Deseos

Deseos encendidos,
deseos urgentes.
Remotos, esporádicos, furtivos o reincidentes.
Distantes en el tiempo que se repiten, modulados en cierto modo para no espantarlos, violentos cuando no hay más salida que expresarlos.
Deseos guardados que se adivinan en las miradas.

Los días son deseos, cada año es un deseo, todos somos en realidad un deseo de nosotros mismos. Somos lo que comemos y lo que deseamos.

Deseos manifiestos,
deseos latentes.
Suspendidos, recordados, repentinos o apremiados.
Desatados con avidez en los estantes de la tercera planta, peleados entre una multitud que se agolpa y se agita, rescatados al agobio y a la prisa.
Deseos que se rozan con los dedos y se esfuman.

La vida es una sucesión de deseos, tangibles o inmateriales, que se alcanzan o no, o que se tiende siempre a ellos, como se tiende al infinito.

Deseos necesarios,
deseos necesitados.
Cautivos, inconfesables, empaquetados o precintados.
Cantados de mañana y llorados de noche, en la cama o en una cama, fabricados en serie de almendra, caramelizados o rellenos de nata.
Deseos que no supimos cómo vinieron, pero ya no se van.

Todos tenemos un deseo, se lo digamos al mundo o lo callemos, posiblemente nuestro último deseo será que los deseos no se apaguen.

Deseos dormidos,
deseos ausentes.
Apasionados, reprimidos, lunáticos o iluminados.
Pendientes de un hilo, silenciosos por las horas de las horas, conectados a una esperanza que siente y resiste.
Deseos que laten en una habitación sin aire ni ventanas.

Los deseos son sueños que sobreviven al despertar, perseveran en las noches más oscuras y no temen al desvelo. Desean seguir soñando, sueñan por siempre ser simples y sublimes deseos.

Este año no quiero regalos, he pedido un deseo. No lo espero un 6 de enero, tal vez empezará a llegar algún día. Mientras exista, no será imposible…