Por más que nos dijeran, unos peor que otros, pero nadie salió bien de esto. Con el alma despedazada o con la cabeza más estropeada. Con diez kilos de chocolate añadidos o adicto a la ginebra hidroalcohólica. Con las ideas embotadas o con la inventiva descontrolada. Hubo quien se resistió a contar los días, así que seguramente no sabía que iban ya para 90. Hubo quien no se lo quiso creer y aún se preguntaba. Todo indicaba, con las debidas reservas, que estábamos al final de la cuarenquema. Sin reparar ya casi en sus cuerpos maltratados, todos salían a ver qué había, quién estaba ahí.
Entonces era como reaprender a vivir. Avanzaban con pasos tímidos, temerosos tal vez de equivocarse o de no seguir la instrucción correcta. La primera tienda, el primer autobús, un café prohibido a toda prisa. La primera aventura más allá de la farmacia o el supermercado. Pero todo con mucho tiento. Como si la humanidad temiera salir descalabrada, más que otra cosa. Claro, que los hubo más valientes. Pero esos eran para las noticias que informaran de desbarajuste y descontrol. El autor apuraba los últimos días, y miró el calendario. Otra vez. Llevaba mirándolo desde un día extraño de diciembre.
Superados los días en los que el mundo se redujo a tres pantallas no más, tocaba pasar lista. Preguntar por aquellos que no palpitaban en los grupos de whatsapp o no mostraban al mundo el salón de su casa, las vistas desde su ventana. Los que no sabían cantar ni tocar la guitarra y los que cocinaban más bien como para no exhibirse demasiado. Y sí, se los veía salir con mucho cuidado, doblando despacito la curva de su calle. Más o menos iban acudiendo puntuales, hoy todavía faltan unos pocos. Se les espera y ya nos enteraremos de lo que haya, nos lo contarán sólo una vez.
Las distopías no se formulan para que se produzcan, pero esta había rondado demasiado cerca de una predicción incauta. Ni se pensó el interfecto que, en apenas una semana, iba a sobrevenirle poco menos que el mundo que ingenuamente recreó. Sólo quiso tal vez provocar, y a lo mejor se le fue de las manos. Era un juego, no un vaticinio. Era carnaval y cambiaron las máscaras venecianas por las quirúrgicas. Empezaba la cuaresma, quién le iba a decir que se terminaría, y la vigilia iba a seguir. Al decimotercer sábado, se fijó en el calendario. Alguien, a saber quién, le tendría que explicar.
Pero ya prevalecían los aires de normalidad. Iba a ser como una fiesta cada pequeño avance. Cada primer día de cada nueva vida se celebraría como una bendición. Los aperitivos telemáticos darían paso a las quedadas bajo reserva, las videollamadas familiares a las cenas sorpresa. De la cerveza en casa a una caña al sol como si no hubiera mañana. Los que tal vez no habían entendido bien el concepto y pensaron que pandemia significaba academia de pan, guardaron la levadura cuando descubrieron eso que llaman running y unas mallas que les regaló un amigo invisible o que se compraron en un acceso de euforia. La bestia ya había salido de la madriguera, pero ahora también empezaba a desperezarse, y los ciervos, las aves exóticas y los jabalíes sabían ya que volverían a ser expulsados del paraíso. El ecosistema retomaba su mecánica infernal pero eficiente. El ruido volvía a acallar los sonidos.
Sin embargo, iban a quedar reductos de aquel tiempo. El teledestajo (1) ya no iba a ser un mero recurso sino un sistema, ciertamente una buena idea para reconvertir los tiempos improductivos en añadidas horas de trabajo. Los ERTEs de jueves y viernes, una fórmula al uso. Las reuniones en Zoom, puntuales y concurridas. Las horas punta, redistribuidas. El distanciamiento podría ser una faena según con quién, pero también, no se crean, iba a ahorrar no pocos compromisos y situaciones engorrosas. Las mascarillas volverían a ejercer de máscaras, un interesante complemento para ocultar sugerentemente el rostro, mucho más barato que las manidas gafas de sol. El gel, el nuevo producto estrella entre los cosméticos. Los conciertos, teatros, estadios… posiblemente espacios reservados a las élites. Los eventos masivos, gratis o baratos, en streaming. ¿Otra vez dando ideas…?
Y pasaron las fases, cuartos, semifinales…. Fueron aprobando los más atrasados, la ciudadanía volvió encantada de conocerse, aun bajo las escafandras. El susodicho miró atrás. Lo que dijo entonces, lo que escuchó, lo que dicen ahora los que dijeron. Los que tenían urgencia imperiosa cuando no conducían la nave, y se refrenan ahora que han tomado el mando. Todo lo que vio, lo que apuntó, lo que no hizo falta ni anotar. Algunos deseos se anunciaron posibles, y otros se estamparon. Algún reencuentro inesperado, alguna noticia a traición. Siempre hay alguien en quien pensar, pero es verdad que empezaba a dormir algo mejor. Y ahí estaba el calendario chino, que lo había visto todo. Eso, un día habrá que contarlo. Un día…
Esa mañana dio el primer beso. Furtivo todavía, pero certero, sonoro y sin tejidos por medio. Íbamos quemando etapas, nos habían robado una primavera, pero quemará el verano. Hasta poder decir pronto que la cuarenquema es pasado.
(1) Teledestajo. Este palabro, que no hace falta definir, no es invención mía. Hay que decirlo para respetar los derechos de autor.