Erupciones y eructaciones

Yo era el volcán y tú la lava. Yo el piroclasto, tú el magma.

Que en España tengamos un nuevo volcán es noticia suficiente para copar los espacios. Pero detienen a Puigdemont y todo pasa a segundo y tercer plano. Lo de La Palma es un espectáculo para la vista -sí lo es- a la vez que un desastre para la gente a la que la Naturaleza -y puede que la falta de planificación en el tiempo- está arruinando la vida. Pero intentando mirarlo con luces largas, es un hecho histórico que quedará en nuestra memoria y en la geografía. Lo de Cerdeña es una entrega más de un serial insufrible e interminable, porque no va de historia, sino de personajes que no piensan más que su propia historieta y su corto plazo. Aquello es una erupción, esto, una eructación.

Bordeábamos el cráter y se te ocurrió contar los pajarillos del cielo.

Pero así de trastocada tenemos la perspectiva. La noticia del lunes no era el incipiente volcán y sus primeras consecuencias, sino que la ministra de Industria había metido la pata. En realidad, lo que le pasó fue de primero de formación de portavoces. Cierto que se lo sacan de contexto, pero si no quieres que te lo saquen, no lo pongas ahí. Para ella no fue lo más importante que dijo, pero para la prensa fue lo más novedoso, esto es, noticioso. Dos reglas del portavoz mal gestionadas (de las siete que tenemos acuñadas Las Siete Reglas del Portavoz – Byenrique). Primero (regla 2), cuando termines la respuesta, la terminas. Has lanzado tus mensajes principales (y la ministra lo había hecho) y ya está, no tienes por qué abundar más. A veces el/la periodista se calla (algunos lo hacen astutamente para darte carril) y sientes la necesidad de seguir hablando. No hay que caer en esa tentación. Es entonces cuando te comes la otra (regla 3): elucubras. Te vas por tangentes que no eran exactamente lo que tenías en tus mensajes, divagas, y vas y te metes en el jardín (o en el cráter, en este caso). Y ahí viene el titular. Y las portadas. Y llevarse las manos a la cabeza, los que lo leímos, pero hasta la misma ministra, no digamos sus jefes. Luego, ya se sabe, tras la erupción informativa, las eructaciones políticas: en el país en el que no se dimite por nada, se pide la dimisión por todo.

Querías correr ladera abajo, pero la vista se te iba ladera arriba.

El caso es que criticamos lo del espectáculo -que sí, que lo es- pero allá se han ido el presidente del Gobierno, los reyes, el líder de la oposición, las radios y las televisiones, grandes figuras mediáticas… A informar, sí, a animar a esa gente, a evaluar daños y prometer ayudas. No cabe duda de que han ido a eso. Pero también a verlo. Yo mismo, si pudiera, me acercaría hasta allí aunque sólo fuera para escuchar con mis propios oídos ese rumor furibundo, recibir toda esa energía en directo, asistir lo más de cerca posible, sin quemarme, a esas masas negras reptantes que sabes que llevan la fuerza bruta por fuera y el magma abrasivo por dentro. Y sí, sentir el escalofrío. Lo mismo que hay quien se excita con las novelas o películas de terror, o se queda hipnotizado delante de una serpiente de mordedura mortal. ¿No nos quedamos enganchados hace 20 años -horror aparte- a aquel recital de imágenes imposibles de los aviones entrando en las torres gemelas como el cuchillo en la mantequilla? Es condición humana y no lo podemos evitar. Otra cosa es tener responsabilidad política -o de cualquier índole- y declararlo o decirlo a destiempo.

Buscábamos, pero la ceniza no nos dejaba ver el volcán.

