El Tour vuelve a Morzine

Morzine Tour de Francia

Estamos ya en la última semana del Tour de Francia, y no quiero faltar a mi cita, a la que acudo al menos una vez cada año. Empiezan las jornadas decisivas de los Alpes. Es cierto que este año el recorrido ha dejado de lado algunas de las cumbres más míticas de este macizo –Galibier, Izoard, Alpe d’Huez…- pero ello no significa que no vaya a circular por grandes puertos, los Alpes tienen mucho y muy buen donde elegir. Y sí se suben algunos con solera. Por ejemplo, mañana el Col de la Forclaz, un puerto de los de una sola cara, donde se cuenta que Anquetil le ganó un Tour a Bahamontes bajándolo. Y el sábado, en la etapa que mayoritariamente consideramos reina de esta edición, se asciende el durísimo col de Joux-Plane, camino de Morzine.

Y sí, el Tour vuelve este año a la localidad alpina de Morzine, que fuera una cita casi ineludible –de llegada o de partida- en los tours de los setenta y ochenta. Aquí un buen resumen de todas las veces que la grande boucle pasó por allí. La llegada a esta población de la Alta Saboya ofrecía varias alternativas: a 14 km se encuentra la estación invernal de Morzine-Avoriaz, a unos 1.800 metros de altura. No es que sea una subida muy exigente, pero sí ha dado muy buen juego en cronoescaladas. En 1977, esos 14 km contra el crono dijeron más de la carrera que las dos semanas que se llevaban cubiertas hasta entonces, y dejó de líder a Bernard Thevenet, a la postre vencedor de esa edición. En 1979 se llegaba desde Evian, 54 km con la ascensión final (ese Tour tuvo hasta siete contrarreloj, y esa no fue la más larga). Ahí Bernard Hinault dio un recital, recuperó el maillot amarillo que había perdido en Roubaix, y tampoco lo soltó ya hasta París. En 1994, Induráin defendió su cuarto Tour en una crono de 47 km que ganó Ugrumov. En línea, destacar la victoria del asturiano Vicente López Carril en 1975, el año del fin de la era Eddy Merckx, o la de Lucho Herrera en 1985.

Pero cuando se ha llegado en línea a Morzine, el camino más habitual es el que seguirán este sábado, con el Joux-Plane por medio. De cómo es aquello bien le pueden preguntar a Perico Delgado. En 1993, en su primera participación, arrancaba la etapa segundo en la general detrás de Fignon, y una pájara monumental le relegó a más de 20 minutos. Al año siguiente, marchaba Ángel Arroyo escapado, a la postre ganador de la etapa, y el segoviano se arrancó en la bajada para completar el doblete español… pero una curva le atrajo hacia sí y le cobró la clavícula. Y en 1987, yendo de líder, se desgañitó en la subida para descolgar a Stephen Roche, no lo consiguió, y en el descenso el irlandés se le escapó para arañarle 20 segundos, ahí ya presintió el segoviano que su Tour tendría que esperar al año siguiente… que por cierto, también recaló en Morzine, pero en esa ocasión siguió otro itinerario. Otros ilustres que han ganado allí, arriba o abajo, han sido Van Impe, Fabio Parra, Pantani o Virenque. Españoles, aparte López-Carril, citar a Eduardo Chozas y Carlos Sastre, aunque éste lo fuera por descalificación de Floyd Landis.

En cuanto al Joux-Plane, hacía 10 años que no se subía. ¿Y cómo es? Pues no tendrá quizás la presencia apabullante de esos colosos alpinos, apenas llega a 1.700 metros de altitud, y en comparación con aquellos, sus 11,7 km no parecen longitud como para asustar. Pero quien lo conoce bien sabe que es una tortura. Desde sus primeras estribaciones, la pendiente ya es considerable, pero lo peor es que es constante. No tiene un descanso, no deja un momento para respirar, y encima a partir de mitad de subida se empina todavía más y no lo deja hasta la mismísima cima. Un 8,5% de pendiente media total, que se dice pronto, pero en esos últimos seis kilómetros supera claramente el 9%. Del descenso, reseñado queda que es rápido y peligroso, los 15 km hasta Morzine se hace prácticamente volando. Cuidado porque, a un día de París, todo lo que se haya ganado en 21 días se puede perder ahí.

Joux Plane Tour de Francia

En cualquier caso, ya sabemos que los que procuran el espectáculo en el ciclismo no son las montañas –más allá de los paisajes, claro- sino los corredores. La estrategia que últimamente viene siguiendo el Tour de Francia de dejar la etapa teóricamente más selectiva para el penúltimo día es claramente un arma de doble filo. Puede ser apoteósico o puede ser un fiasco si la carrera llega decidida y los corredores al límite de sus fuerzas, más pendientes de conservar que de intentar ganar algo más. Pero dicho queda que el Tour vuelve a Morzine, un sitio con historia en la primera carrera ciclista del mundo. Y de entrada, merece la pena estar atentos.

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