¿Por qué votamos melón…?

… Si queríamos sandía. En Italia venían de dos primeros ministros moderados que desde fuera parecían razonables… pero cuando han ido a votar, se sabía que los italianos iban a preferir ultraderecha y así ha sido. En el parlamento de ¡Andalucía! los partidos de la derecha ganan por 72 a 37, han arrasado hasta en el campo, tradicional granero de los de izquierda. En Chile, han rechazado una constitución que venía a sustituir una promulgada durante la dictadura militar, eso meses después de haber elegido a un presidente de izquierdas. En Suecia, todo parece indicar que gobernará la derecha, eso no deja de ser normal, lo que pasa es que son los ultras los que la lideran, entonces ¿han votado los suecos un cambio de sociedad?

¿Pero qué estamos votando? Escuché el otro día a Nieves Concostrina que en la Alemania de los años 30 existió un partido nazi judío. ¿Cómo…? Sí, ellos también abogaban por una gran Alemania y se sentían parte de ella. Y, sobre todo, confiaban en que esos nazis expulsarían a los judíos emigrantes, que eran los que les molestaban. Cuando se dieron cuenta de que también iban a por ellos, ya fue demasiado tarde.

Sin llegar a ese extremo surrealista, pero histórico y que sirve como aviso a navegantes, la verdad es que choca muchísimo lo que se vota hoy en el mundo, en Europa, en España. Siempre hubo gente que previsible y comprensiblemente votaba derechas y otra que, también previsible y comprensiblemente, votaba izquierdas. Y luego otro gran grupo de gente indecisa o que cambiaba razonablemente de opinión o que votaba por puro pragmatismo en función de resultados o de lo que le convenía en cada momento. Esos solían ser al final los que decidían unas elecciones. Pero ahora esas lecturas son muy complicadas. Y, sobre todo, el progresivo avance de la extrema derecha, más paulatino o arrollador en según qué países pero evidente en todos, desconcierta a la vez que aterra. Uno de cada seis votos en Europa, acaba de avisar El País.

Intentan explicarlo sociólogos, politólogos, analistas, tertulianos y, cómo no, oportunistas y bocazas con seguidores. Se nos habla de desafección política, de la criba de las clases medias en las sociedades occidentales, del trasvase entre “populismos” (por esto las comillas) de izquierda a derecha, de desilusión y desmovilización del electorado de izquierdas, de la irracional devoción por líderes de talante canalla, de la desinformación y la intoxicación, de lo mal que vamos a terminar con las redes sociales… Puede que sea un poco de todo esto. O no, quién sabe…

El caso es que hablas con cualquier británico supuestamente razonable y te dice que vive escandalizado y abochornado por el brexit… pero lo han votado la gran mayoría de los británicos y todo indica que volverían a votarlo. Conoces a gente que necesita la sanidad pública, porque no puede pagarse un seguro, y vota sistemáticamente a los partidos que siempre han hecho por favorecer a la sanidad privada, lo mismo con la educación… o que no tienen patrimonio, pero les parece estupendo que eliminen el impuesto al patrimonio. Se anhelaba y celebraba que mujeres ascendieran a los primeros puestos de la política, y sí, están ascendiendo… pero las de corte neofascista. Y te enteras de españoles amantes de la naturaleza, enamorados y defensores a ultranza de nuestra fauna, que gustan de vivir rodeados de animales… ¿y votan a Vox?

Claro, no podemos llamarles inconscientes, incultos o imbéciles -aunque en algún caso nos entre la tentación de al menos pensarlo. Al fin y al cabo, cada voto es legítimo, vale lo mismo y las motivaciones de cada uno son nada más que suyas. Más bien habría que reflexionar, y es posible que algunos deban dejar de mirarse el ombligo y empezar a mirarse otra cosa. Una cosa es cierta y constatada, en España y en más países: los ricos votan más que los pobres. A razón de tres de cada cuatro en los barrios más pudientes de las ciudades y de uno de cada cuatro en los más humildes. Luego están las razones que pueden explicarlo, y algún estudio alude a que es en esas zonas desfavorecidas donde más cunde la desafección hacia los políticos. Eso podría también explicar otro fenómeno: las ultraderechas están ganando adeptos en esas zonas. De acuerdo con el INE, los cinco municipios más pobres de España son andaluces, y en las últimas elecciones generales -noviembre 2019-, Vox ganó en cuatro de ellos. En Madrid sí se movilizó la gente de todos los barrios en las de mayo de 2021, y ya sabemos lo que se votó. Si en España los ricos votan al PP y los pobres empiezan a votar a Vox, y eso parece que ha pasado en Italia y muy posiblemente esté siendo así en Francia y en otros países, ¿qué debería mirarse la izquierda?

