A eso de las tres de la tarde en Argentina, verano, “borró una lágrima de pena aquel cantar”, que dijera Carlos Gardel en “Mi buenos Aires querido”. Después de 36 años, volvían a ser campeones del mundo del fútbol. Y el acontecimiento que eso supone en cualquier país, allá es un día -qué digo, semanas, meses…- en el paraíso, como lo serían en el más cruel infierno si los penaltis se hubieran dado de otra manera o si va para dentro el gol a bocajarro que tuvo Francia en el minuto 123. El mundo cambió y pudo cambiar más en un instante, pero al final se detuvo ahí. Y como ha dicho Clarín, “entre tanta pálida, hoy sólo toca festejar”.
Pero el mundo ha cambiado para Leo Messi. Hace cuatro años y medio escribíamos ¿Quién debe mirárselo, Messi o Argentina? – Byenrique cuando la albiceleste caminaba derecha hacia un nuevo fracaso en el Mundial de Rusia. Y él era el foco de todas las críticas y más allá, de las iras. El “pecho frío”, más otras lindezas que le dedicaron, una especie de impostor que se había marchado del país con 13 años, que lo había ganado todo y deslumbrado todo en Europa con el FC Barcelona, pero que a su Argentina natal -con la que, por cierto, había elegido jugar cuando podía haberlo hecho con España– no era capaz de regalarle la misma gloria. ¿Quién debía mirárselo, Messi o Argentina?, decíamos.
Y se lo ha mirado Argentina. Cuando han vuelto a hacer un equipo, cuando a un entrenador sensato como Scaloni le han dejado cuatro años para trabajar, como se los dejaron a Menotti y a Bilardo. Posiblemente esta selección argentina no tenía mejores cromos que las de los últimos mundiales – el de Messi sí, algo más descolorido por la edad. Pero en vez de una lista de nombres tan descollantes, tenía jugadores comprometidos, implicados y que jugaban a una misma cosa: a ganar todos juntos, sin esperar a que su genio lo hiciera y lo resolviera todo. Y con la ayuda de todos, claro, Leo ha hecho y ha resuelto mucho, más que nadie. Ahora, en vez de pecho frío, ya podrían llamarle “el pecho de Dios”. Pero es que no ha cambiado él. Ha cambiado lo que tenía alrededor. A saber si dentro de 20 o 30 años, dicen que el Mundial de Catar lo ganaron “Messi y unos mataos”, como dicen de Maradona en 1986. Pero ni entonces ni ahora es verdad. Ambos los ganaron equipos bien trabajados de los que que formaba parte el mejor futbolista del mundo, el de entonces y el de estos últimos 15 años.
¿Y el mejor de la historia? Esto seguirá siendo opinión de cada uno. La mía, desde hace tiempo, es que Messi es el mejor futbolista que yo he visto, y para mí nada ha cambiado ayer. Los títulos los ganan los equipos, los mejores por lo general juegan en grandes escuadras y contribuyen a su éxito, que es colectivo. Y no ganar los títulos, también es colectivo. En cambio, lo que viste, lo que recuerdas, lo que te enamoró del futbolista, sus goles, sus pases, es individual. Messi ha sido el mejor muchos días, muchos partidos, muchos años. El vídeo de sus highlights es interminable, no habrá llegado a la mitad cuando el de otros grandísimos -Maradona incluido- ya se ha terminado. Ahora, además, tiene ese mundial que a Argentina se le negaba. Pero lo único que cambia es que a Leo ya no le podrán colocar ese argumento en contra.
Por lo demás, se termina un Mundial que, volvemos a decirlo, nunca debió jugarse donde y cuando se ha jugado. Pero, sin dejar de recordar eso siempre, vamos a reconocer que en lo futbolístico ha sido un mundial divertido, trepidante, con muchísimo ritmo y partidos y selecciones que se recordarán. En eso le gana a bastantes de los últimos. A lo mejor por el hecho de no haberse disputado a final de temporada, con los protagonistas frescos y enteros -los que no se lesionaron antes, claro. Quizás ese detalle sí podría ser para planteárselo en el futuro. Porque lo de diseñar temporadas más descargadas de partidos, eso sí que no se lo van a plantear ni de coña.
Y nos queda la final de ayer, también inolvidable. Sin duda va a quedar como la mejor de la historia. Lo que es por puro fútbol, posiblemente hubo alguna mejor que esta. Pero ninguna ha tenido tantas cosas, tanto dramatismo y giros del destino. Quién sabe si se lo debemos en gran parte a Otamendi, porque hasta el error que terminó en su penalti, esa final estaba siendo un recital de Argentina sobre una Francia desconocida, atolondrada y con un entrenador desquiciado. Pero en ese momento cambió el guion. Mbappé, que en 80 minutos prácticamente no había aparecido, emergió como un tornado. Y a partir de ahí, todo pudo ser. Cuando el 3-2, que sólo podía ser de Messi, parecía asegurar su final feliz, todavía tendría que recordar, una vez más, lo difícil que es ganar la Copa del Mundo. Había hecho todo lo que estaba en su mano, en sus pies y su cabeza, y aun así no era suficiente. Tuvo que aparecer su portero, tan grosero como salvador, para hacer la parada de la noche, del Mundial, de la vida de ellos y de muchos argentinos.
La Copa Mundial ha vuelto a Sudamérica 20 años después. Y Argentina salió campeón recién cumplidos dos de la muerte de Maradona. Ahora tienen a un dios más al que venerar. Aunque a este le ha costado mucho más entrar en ese santuario argentino. Mira cómo es la vida, que pudo haber entrado con 18 años, en el Mundial 2006, pero tuvo que ver desde el banquillo -junto a Scaloni, por cierto- cómo Alemania les eliminaba por penaltis después de dominar un partido y una prórroga que jugaron sin delanteros en el campo. Es que aquel entrenador era muy pequeño -Pékerman se llamaba- como para jugársela con un chaval intrépido y desbordante que ya era casi todo lo bueno que iba a ser. Los disgustos que se hubieran ahorrado Messi y sus compatriotas. Ahora, a los 35, ya lo tiene y no se lo quita nadie. Así se ha escrito esta historia, que finalmente queda redonda. No siempre sucede así…
En fin, una prueba más de que este Mundial me ha divertido es que me ha hecho volver a escribir de fútbol, algo que hubo un tiempo en que era habitual y últimamente no. Ahora la vida sigue, y seguiremos con otras cosas. Ah y por cierto, a partir de mañana los periódicos recuperarán sus secciones de Deportes. Porque este último mes, no había más que Catar.
Y este, que era el Mundial que nosotros, España, tampoco íbamos a catar, finalmente lo catarán los argentinos. Justo y merecido que lo disfruten. Con Messi, el pecho de Dios.