Produce ahora sincera tristeza, un algo de depresión, recordar los titulares que hace justo ocho años (El País, 5/11/2008 ) recibían la victoria de Barack Obama en las presidenciales de Estados Unidos. Parecía que venía el mismo Mesías. Ya por entonces, los más sensatos, realistas -y descreídos si se quiere- barruntaban que no todo lo que se esperaba de él se iba a poder cumplir, que no era realmente posible que todo cambiara al primer discurso, y difícilmente en los cuatro u ocho años venideros. Pero lo que ni los más agoreros de aquellos días esperaban era que hoy su legado acabara así, en esto.
En efecto, el 48% de los estadounidenses han votado romper drásticamente con todo lo que fue capaz de construir Obama, y han sido suficientes para ganar. Yendo más lejos, se han pronunciado contra lo más esencial de la civilización occidental que se supone defienden, el “libertad, igualdad y fraternidad” de la Revolución Francesa que hicieron suyo cuando fundaron el país. Y han elegido presidente a un personaje que no ha exhibido más programa ni ideario que su chulería y su desfachatez, expresada con avaricia y estudiada y profusión, y cuyos argumentos centrales han sido el machismo, la xenofobia y el desprecio por los atributos más básicos del bienestar y la cohesión social. Más llanamente y para entendernos, en Estados Unidos han ganado los que dicen que “vivan las caenas”.
Por más que ahora nos echemos las manos a la cabeza, mentiríamos si dijéramos que nos ha sorprendido. Visto lo visto en los últimos tiempos, lo sucedido en Reino Unido, en Colombia… en España si se quiere también. Visto cierto clima que hacía presagiar que, como en las de aquellos procesos electorales, en esas encuestas no salían todos. La tendencia reciente nos habla de un voto oscuro, que no se proclama ni reconoce, no se siente ni se palpa, y sólo se manifiesta el día y a la hora de ir a votar.
Es asunto para sociólogos, pero puede que, antes, ese voto oculto también existiera latente en el electorado, pero se quedara mudo, en intento fallido en el último momento, reprimido por tal vez cierto pudor. Pero ahora, por la razón que sea, se ejerce. ¿Porque los medios de comunicación dan más cobertura a personajes impresentables que dejan titulares gruesos y sonoros?; ¿porque las redes sociales envalentonan a los anónimos?; ¿porque hay ahora más gente desesperada y desengañada que le da todo igual y se tira a cualquier monte…? El caso es que ese voto oscuro decidió la victoria del Brexit, del “no” al acuerdo de paz con las FARC y ahora de Donald Trump. Hoy han ganado los que, sin manifestarlo en público, entienden que la gran nación americana no es ese “país inclusivo y de corazón grande” al que ha aludido hoy Hillary Clinton en su discurso de concesión.
Por lo demás, aparte de las consecuencias que esta catarsis electoral traerá dentro y fuera de Estados Unidos, el precedente es desalentador. Si los mensajes y actitudes que el ciudadano Trump ha ido vertiendo y esparciendo le han servido para acceder a la presidencia del país más poderoso del mundo, ¿Qué otro ciudadano de otro país no tendrá la tentación de tirar por el mismo camino? ¿Y cuántos estarán dispuestos a votarle aunque no lo pregonen? Miren a Europa, mirémosla hoy y en los próximos años. Aquí tuvimos a Jesús Gil y Gil, que es lo más parecido que se ha dado a Donald Trump. Hace 15 años llegó “sólo” a alcalde de Marbella pero, ¿nos preguntamos hasta dónde llegaría hoy?
Ya sabemos que el mundo está cambiando, pero además algo pasa en la política, en la democracia y en la comunicación. Quizás cada uno deberíamos mirarlo y mirárnoslo. ¿Estaremos -vamos a decir todos- diciendo, emitiendo o publicando alegremente, sin atender a las consecuencias y de espaldas a la verdadera realidad? ¿Son las mismas idioteces, solo que, como dijera Umberto Eco, ahora salen del bar? O todo este universo de interacción, inmediatez y conocimiento que hemos creado y del que pretendidamente disfrutamos, ¿se nos está yendo de las manos? No estoy seguro de nada, pero tantos votos oscuros no son normales y no parecen ser síntoma de nada sano. ¿Se corresponden con una sociedad oscura, en la que no reparan las grandes líneas, y que cada vez engrosa más gente? Cuidado…
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