En efecto, ¿qué no se le entiende bien a la izquierda? Cuando gobierna, cuando hace oposición, cuando va a los parlamentos, ¿qué hay en su mensaje que no cala hoy entre la gente? ¿Qué dicen que no engancha, no motiva, desmoviliza? Podrán alegar que el altavoz mediático de la derecha es más potente, pero eso, otra vez, sería quedarse en el ombligo. Además, porque siempre lo ha sido y ello no le ha impedido ganar elecciones hasta hace muy poco. Sin embargo, sus votantes ahora parecen intimidados, las encuestas avisan, los resultados recientes lo constatan.

Está su endémica y perenne tendencia a la desunión -no sabemos a este paso cuántas “izquierdas unidas” van a presentarse a las generales de 2023-, que desde luego no ayuda, ni a ellos ni a los votantes. Pero están quizás otras cosas. ¿No estarán desgastándose en batallas que no son las que les conectan con la gente? Quizás lo que más se espere de un gobierno de izquierdas es que combata la desigualdad, haga políticas de redistribución de la riqueza, fortalezca los servicios públicos, consiga equilibrios entre el capital y el trabajo (porque aquello del anticapitalismo dejó de existir y es inviable en el mundo en que vivimos) y, en la medida de lo posible, le pare los pies al neoliberalismo desacomplejado y despiadado. Sin embargo, lo haga o no lo haga -y hasta cuando intenta hacerlo-, lo que trasciende de su discurso va por otros derroteros. Y ahí mucha gente se despista. Porque no lo entiende, porque no lo comparte o porque aún hay parte de la sociedad que a lo mejor no está preparada ante ciertos debates.

El caso es que da la sensación de que hay gente que se siente de izquierdas que se echa para atrás cuando asiste a algo parecido a una jaula de grillos o un corral de gallinas en el que cada una cacarea lo suyo. Con ideas y propuestas loables y necesarias en muchos casos en materias de igualdad, derechos LGTBI, bienestar animal, vivienda, alquiler… Luego están las salidas más o menos entonadas para sentar su postura en ámbitos como la cuestión territorial, la memoria, la monarquía, relaciones internacionales… Y con todos, da la sensación de que, en su afán por abarcar y llegar antes, lo dicen todo a la vez y a veces no se les entiende. Y como no lo entienden, pasa -y es lo peor que le puede pasar a la izquierda- que colectivos tradicionalmente afines -y maltratados en algunos casos desde el lado adversario- opten por abstenerse o incluso por votar a los de la diestra siniestra, que les hablan tan clarito y sencillito. ¿Podrían parar un momento y mirárselo? Puede que cada tema, cada política, cada avance, por muy necesario que sea para este país -y en otros países- tenga su momento, su tiempo. Pero todos no pueden ser en el mismo momento. Y lo que toca antes y lo que toca después, no lo determinan los dirigentes y los barones y los halcones de los partidos. Lo deciden los que votan… hasta cuando no votan.

Quede claro que uno no es quien para decirle al PSOE ni a Unidas Podemos ni a las otras “sumas” lo que tienen que hacer, ni ganas que tiene. Pero uno mira y ve, en los medios de comunicación y en la calle. Y lo que vemos muchos es que, en este momento de la historia, las derechas crecen y se vienen arriba mientras las izquierdas se están replegando. Pues más que lamentarse, clamar al cielo o culpar al empedrado, aunque lo haya, habrá que preguntarse por qué está pasando y qué, a lo mejor, habría que hacer y decir de otra manera. Para que las sandías, al menos, voten sandía, y no terminen convirtiéndose, todas, en melones.

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