Hace un año ya que empezamos a ensayar el género del microrrelato. Con mejor o peor suerte y acierto, es de suponer. Pero al menos, ya es una conquista habernos enganchado a las historias en menos de 100 palabras, que antes se nos antojaban poco menos que imposibles. Y puede decirse que es casi un milagro que cada semana salga algo. Estos son los escritos de enero a marzo, que nos dan para la quinta entrega. Los llamo a quemarropa porque están escritos con muy poco tiempo, robándoselo a las obligaciones, con innumerables distracciones revoloteando. Que admitirán revisión, sacarles punta o brillo, tal vez replantearlos o, algunos, directamente tirarlos a la papelera. Pero han quedado así, y es como os los dejo:
La semana misma
Cojo tu mano y salimos corriendo un lunes. La vida se nos escapa y me falta el aliento para apurar cada segundo y respirarlo contigo.
Tomo tu brazo y salimos a pasear un jueves. La vida nos acaricia, me sorprendo de que aún nos brillen los ojos y un agradecido sol caldea nuestro intenso, paciente abrazo.
Te levanto despacio y caminamos torpemente hasta la ventana un domingo. La vida ya nos pertenece y el tenue temblor de tu hombro me ayuda a recordar y celebrar todo lo que hemos andado juntos.
Amante secreta
“Dígale, agente, que la quise mucho”. Pero ni hace por escucharme mientras me esposa y me empuja hacia el furgón. Consigo girarme y ver cómo la acompañan, la introducen en un coche gris. “Pero dígame, ¿qué le va a pasar?” Esta vez obtengo una seca respuesta: “mejor preocúpese de usted”. Cuando el transporte a mi terminada vida pasa por delante, puedo verla por última vez, su pelo negro, sus facciones delicadas… la chapa puesta y la palmada efusiva del comisario. Siento el hielo de la traición. Me quedará saber, y ella lo sabrá siempre, que esa medalla la llevará no prendida, sino clavada en el corazón.
Mundos más allá
Su incontrolable afición por los viajes interplanetarios nos tenía continuamente en tensión. Es verdad que le llevaba a mundos insospechados que, a su vuelta, contaba con emoción. Nos fascinaban sus relatos de lugares y seres extraordinarios, inimaginables en nuestra anodina existencia. Pero esta vez la expedición se había salido de órbita, temimos lo peor, angustiados a la espera de noticias. Al menos, fueron alentadoras. Lo hallaron y detectaron señales de vida, al parecer en un remoto asteroide extraviado. Tomando un chato en la barra, prueba inequívoca de que el abuelo había traspasado el límite perimetral de nuestra confinada y deprimida galaxia.
Ahora que le cuento…
Su marido era insufrible. Ahora se lo puedo decir abiertamente. Un indecente. Un degenerado. Me subía a la escalera para sacarle el polvo a la lámpara y el muy sátiro se echaba en el sofá a leer el periódico, esto es, a disfrutar del paisaje. Tocaba fregar el baño y no le faltaba excusa para entrar cada dos por tres. Luego se dejaba caer por el dormitorio mientras hacía la cama y mullía las sábanas tersas, con ese solecito que entraba por la ventana… Entonces era tan tierno y tan atento, eso también se lo tengo que reconocer, señora.
Proyecto de vida…
Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía nadar. Bueno, tampoco sabe andar en moto ni hacer sonetos ni derivadas. Si no ha cumplido dos años. Tú y tus avanzadas teorías sobre la educación inversa. Vale que predicaste con el ejemplo y yo te seguí. Pero ya ves que me enamoré de un catedrático, me casé con un estudiante, acepté que desaprendieras a hacer el amor y hasta que ya no sepamos escribir ni apenas contar. Ahora, prefiero que nuestro hijo tenga un proyecto de vida, como tú dices, vulgar. Olvídate de La Sorbona. Ya le enseñaré a tocar el sonajero con gracia… y si es posible, a hablar.
Vivo muriente
Dígale, agente, que no tuve más remedio que matarle. Él me mató a mí hace mucho tiempo. Ahora ya estamos juntos. Entiendo el dolor de esa mujer y que piense que le he roto la vida. Si en la otra llegáramos a coincidir, intentaría explicarle. Le contaría que durante todos estos años fui una muerta viviente, mientras ella creyó ser feliz con un vivo muriente. Tarde o temprano tenía que llevármelo. Agente, no me mire con esa cara. Si se porta bien, prometo invitarle a nuestra nueva casa… cuando surja.
Muy loba
Habría sido insufrible ver a ese pedazo de cachas haciéndole el boca a boca. La muy loba se hacia la muerta, no había piscina ni playa ni gimnasio donde no le pasara lo mismo, y casualmente, siempre merodeaba el ‘chulazo’ de turno. Pero esto ya era demasiado. Por nada del mundo iba a permitir que ese bocadito de hombre cayera también en sus garras. Además, tan modoso y atento, no se merecía ser la víctima de turno. Así que, de súbito, me desmayé yo también. Así, él tendría la oportunidad de elegir. Entre ser devorado lenta y amorosamente… o a dentelladas furiosas bajo la luna llena extasiada.
Futuro de ida y vuelta
Sus deseos de comprarlo todo en Marte acabarán con nuestra civilización. Me lo decía mi hermana mientras tomábamos nuestro té de limonita a las cinco. Toda esa voracidad especuladora, han copado los cráteres y los valles, han levantado resorts, centros comerciales… y ese turismo barato… ya no hay quien respire. En unos millones de años, no se podrá vivir aquí. Yo la tranquilizaba. De noche nos regalaríamos un zumo de esmectita espumeante y unos reconfortantes saltos por la cálida atmósfera. Nos fijaríamos en ese puntito brillante, dicen que nuestra última esperanza: un gran planeta azul en el que quizás, quién sabe, hasta vida inteligente haya.
Vividor
La mejor manera de canalizar mi vocación de vividor fue leer: hasta el prospecto del jarabe, las aventuras de Blyton, los bocadillos de Ibáñez, los anuncios clasificados. Los sonetos de Lope, las novelas de Dostoievski, las facturas de la luz. Leer los labios inescrutables que un buen día me abriste, los ojos de los niños mientras dormían, las notificaciones de Hacienda que me seguí negando a entender. Leer a Cortázar y en las colillas del cenicero el aviso cierto de un parte fatal. Creo que en la vida no he sabido hacer otra cosa, la verdad. Eso sí, qué gran vividor he sido…
Hasta aquí por esta vez, y os dejo también las anteriores entregas de los microrrelatos a quemarropa:
Microrrelatos a quemarropa – Byenrique
Microrrelatos a quemarropa (II) – Byenrique