Dos años ya desde que nos cambió la vida. Porque, aunque parece que hayamos recuperado mucha normalidad, no nos engañemos, no ha vuelto a ser igual. Y para muchos, demasiados, es imposible que vuelva a serlo. Sí da la sensación de que vemos la salida cerca, estamos más inmunizados, la enfermedad se manifiesta más leve… pero ya habíamos creído salir otras veces. Es verdad que esta puede ser, parece la definitiva. Y cuando creemos estar llegando al final de esta pesadilla, nos sobreviene otra: una guerra. Que ahora sabemos dónde está, pero no tenemos ni idea de hasta dónde va a llegar. En este estado, lo mismo que hace dos años, lo mismo que hace uno, seguimos debatiéndonos entre lo que comprendemos y lo que sinceramente no entendemos. Es la tercera edición de comprendo y no entiendo y, aunque me gustaría, me cuesta asegurar que no habrá más.
Comprendo que muchos hábitos hayan cambiado, es humano, nos adaptamos a nuevas situaciones y la inercia nos hace sentirnos cómodos en ellas. Por naturaleza somos reacios a los cambios, pero cuando los adoptamos por necesidad, lo que nos cuesta es revertirlos.
No entiendo la prevención persistente, como la de aquel que no vuelve en su vida a pasar por el lugar donde tuvo un accidente. Que haya gente que siga teniendo miedo de salir a la calle, que evite acercarse a otros, que salude a distancia, que las noches se vean tan vacías…
Comprendo que el mundo está en constante cambio, siempre lo estuvo, pero ahora todo sucede a mayor velocidad. Ahora la realidad es más volátil que nunca, lo que genera incertidumbre, inseguridad, temor a perder el sitio, a no saber cómo nos desenvolveremos en lo que presumimos nuevo y desconocido.
Pero no entiendo el hecho perverso de que cada vez que nos anuncian un mundo nuevo, en realidad nos están preparando para un mundo peor.
Comprendo, siempre lo comprendí, que las malas noticias venden más que las buenas, así es y ha sido desde los inicios del periodismo y de la humanidad.
No entiendo, sin embargo, el afán de destacar siempre lo más negativo para captar más audiencia. Y me parece deleznable cuando se trataba de informar de un asunto en el que el miedo, además de la salud, era una de sus aristas más peligrosas. Igual de deplorables me han parecido las declaraciones que invitaban a ignorar la realidad que vivíamos o las que apelaban a una deliberadamente mal entendida “libertad”. Está claro que la irresponsabilidad ha sido nociva para la salud física; pero el catastrofismo lo ha sido para la salud mental.
Comprendo, no me queda más remedio porque siempre ha sido así, que en cualquier crisis, guerra o catástrofe, haya quien hace un gran negocio.
No entiendo, claro, que lo hagan ciertos y de cierta manera.
Comprendo que haya empresas -y puede que también gobiernos- que han descubierto lo fácil que es y lo bien que les viene que la gente permanezca guardada en sus casas.
Pero no entenderé que lo sigan promoviendo, con esta o con otras coyunturas, situaciones o hechos que acontezcan. Explícita o ladinamente, en primera persona o a través de terceros bien dirigidos o patrocinados.
Comprendo la imprecisión en muchas informaciones, opiniones y previsiones que se han difundido a lo largo de estos dos años, porque muchas veces era difícil acertar y además, en los tiempos que corren, prima la urgencia, que se lleva mal con el rigor.
No entiendo, sin embargo, que después de dos años y todo lo que hemos visto y vivido, se sigan formulando teorías y análisis tendenciosos, del estilo de ese “8-M, donde empezó todo” que se ha podido leer estos días. Por favor, ¿a estas alturas…?
Intento comprender, aunque me cueste aceptarlo, que se pretenda obtener rédito político de cualquier situación.
No entiendo ni tolero la deslealtad.
Me parece justo comprender que la gran mayoría de los gobiernos e instituciones nacionales, territoriales y transnacionales de este mundo han tenido que gestionar hechos y situaciones a los que jamás pensaron que tendrían que hacer frente, y por ello han estado expuestos a errores, indecisiones, rectificaciones… A nadie le hubiera gustado verse en una como esta, ninguno se presentó a sus elecciones sabiendo lo que se venía encima.
Eso sí, no entiendo a los que encima intentan sacar pecho. Mucho menos a sus aduladores.
Comprendo que muchos países, entre ellos España, puedan presumir de una modélica campaña de vacunación. Además de comprender, celebraré cuando puedan hacerlo TODOS los países.
Pero ni entiendo a gobernantes que pretendan ponerse la medalla ni que no haya pedido perdón el político que vaticinó que en España tardaríamos cuatro años en tener al 70% de la población vacunada. Ahora que va a salir de la escena, a lo mejor tiene una tardía ocasión.
Puedo comprender a quien no le gusten las vacunas o sea reticente a ellas.
No entiendo a los insolidarios, a los irresponsables ni a los chulos.
Comprendo que se pongan en cuestión las cifras oficiales de la pandemia. Sucede en todos los países. Ha sucedido en todas las catástrofes. Siempre está lo constatado fehacientemente y lo que no se ha podido constatar. ¿Cuántas personas murieron de covid y no se les pudo diagnosticar? ¿Cuántos fallecidos fueron diagnosticados de covid, y oficialmente constan así, pero en realidad murieron de otra enfermedad? El INE dio en junio de 2021 -como hace todos los años- las cifras de nacimientos y defunciones en 2020, y reflejaba en un exceso de 75.000 muertes con respecto a 2019. Ese es el mejor dato al que nos podemos atener, aunque lógicamente no sea del todo exacto. Cuando este año publique los datos de 2021, habrá que sumar el exceso al de 2020 y tendremos la foto más aproximada posible. Y luego en 2022… Y claro que serán en total más muertos que los notificados por el Ministerio de Sanidad.
Lo que no entiendo es que hay gente a la que intentas explicarles esto con tu mejor voluntad… y les entra por un oído y les sale por el otro. Que no, que han ocultado las cifras y ya está. Y luego está la citada urgencia informativa, que no permite esperar tantos meses para tener datos que permitan dar una información objetiva. Hay que dar cifras ya, las que sean…
Comprendo que los profetas y agoreros se están yendo a otra parte.
No entiendo que crean que no volverán a la menor oportunidad.
Como este ejercicio comprende la posible salida de una crisis y el principio de otra…
Comprendo, apoyo y me sumo a toda la ola de solidaridad desplegada hacia la gente de Ucrania.
Pero no entiendo que refugiados de otras latitudes en estos últimos tiempos no hayan recibido el mismo trato.
Comprendo que Putin sea percibido en estos momentos como el enemigo número uno de la humanidad.
Pero no entiendo que cada uno, en sus respectivos países, pretenda identificarlo con su enemigo político de turno, si de izquierdas o de derechas.
Comprendo que siempre necesitamos un enemigo público, y este se ha hecho con todas las credenciales.
Ahora bien, no entiendo que seamos incapaces de identificar a otros enemigos públicos, incluso algunos se diría que caen bien.
Comprendo que un mundo convulso como el que tenemos sea pasto de una actualidad inflamada, continuos sobresaltos y sucesos históricos casi a diario.
Pero quizás no entiendo que esa agenda de hechos históricos parezca programada para no dejarnos levantar cabeza.
En resumen, después de estos dos años, creo que cada vez me cuesta más comprender y decididamente entiendo menos.