Decidimos y actuamos por emoción, y luego lo justificamos con la razón. Esto se lo escuché el otro día a un brillante ponente, y no sé si será aplicable a todos los órdenes de la vida, pero a muchos desde luego sí. Allá por el mes de marzo se anunció el concierto que Paul McCartney celebra mañana en Madrid, y la puesta a la venta de las entradas. Por entonces escribí este post recomendando a todo el mundo ir a disfrutar de un mito viviente, de un espectáculo que no iban a olvidar. Pero a la vez explicaba y razonaba por qué yo no iba a verlo esta vez. Me he mantenido durante tres meses firme en mi postura, pero anteayer entré en la web, vi entradas, caí y compré. La emoción. A ver ahora qué razones doy.
Podré decir que no es lo mismo la perspectiva del concierto a tres meses vista que cuando ya faltan sólo unos días. Podré argumentar que estaba esperando a ver clara la agenda, y una vez he confirmado que tenía la noche del 2 de junio despejada, me he decidido. O que tanta publicidad me estaba poniendo los dientes largos y al final me ha convencido… Tonterías. Yo estaba muy dispuesto a no ver a Paul esta vez, y mis motivos eran sólidos. O lo parecían, hasta que el lunes se han disuelto como un azucarillo. De repente, como dijo él que vino el ayer.
Lo tendría muy fácil si empezara ahora a esgrimir todos los argumentos que me han impulsado a verle las otras tres veces, a hacer horas de cola, a gastarme dinero que no tenía, a subirme a Barcelona cuando a Madrid no venía. Sí, que para mí McCartney es el mejor músico del siglo XX, que él y los Beatles cambiaron no sólo la música sino en gran medida el mundo, que sus canciones son eternas además de prodigiosas, que muchas de las desconocidas son incluso mejores que las más célebres. En fin, que ha sido y es alguien muy importante en mi vida, me ha acompañado toda ella desde que tengo uso de razón. Pero todo eso ya lo sabía. Lo tenía amortizado hace tres meses y hasta hace una semana, cuando estaba convencido de que no iba a volver a verle en concierto, y pensaba que no me iba a arrepentir.
Así que donde dije digo, digo Diego. Como en aquel anuncio del niño de Citroën, a ver cómo explico que me he comprado una entrada para ver a Paul otra vez, y de las caras. ¡Madre mía…! Después de verle a sus 47, a sus 60 y a sus 61, me dispongo a reencontrarle a escasos días de cumplir 74. En vez de dos horas y media largas, avisa que va a estar tres horas sobre el escenario. Puedo adivinar muchas de las que va a tocar, pero seguro que con alguna –o más- me va a sorprender. Va a sonar como un tiro, porque tiene una banda que quita el hipo, y además va en su carácter prepararlo y cuidarlo todo a conciencia. Y se va a entregar como siempre. Pero lo que son razones, en realidad no encuentro más que una, que ahora veo que es suficientemente poderosa: Paul, ¿cómo no te voy a querer?
Toda la razón. Yo después de estar ayer, si no hubiera ido no me lo hubiera perdonado. Brillante, magnífico y sorprendente. Con pedida de mano y todo. 👰🏻
Grande Paul. Yo también le quiero y más desde ayer.