Pero volviendo a la perspectiva, ahora que los datos de la pandemia se alivian dentro de lo que cabe, luego ya no suben a lo alto de las portadas online, necesitamos otros impactos que nos alteren el pulso, otras erupciones mediáticas. Ya recordábamos el otro día que los veranos informativos dejaron hace tiempo de ser lo que fueron, aquel remanso de actualidad que dejaba salir a flote hechos más inocuos. Sin ir más lejos, entre julio y agosto de este año hemos tenido crisis de Gobierno, Messi, incendios salvajes, inundaciones inusitadas, lo de la luz, Haití otra vez, Afganistán… y en los últimos días estivales, el volcán. Sacudidas sísmicas de alta escala, todas ellas. Por cierto, aficionados siempre hay a explicar las conjunciones planetarias o estelares en relación con años de catástrofes y fenómenos extraordinarios. Pues lo que sí es verdad es que la última erupción volcánica en España hasta esta y la última gran nevada en Madrid hasta la que nos pasmó en enero, datan ambas de 1971, hace justo 50 años. Lo dejo ahí para los amigos de la interpretación astral o esotérica. Y sí, a este paso, lo de los extraterrestres va a suceder. Total, ya estamos preparados para todo. No tiremos las mascarillas, por si acaso. Y como ya saben los que saben cómo guardarnos en casa…

A las diez se produjo la erupción, a las once yo yacía abrasado y tú ya subías una nueva ladera.

Hablando de Madrid, aquí lo vemos bastante de lejos, para qué nos vamos a engañar. Entonces, en medio de este enjambre sísmico -otro término que hemos aprendido este año-, vamos y giramos la vista hacia unos hipotéticos Juegos Olímpicos en 2036. Otra de guerrillas de comunicación: el presidente del COE va y suelta una liebre, entonces la vicealcaldesa la detecta al instante y dice “esta es mía, que no se me escape” y el alcalde se mosquea porque “no hay que precipitarse, tenemos que acordarlo entre todos”, que en realidad quiere decir “cuando sea, esto me toca anunciarlo a mí”. Y todos distraídos y divertidos con el juego. Que no son más que fuegos de artificio. Madrid presentará en efecto su candidatura y casi todos estaremos de acuerdo, porque es una inmejorable oportunidad: ya no hay tantas ciudades que se peleen por ello, y además ese año, después de recalar en Estados Unidos y Australia, los Juegos, sí o sí, tocarán en Europa. Además, es verdad que un Madrid’36 sería una magnífica oportunidad para, justo un siglo después, darle una vuelta a la fatídica efeméride. Ah, pero ¿quién estará ahí para apuntarse el tanto? ¿Y qué será de España, del mundo, para entonces? A lo mejor son los primeros en los que compiten naciones extraterrestres.

¿Se extinguió el volcán? Yo te pondré la explosión.

Una erupción volcánica es un acontecimiento único en un país acostumbrado más bien a las eructaciones. Pero de éstas no se libra ni un fenómeno geológico como el que estamos viviendo. Ahí tenemos a los expertos y analistas de pandemias que ahora se han reconvertido a consumados vulcanólogos. Y una vez pasen la alarma y el paroxismo, acudirán prestos los que busquen por cualquier medio instrumentalizar -políticamente, claro- cualquier hecho o circunstancia relativa a lo que está pasando en La Palma. No faltará quien se invente una medalla para ponérsela ni quien culpe y responsabilice buscando el recoveco más inverosímil, y no faltará el tendero que servicialmente sirva y dé difusión a cualquier teoría falaz que le susurren. Tampoco los profetas que aprovechen para escandalizar, y si hace falta, aterrar al personal. Insisto, no tiren las mascarillas ni las guarden al fondo del cajón. Ceniza nos va a caer, pero no de roca y mineral.

Aunque no veas nada, no dejes de mirar.

Pero, aunque la actualidad nos lleve por senderos anexos, no nos distraigamos, sigamos atentos al volcán. Es un espectáculo -insisto en que lo es- pero no es ninguna broma. Se acaba de producir un derrumbe en su cono, justo mientras escribo. Asombra, fascina, pero preocupa y asusta. Y de toda esa gente a la que ahora compadecemos, no se nos ocurra olvidarnos… una vez más.

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