó a cundir una pregunta que en realidad era una sugerencia: ¿para cuándo un McCartney III? Y parece ser que Paul tomó el guante. El tercer McCartney está a punto de llegar.

Pero antes hubo un McCartney II. Eso también lo tendremos que contar.

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