Pero Federer fue el mejor. Ahora, por desgracia, ya podemos decirlo en pasado. Y ya siempre lo diremos en pasado. Tenía que llegar, mucho se ha demorado, no nos quejemos, pero los románticos nunca perdemos la esperanza. Y teníamos la de que este día no llegara. La de que aún le veríamos no ya levantar un título, que también. La esperanza de simplemente verle otra vez volar sobre una pista de tenis.
Pero Federer fue el mejor. No el más elegante, el de más clase, el más genial o el más caballero, como se viene diciendo. El mejor tenista que yo he visto. Luego, cada uno tendrá su opinión, que para eso estamos. No vi a Rod Laver, pero sí a Borg, a Connors, a McEnroe, Lendl, Sampras, Agassi, Nadal, Djokovic… a Evert y a Navratilova, a Steffi Graf y a las Williams… De todos y todas podría decir y contar maravillas, y no digo ya los que además me han emocionado. Pero, vistos y disfrutados todos estos, no tengo duda: me quedo con RF.
Pero Federer fue el mejor. Además de ser un regalo para la vista, no es que no haya ganado: 103 títulos y 20 grand slams, se dice pronto. Luego están los récords, que son para batirlos. Roger batió el de Sampras en 2009 y en 2018 se convirtió en el primero en sumar 20 grandes. Este año lo han superado Rafa Nadal -22- y Novak Djokovic -21-, que llegarán a… Vendrá el que bata también estos registros, lo que pasa es que tardará mucho. De los que siguen en activo, los siguientes son Murray y Wawrinka con tres, y en disposición de ganarlos, Medvedev y el ilusionante Alcaraz con uno. Entre el serbio y el español, quien se quede al final con ese récord, larga vida lo tendrá.
Pero Federer fue el mejor. Puestos a elucubrar, ¿cuántos grand slam hubiera ganado si no se hubieran cruzado en su carrera Rafa y Novak? Pues… yo diría que los mismos 20. Solo que a lo mejor los habría ganado hace diez años y estaría retirado hace ocho. Así que habrá que concluir que para todos, y sobre todo para nosotros, ha sido mejor así. Luego están las épocas, las circunstancias y las generaciones. La de Federer fue la de Hewitt, Roddick, Safin, Ferrero, Davydenko… que no está nada mal. Entonces vino a sucederles la tremenda hornada de Nadal, Djokovic, Murray, Del Potro… Pero luego éstos no tuvieron sucesión, no vino después una generación tan fuerte que los arrinconara -sólo Cilic ganó un grande-, por eso tuvieron tiempo y margen para seguir copando y ampliando su palmarés, con enorme mérito, eso sí. Incluso RF aguantó con ellos y fue capaz aún de ganar títulos que ya no eran de su época.
Pero Federer fue el mejor. Su gran etapa fue de 2004 a 2010. A quien se haya quedado con el virtuoso y emotivo de los últimos años, le recomiendo que se vea apenas un ratito de las finales del US Open de 2004 y 2005 -contra Hewitt y Agassi-, sus primeras finales de Wimbledon o la del Masters de 2010 frente a Nadal. ¡Cuánto tiempo ya! Porque entonces sí corría, le pegaba a la bola… y además era el genio que es. En realidad, de 2010 a 2019 le hemos visto en un glorioso declive, con episodios memorables y resurgimientos impensables, como los de 2017 o 2014 -porque un año antes le dábamos por acabado. Y siempre reinventándose, siempre intentando mejorar lo inmejorable. Incluso durante estos casi tres años finales de calvario, seguro que todavía creía que aún podría jugar mejor.
Pero Federer fue el mejor. Podríamos citar otros registros. Como que estuvo seis años -de 2004 a 2010- sin faltar a una semifinal de Grand Slam. O que entre 2003 y 2020 no hubo año en que no llegara al menos a una semifinal -sí, también en 2020, ya tocado como estaba. Sus seis Masters habría que sumarlos a los 20 grandes. Sólo Jimmy Connors le supera en torneos ganados en total, pero a saber qué se jugó en su época el gran Jimmy, que sumó ocho grandes. Y si no se ha retirado como el que más atesora, sí es el que más partidos ha ganado en esos torneos. Pero su mejor registro, el que no admite comparación, es haberle visto jugar. Con gran acierto evocaba Santiago Segurola (aquí) la mariposa y la avispa que fue -como él se autodefinió- Muhammad Ali. Trasladado al tenis, fue algo así. Estilista, sí, pero letal.
