Crónica y perspectiva de una abstención anunciada

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Ahora que el Comité Federal del PSOE ha decidido finalmente entregarse a la absenta, cerrar los ojos, taparse la nariz y abstenerse en la próxima sesión de investidura, y mientras se rasgan vestiduras y se esgrimen amargas acusaciones entre militantes y simpatizantes de esta formación política, convendría quizás aplicar algo de perspectiva, que a veces la perdemos con demasiada facilidad, para recordar cómo se ha llegado hasta aquí. En breves, puntos, o eso voy a intentar:

          Los resultados electorales del 20 de diciembre dejaron una composición del Parlamento inusitada en la historia de la democracia española, que requería diálogos y pactos, o cuando menos acuerdos amplios o puntuales. Viéndose incapaz de lograrlos, el candidato del Partido Popular y presidente en funciones, Mariano Rajoy, declinó presentarse a la investidura.

          Con legítimo derecho entonces, el candidato del partido socialista, Pedro Sánchez, decidió presentarse y obtuvo el apoyo de Ciudadanos. La negativa del PP y de Podemos a apoyar su investidura o siquiera abstenerse, impidió que en marzo ya hubiera un gobierno, aunque fuera en minoría, lo que habría seguramente evitado todo el largo y estéril recorrido posterior.

          Básicamente, estas dos formaciones -la de Rajoy y la de Pablo Iglesias-, decidieron jugar la baza de unas segundas elecciones, seguras y confiadas de ver reforzado el respaldo y su presencia en el hemiciclo. A los primeros les salió bien la jugada, y a los segundos el tiro por la culata.

          Porque celebradas las segundas elecciones el 29 de junio, el PP obtuvo un millón de votos más y pasó de 123 a 137 diputados. Podemos, en coalición ahora con Izquierda Unida, vio un millón de votos írsele por la rendija, aunque no sufrió tanta merma en escaños. El PSOE obtuvo técnicamente el mismo respaldo en las urnas que en diciembre, pero perdió cinco escaños. Y Ciudadanos vio castigada su voluntad de acuerdo, pasando de 42 a 32 asientos en el Congreso. Vistos esos resultados, seguía haciendo falta pactar, pero reconózcase que ya se veía difícil otra alternativa que no pasara por un nuevo gobierno de los populares.

          Dado este panorama complicado, a Sánchez y sus fieles colaboradores les faltó quizás cintura política. Viéndose en la imposibilidad de gobernar, podían entonces haber ofrecido al PP una abstención condicionada -al estilo de lo que sí haría Albert Rivera a cambio de un «sí», pero con exigencias más duras dada su mayor distancia ideológica. Si bien los resultados electorales podían permitir gobernar a los mismos, está claro que no tenían el respaldo ni la legitimidad para ejercer la misma política. Podían habérsele exigido reformas en sus grandes leyes y medidas, cambios y vetos de figuras en el nuevo gobierno, obligarles a alcanzar consensos en materia económica y social. En manos de los populares hubiera quedado aceptarlas o no. Pero si no lo hubieran hecho, Sánchez y los suyos hubieran tenido motivos para cargarse de razón, y afrontar con más garantías cualquier posible escenario siguiente, incluidas unas terceras elecciones.

          No habiéndolo hecho en su momento, y simplemente reiterando su “no es no”, con el paso de las semanas y los meses el PSOE se ha visto abocado a un callejón sin salida, entre la pérdida de credibilidad y un presumible hundimiento electoral. El arsénico o cicuta, que expresara Iñaki Gabilondo. Ahora, 300 días después, presionados, despedazados y con el alma hecha jirones, han terminado ofreciendo la rendición incondicional. Si lo hubieran hecho antes, no hubiera sido rendición, ni incondicional ni tan dolorosa. Ahora, por un lado, decepcionan a gran parte de su electorado y, por el otro, ni siquiera obtendrán los réditos de haber demostrado responsabilidad política.

          Cierto es que lo que corroe por dentro a la mayoría de militantes y seguidores del partido socialista es haber terminado consintiendo a un partido que nunca, jamás desde 2004, le ha apoyado en nada, que no le ha concedido tregua, que no le ha dado ni agua. Ni estando en minoría ni en mayoría. Que viéndose en una tesitura parecida a la de su rival, no hubieran tardado 300 días en decidir una abstención, sino toda la vida. Porque ni se lo hubieran planteado.

Lo que ahora sí parece claro es que al fin tendremos Gobierno en España, y todo hace presumir que llegará por Halloween. No sabemos si fantasmagórico o muerto viviente, pero desde luego no podrá mantener viva la misma forma y estilo de ejercer el poder. Y de cara a 2017 ninguna hipótesis será descartable, pero lo que parece deducirse, ya lo reflexionábamos hace unos días, es que gran parte de esta sociedad no vota diálogo, acuerdos, consensos. Vota sustancialmente mayorías absolutas de los suyos, y castiga a los que se prestan a negociar con el contrincante (por no llamarlo enemigo). Y eso, tal vez, habría que mirárselo. O darle, definitivamente, a la botella.

 

 

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