Algoritmo, el que todo te lo explica

Algoritmo, el que todo te lo explicaVivimos en la dictadura del algoritmo. En otro tiempo fue el “Dios sabe por qué” o el “qué se le va hacer”, pero ahora la explicación de cualquier capricho o fechoría del destino, de cualquier resultado insospechado o conclusión inexplicable, se remite al algoritmo. Según su definición más al uso, la de Wikipedia, se trata de “un conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permite realizar una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba realizar dicha actividad”. Simplificando: digan lo que digan, sale cena (y no comida), esto es blanco (ni negro ni verde) o gana la banca, porque lo ha decidido el algoritmo.

En el Periodismo actual, el algoritmo sería ese conjunto prescrito de instrucciones en la línea editorial por el que cualquier suceso, acción o declaración, se relata e interpreta exactamente de igual manera dependiendo de quién haya hecho o dicho. Si es afín, siempre acierta –como aquel “JMO, usted siempre tiene razón” que espetó la periodista- y si no lo es, ya la ha vuelto a cagar –si te has puesto malito en el avión, pues quién te mandaba irte a Bolivia”.

Aparte esas líneas editoriales, luego hay periodistas que tienen su algoritmo bien preparado. Fundamentalmente los tertulianos –de mesa y alcachofa y de página impresa, que llamarles columnistas sería aludir a un género que en España dejó de existir. Estos tienen sus reglas bien definidas y ordenadas para transformar cualquier realidad en la suya –o entiéndase, la que quiere que sus lectores perciban, generalmente porque es la realidad que quieren imponer “sus mayores”. Infalible, indefectiblemente, la sentencia cae sobre los transgresores de ese orden establecido, y el peso de la pluma o de la voz cazallera les deja en evidencia ante la sociedad bien avenida.

Claro que luego hay a quien le patina el algoritmo. Algunos ex directores de agencia y de periódico, hoy articulistas de prestado los martes y los jueves, a veces confunden los pasos sucesivos que se suponía no iban a generar dudas. A veces se les olvida –la edad tiene eso- lo que escribieron anteayer, no digamos hace veinte años. Pero otras veces se les cruza en su punto de mira una figura esbelta, una lánguida belleza, una tersa cabellera, y entonces en lugar del látigo fustigador le salen los versos de Neruda, y en vez de condenar a la asaltadora de capillas le sale una oda a “esa mujer inteligente y sensata” que hoy se siente “indefensa y amenazada”. Se queda tan ancho, no obstante pasado mañana ya tendrá otra historia que contar, y ya la descontará.

Pero en fin, en general, los algoritmos se utilizan hoy día para justificar disparates. A ellos se debe por ejemplo que al mejor futbolista de un partido ni se le mencione y el que no dio pie con bola figure entre los destacados. No es porque el que hace esas distinciones no se haya visto los partidos. Ni porque uno tenga potentados padrinos y el otro no, o no tan potentados. Es el algoritmo dichoso. Sí, el mismo que te pone arriba o abajo en las listas –y en las electorales también, ¿qué nos pensábamos? El que consigue que te vea todo el mundo o que nadie se entere de tu genial idea. Ese al que hay que caerle bien, estés en una fiesta o en un comité de dirección. En un campo de minas o en una plantación de alcachofas. Que unas no tienen nada que ver con otras, aunque podrían confundirse.

Antes eran el potero de casa o el fontanero, luego fueron el psicólogo o el dentista, si eran argentinos. Hoy es el algoritmo el que todo te lo explica.

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