En este punto, no puedo dejar de dedicarle qué menos que un párrafo a Rafael Nadal. Tanto o más que su también gigantesco palmarés dice de su enorme dimensión que fuera el único capaz de desafiarle y ponerle contra las cuerdas en sus mejores años. El mejor Djokovic, aunque ya llevaba años en la élite, llegó a partir de 2011, cuando Roger empezaba lentamente a declinar. Pero Rafa sí le plantó cara al mejor Federer, principalmente en la tierra -le privó de la gloria en cuatro finales de Roland Garros, en Montecarlo, Roma…-, pero además fue capaz de destronarle en Wimbledon, en aquella inolvidable final de 2008 que quedará seguramente como el mejor partido que vi en mi vida. Porque seguramente Rafa no habrá sido el mejor tenista de la historia, pero sí ha tenido una virtud que no ha tenido otro en la historia: el mejor competidor. En eso, no ha habido nadie como él. Es imposible que la vida y la carrera de uno vaya disociada de la del otro. Seguramente no les importaría, y a mí tampoco me importaría, que en un hipotético sufragio, ambos fueran los elegidos para compartir el trono supremo del tenis. Pero, lo siento, Federer fue el mejor.
Ahora pienso en la gran decisión que tomé aquel día de aquel año. Tres entradas tuve que comprar para conseguir verle jugar un partido en el Masters 1000 de Madrid de 2019. Sí, también vi a Nadal, A Simona Halep dos veces, a Naomi Osaka, a Zverev, a Ferrer en su último partido… Pero presumía que iba a ser la última oportunidad que tendría de ver a Roger en vivo, y así fue. Aquel viernes de mayo por la tarde floté durante dos horas y diez minutos. Cierto que perdió aquel partido ante Dominic Thiem -¿dónde estará…?- en tres apretados sets, tras desaprovechar dos bolas de partido en el tie break del segundo. Pero me dio igual. Me quedo con el muestrario que me dejó -sí, como si fueran piezas de joyería- de derechas cirujanas, reveses cortados o cortantes, dejadas en carrera… Y el silencio de concierto de música clásica que envolvía la pista Manolo Santana. Aquella Caja sí que fue Mágica aquel día. Porque Federer era el mejor.
Ahora, en nuestros peores momentos, desanimados como estamos, los muy federistas podemos pensar que no ha tenido un final justo. Esa última final de Wimbledon que en buena ley se mereció ganar. Esa cruel despedida de la hierba de Londres el año pasado -cuando la rodilla le falló por tercera vez. Esos planes optimistas que anunciaba y que sin que lo dijéramos nos ilusionaban en silencio, y que se han truncado porque la rodilla ha sido tozuda y pertinaz. Y verle ayer en el dobles con Rafa, con esa planta, hecho un pincel, la muñeca intacta, ¿pero cómo se puede retirar así? Nos cuesta asumirlo. Y sin embargo, tendremos que enmarcarlo para que todo forme parte del cuadro magistral de la carrera de un tenista irrepetible.
Hoy es el primer día de la vida sin Federer. En realidad, llevábamos casi tres años sin él, lo que pasa es que no nos lo creíamos. Desde el Open de Australia de 2020, coincidía el principio de su final con el inicio de la pandemia. Cuando ésta empezaba a remitir, hizo por salir de su confinamiento, pero fue en falso. No nos rendimos. Mientras nos dio esperanzas, nunca lo dimos por perdido del todo. Pero llegaban rumores muy feos y la semana pasada ya nos confirmó que no habría más. Nos quedaba verle ayer… y ayer fue una noche muy triste.
No habrá ya más. Y sin embargo, qué afortunado tengo que sentirme por todo lo que le he visto. Porque he visto mucho y a muchos muy grandes, pero Federer fue el mejor.
Gracias por todo, Roger Federer.