Populismo decimos, populistas les llamamos, y usamos el término con toda soltura, pero ¿sabemos realmente lo que es? Se propician hoy sociedades con limitado sentido crítico, y por lo tanto más permeables a las estrategias bien conducidas que les llevan a asumir ideas y conceptos sin cuestionarlas. Un buen ejemplo es el tan famoso y practicado “repite muchas veces una mentira hasta que sea verdad”, que en grandes sectores de las poblaciones actuales encuentra terreno abonado para extenderse y triunfar. Otra táctica similar, llevada a cabo con meridiana precisión y demostrado éxito es lo que podríamos llamar la definición instaurada, esto es, el arte de convertir un mero calificativo en sustantivo oficial, absoluto e incontestable.
Lo vemos hoy en el hecho de que a determinada forma de hacer política, o a ciertas ideas que han encontrado un significativo respaldo en la sociedad española, se les ha dado en llamar populismos. Y así tenemos que gran parte de nuestra clase política, de nuestros medios de comunicación y de la ciudadanía han aceptado y bendecido el término: los partidos políticos de una determinada tendencia hoy son conocidos y reconocidos como populistas sin más. Y mucha gente ni se plantea si lo son realmente, si lo son a veces o muchas veces. Y si son los únicos, si no hay ni ha habido nunca en este país otros personajes y partidos políticos eminentemente populistas.
Habría que irse a la definición técnica, que a lo mejor no es exactamente la que nos quieren vender. El populismo es, digamos, hermano menor de la demagogia, que ya definiera Aristóteles, y que consiste básicamente en ganarse el apoyo de la audiencia diciéndole lo que quiere escuchar, generalmente valiéndose de la mentira o la media verdad. Para el filósofo griego, la demagogia era la forma corrupta y degenerada de la democracia, mediante la cual se instauran poderes tiránicos que dicen ejercerse en nombre del pueblo. Según Abraham Lincoln, “la demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con palabras mayores”. El populismo, de acepción más moderna, no necesariamente deriva en el extremo de regímenes totalitarios, pero se utiliza en política para ganar grandes adeptos, que veneran a su líder por entender que defienden lo que en realidad está lejos –a veces en el polo opuesto- de su ideario.
Pero nada como los ejemplos para explicar las cosas. En el escalafón más siniestro, el populismo fue lo que le permitió a Hitler llegar al poder en una Alemania deprimida y herida en su autoestima como nación. De hecho, casi todos los fascistas –de Mussolini a Perón pasando por todo el espectro- fueron populistas y demagogos a su modo y estilo. Y en la acera de enfrente –aunque no se crean que la calle es tan ancha-, Hugo Chávez ha sido otro modélico ejemplo.
¿Y quién ha sido populista en política española? Sin duda, uno de nuestros casos más notorios fue Jesús Gil y Gil, quien concitó masivos apoyos electorales en Marbella, de pobres, ricos y de la clase media, lo que le permitió desplegar ambiciosas políticas urbanísticas que beneficiaran sus negocios inmobiliarios. Y el pueblo se daba cuenta, y el pueblo lo sufría, pero el pueblo le seguía votando porque él les decía que era su alcalde y, con discurso encendido, pasional y sudoroso, era capaz de convencerles de que él era de los suyos.
Luego tenemos el populismo de andar por casa, más benigno si se quiere, pero que no es ajeno al objetivo de embaucar a la gente para arañar adeptos y votos. La verdad es que pocos políticos se habrán librado de incurrir en él, más o menos ocasionalmente, unas veces como recurso, y otras como irrenunciable sistema. José Bono, en sus tiempos de presidente de Castilla-La Mancha, era todo un artista en desarmar a sus adversarios poniéndose supuestamente de parte de sus ciudadanos. Felipe González, en sus 13 años de gobierno, tuvo momentos y discursos puntuales, como cuando dio la vuelta cambiada con el referéndum de la OTAN y fue capaz de ganarlo y salir indemne. Qué decir de esa Esperanza Aguirre que arengaba a los madrileños con voz de chulapa y se erigía en adalid de la austeridad, la decencia y los valores democráticos, mientras tomaba posesión de Telemadrid y de todas las entidades públicas de la Comunidad. O ese Alberto Ruiz Gallardón presumiendo de progresista. Y si hablamos del actual presidente en funciones Mariano Rajoy, ¿fue populismo decir que en un cuarto de hora iba a sacar a España de la crisis, creando empleo, sin subir impuestos y sin acometer recortes en Sanidad y Educación? Podríamos citar muchos más, y no acabaríamos.
Pero ahora, unos y otros, del ala Este y del Ala Oeste de la política española, han conseguido que cale el sentir general de que los populistas por definición son Pablo Iglesias y sus correligionarios y mareas cercanas. Que sí, que también recurrirán a menudo a la estrategia de hablar para la galería, no vamos a decir que no. Pero mírenselo cada uno. Y sobre todo, que la gente sepa mirarlo. Volviendo al inicio, si en este país se educara verdaderamente a la gente para que fuera capaz por sí misma de valorar y cuestionar lo que les ponen delante, distinguirían mejor lo que es de lo que no es. Entonces, a más de uno, y tal vez a más de cien, se les podría contestar: “¿Populismo? ¿Y tú me lo cuentas? Populismo eres tú”.
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