Sí, toca reflexionar. Durante la campaña electoral, y también desde mucho antes, hemos criticado severamente a los líderes políticos la sistemática ausencia en sus discursos de grandes asuntos que podrían interesar a los ciudadanos, quizás incluso ilusionarles. Que serían susceptibles de formar opinión en torno a ellos y tal vez cobrar peso a la hora de decantar el voto de mucha gente. No en vano, se supone que las elecciones son la oportunidad que tenemos de decidir sobre el país que queremos, lo que seguramente será más importante que elegir la foto o el cartel de quién lo dirija.
“La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa”, decía el escritor y diplomático mexicano Marco Aurelio Almazán. Y es así, y ahí está. A los españoles, además de lo de Cataluña, el paro o las pensiones, nos preocuparía seguramente lo que se va a hacer en este país con la energía, la ciencia, el desarrollo tecnológico, la educación para el futuro, la competitividad industrial, el medio ambiente o las infraestructuras… Cuestiones que, directa o indirectamente, nos afectan a todos. Son las que nos darán de comer y determinarán nuestro futuro, en qué trabajar, qué aprender, cómo vivir… En definitiva, las que tienen que ver con nuestro bienestar.
Pero cuestiones que no están en la agenda política. Sí llegan a aparecer en los programas electorales, generalmente en el fondo y meramente citados, no más que generalidades bienintencionadas -con alguna excepción, claro, porque alguno no manifiesta precisamente buenas intenciones en según qué tema. Y cuando llegan los grandes discursos, las declaraciones de impacto, los debates mediáticos y los minutos de oro, plata y bronce, invariablemente desaparecen de escena.
A cambio, como destacaba Santiago Carbó en El País – uno de los que más certeramente han puesto el dedo en esta yaga-, los políticos buscan la rentabilidad a corto plazo, y se decantan por derivar su discurso hacia aspectos más emocionales, que entienden que son los que movilizan a los votantes. De ahí que apelen al orgullo, a la identidad, a la aversión por el rival convertido en enemigo, y por supuesto al miedo. Y con mensajes simples, directos, que inflamen y se propaguen lo más posible. Por otra parte, las materias arriba citadas requieren de más desarrollo y elaboración, y por lo general implican hablar de planes a medio o largo plazo. Además, se trata de cuestiones en las que, por lo general, los partidos suelen estar básicamente de acuerdo, al menos en lo esencial, en el fin -otra vez con excepciones. Por lo tanto, tampoco se prestan a una de las facetas más apreciadas en el debate político actual: la confrontación.
Sí, lo hemos criticado insistentemente, y estoy seguro de que no nos falta razón. Pero la siguiente pregunta es la que proponemos para la reflexión: ¿Realmente hemos hecho lo suficiente para que los políticos se bajen de su nube y pisen la tierra de estos asuntos que verdaderamente importan? Me refiero a los periodistas, los medios de comunicación, los que opinamos, los que de alguna manera interactuamos o pululamos en el escenario de la comunicación política. ¿Les hemos invitado a que hablen de esos temas? O, es más, ¿les hemos interpelado, hemos insistido, repreguntado…? ¿Hemos provocado realmente el debate sobre ellos o hemos dado espacio y cobertura relevante cuando sí lo ha habido?
A ver, consta que intentos ha habido. Se han promovido algunos debates sectoriales entre representantes de los partidos, supuestamente expertos en su sector. Sobre ciencia e innovación (como el organizado por la Confederación de Sociedades Científicas), sobre digitalización (por la Asociación Española de Economía Digital) o sobre cambio climático (por eldiario.es y Greenpeace), todos ellos con interesante pero relativa difusión. Se ha informado de propuestas puntuales, unas veces de líderes regionales que prometían progreso a su región, otras veces de actores secundarios de gira por pueblos y ciudades. En los últimos días, algunos medios se han esforzado por ofrecer análisis comparativos de las propuestas electorales en determinados ámbitos, generalmente tras un trabajo de bucear en los programas. Y que, esa es la verdad, generalmente tampoco ofrecían grandes novedades ni matices a pesar del profuso trabajo.
Pero cuando aparecen los primeros espadas, olvídate. Cuando se trata de prime time o portadas, nada por aquí y nada por allá. Los grandes titulares han ido siempre por el lado de lo políticamente visceral. ¿En qué entrevista a cada uno de los cuatro principales líderes (sí, hay un quinto, pero apenas ha dado entrevistas) se han formulado preguntas más allá de las cuestiones más manidas y recurrentes, en las que se conoce casi perfectamente la postura de cada uno? Cuando no sobre estrategia partidista, pactos post urnas… o las que decididamente servían la polémica, la trifulca y las declaraciones de tono grueso. En los dos debates televisivos, ante una audiencia se dice que histórica, ¿cuál era la agenda de temas propuesta? Se supone que previamente aceptada por los cuatro debatientes, pero… ¿se intentó al menos “colar” algún otro capítulo en el guion?
Es más: cuando, el último día de campaña, uno de los líderes en disputa -para ser precisos el que defiende el título- se dio cuenta de que tenía que colocar unos mensajes -en concreto sobre ciencia y sobre el clima-, aprovechó la penúltima entrevista en un gran medio. Pero lo hizo a fuerza de no responder a lo que le estaban preguntando. Utilizó la muy socorrida técnica de tenderse puentes para cruzar deliberadamente a las cuestiones que quería citar, ya que esta vez tenía algo que decir y no quería que se le escapase la ocasión. Porque ninguna pregunta le había invitado a pasar por allí. Y era una gran cadena, un prestigioso programa y una admirada periodista.
Reflexiono, y deberíamos mirárnoslo. Los políticos hablan de lo que les interesa, porque es donde piensan que se juegan el cobre y sus próximos cuatro años. “La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”, esta es del escritor francés Edmond Thiaudière. Pero ¿no será también que periodistas y comunicadores nos estamos prestando a ese interés? O que nos hemos acomodado a su discurso, o que hemos perdido la perspectiva. Además de censurarles que no presten atención a estos otros aspectos esenciales para nuestra vida como ciudadanos y como país, quizás deberíamos invitarles, apelarles, insistir en que lo hagan. Que bajen a esa arena y se manchen en ella, más que en otros barros que ensucian bastante más y no generan provecho ni sustancia. Si no lo hacemos, podemos dar la sensación de que, como a ellos, a nosotros tampoco nos importa. Y reflejamos que a la sociedad tampoco, ¿o será que realmente es así?
Esta ya se ha jugado. Para los que quisiéramos debates interesantes y relevantes sobre cuestiones que importan… otra campaña será.
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