Despertar lúcido, levantar animoso. A ver qué nos depara el día. Conscientes de que, en este estado, poco margen hay para grandes novedades. Pero el día que no lo empiece con ilusión, no seré y no estaré. Abrir el correo, encender las noticias, mirar los mensajes… A los 15 minutos, ya sabremos que poco hay nuevo bajo el sol que no es sino la lámpara de este techo. Eso sí, la letanía prosigue invariable, persistente en su fijación por minar la moral. Pero todavía no hemos perdido el impulso que procura la adrenalina liberada por el café. Y eso que ya hemos leído alguna previsión apocalíptica, algún testimonio desgarrador, algún titular con mala baba que nos ha provocado la primera alteración sanguínea. Amago de primer bajón, que a estas horas conseguimos contener. ¿Qué tiempo hace hoy? Semanas ya que no lo sé, ni me fijo, para qué… algunas fotos en las redes cuentan que de madrugada ha nevado en Madrid. Flop, flop… los grupos de whatsapp bullen, motivan a intervenir en alguno, poner alguna gracia, decir que estoy ahí. Cuando suena tlin, acudo rápidamente, porque puede ser alguna noticia que espero. Porque vives pendiente, porque sabes que el cerco se estrecha. Ha mandado foto, se le ve mejor. Hay que ducharse, vestirse. Que no pase día sin que hayas hecho, intentado, empezado o terminado algo. Máxima que me aplico, que he aconsejado aplicarse a quien me ha tocado aconsejar, desde la primera crisis de inacción que me sobrevino, hace ya mucho tiempo. Bien, ¿y qué vamos a hacer hoy? Nuevo, me refiero, porque rutinas sí tenemos, afortunadamente. Aunque, en esta situación, no hace tanta falta que sigan un guion estricto. Llegan los primeros datos actualizados, ahora sí, bajón. Pero hay que seguir. Habrá algo que comprar, algo que salir. Una mínima, apresurada salida de la nave, un furtivo paseo espacial por las nubes de Chernóbil. Gente que sale como de incógnito, disimulado temor a reconocer o ser reconocido. Vuelta a casa y bajón. Hay que hacer el recorrido diario por la actualidad y las opiniones del día, con especial ojo crítico para elegir sólo aquello relevante y que pueda aportar. Parecerá anacrónico cualquier contenido no relacionado con aquello que lo relaciona todo. No aburre, pero cansa. Los que tienen algo que decir, los que necesitan decir y los que desahogadamente dicen. Ya tenemos la selección de hoy, le damos a enviar. Y hacemos tiempo para la hora de comer. Una llamada, deberíamos hacer al menos una al día, una canción que hacía tiempo que no escuchaba. Un repaso más a la fatídica estadística. La comida girará hoy también en torno a la misma conversación, ni una noticia alentadora, tampoco hoy, la inútil búsqueda de explicaciones a tientas. A las tres, bajón. La radio emite especialmente triste a esta hora. Reconoces el enorme despliegue, el esfuerzo de sus profesionales, pero notas la alegría forzada. La radio siempre te acompaña, nunca te falla, intenta animarte y distraerte… pero sabes que está igual de jodida que tú. Repite machaconamente esa canción, que siempre me resistí a que me gustara, y ahora me carga. Los de deportes llenan sus horas sin deporte que contar. Los positivos de celebrities son los nuevos ecos de sociedad -¿y dónde habrá estado esa o ese? Los testimonios de la calle pretenden irradiar frescura y animosidad, pero a fuerza de recurrentes, terminan pintando un panorama compungido. Los boletines informativos llegan puntuales como un martillo pilón. Los datos que matan y las imágenes que aterran. Pero no nos puede vencer el miedo. Y a todo esto, hay que intentar sacarle partido a la tarde. Siempre he pensado que es el período del día que sobra, que me gustaría apurar al máximo las mañanas y las noches, y dedicar este tiempo de transición a dormir. O a hacer las tareas más anodinas. Esa sensación, si cabe, se acentúa en este estado de reclusión. Bajón. Vamos a ver, no todo está siendo penumbra en este tiempo, también llegan acontecimientos reparadores. Una reaparición inesperada, memorable, seis años después. Una adorable conversación retomada después de un año, esperemos no volverla estúpidamente a congelar. Una amiga que te pide una pista para un relato, y a su vez te ofrece una palanca para arrancar el tuyo. Y siempre hay quien pregunta, se interesa por ti. Cuando todo esto pase, haremos relación de las cosas buenas que han pasado estos días, y es verdad que no serán pocas. A ver si somos capaces de quedarnos sólo con esas. Recordaremos entonces que dedicamos varias de estas horas que parecen años de soledad, justamente a releer el libro que mal leímos de adolescente. Una injusticia que ha llegado el momento de reparar. Es verdad que el mágico viaje evade, ilumina, pero a la vuelta, bajón. Han llegado los datos de Italia. Pero esto, ¿cuándo va a parar? Hay que intentar relativizarlo todo, pero nunca como ahora he maldecido vivir en un piso interior. A las ocho, mi reino por un balcón. Llega entonces el momento de sacar a pasear el cuerpo. Pero como no es un perro, nos queda distraerlo aquí, encerrados en el cuarto. No apetece nada, para que nos vamos a engañar, pero ya le voy tomando el pulso a los burpees. Con el resuello recién recuperado, la primera lata de cerveza puede pasar por uno de esos momentos naturales rescatados a una existencia antinatural. Paz momentánea. Confieso que las dos primeras noches bajé a explorar el paisaje lunar, y cerré la escotilla apenas abrirla, espantado. Vamos a ponernos cómodos. Se supone entonces que los informativos de la noche invitan al reposo y la reflexión. Pero ahora, irremediablemente, convocan de nuevo a la angustia y la desazón. Bajón. Vuelvo a debatirme entre lo que comprendo y lo que no entiendo. Necesito buscar algo, una película pendiente, un documental inesperado, un partido mítico de Pelé… Y siempre nos quedará la magnífica lista de Spotify armada en el grupo de los colegas de profesión. Así se va consumiendo otra noche de cuarentena, otra oportunidad desperdiciada de irnos a la cama mínimamente reconfortados. Otra vez me va a costar dormirme. Pero mañana, espero levantarme lúcido y animado un día más. Se escapa el mes de marzo, y ya se me ha hecho tarde para empezar un diario del confinamiento. Pero, más o menos, hubiera quedado así, y posiblemente un día y otro también. Y lo hubiera escrito de la misma forma, porque estos días no tienen párrafos. Transcurren así, de seguido.
Sin párrafos (quién sabe si un diario)
