No nos engañemos, el fútbol es un gran moroso que se deja muchas deudas sin saldar. Cierto que algunas ha terminado pagando, pero tantas otras no. Por ello no es un argumento muy fiable el de muchos ilusionados atléticos que vienen diciendo estos días que la Champions les debe una. Su mayor razón de peso es haber sido el mejor equipo de esta edición. Si el título pudiera darse sin necesidad de jugar la final, ya la estarían levantando. Pero que no se amparen en pretendidas justicias futbolísticas. Holanda la sigue esperando, el Benfica sigue invocando a sus fantasmas. Con aquel poderoso Bayern de Rummenigge o con el virtuoso Madrid de la Quinta del Buitre no hubo condescendencia.
Se puede afirmar sin reparos que el Atlético de Madrid ha sido hasta ahora –hasta la final del 28 de mayo– el mejor de esta Champions League. Porque ha tenido el grupo más compacto y comprometido, el mejor rendimiento físico, la idea más clara de lo que quiere hacer. Por eso han sido capaces los de Simeone de superar a un F.C. Barcelona y a un Bayern Múnich en dos eliminatorias tremendas. Ambos rivales tenían mejores jugadores, atacaron a destajo, les llevaron al límite de su resistencia, pero finalmente no pudieron con ellos. Esas son las credenciales de su candidatura al título. No los designios de un supuesto demiurgo comunicado con el dios fútbol.
Esas imploraciones de la masa atlética al destino histórico o a las cuentas pendientes de ajustar tienen posiblemente un origen irracional. Vecindades y eternas rivalidades aparte, en Milán van a tener enfrente al peor enemigo que podrían esperar. No será por lo visto y demostrado a lo largo de la temporada, ni en concreto en la competición europea. Es verdad que no se le recuerda a este Real Madrid un partido de Champions medianamente brillante desde la primera fase hasta la fecha. Sus eliminatorias, remontada incluida ante el Wolfsburgo, han dejado fríos a propios y ajenos. La semifinal contra el Manchester City ha sido impropia, por insulsa, de estas alturas y de estos escenarios. Escandalosa resulta la comparación con el duelo titánico que sostuvieron muniqueses y rojiblancos, tanto en el Calderón como en Alliance. Pero está en la final, es el Madrid y es la Champions.
Si habláramos del Malmoe del 79, del Panatinaikos del 71 o del Leverkusen del 2002, pues tendríamos a un outsider ya feliz con encontrarse ahí. Pero hablamos del club que vive por y para la Champions desde que era Copa de Europa, que es quien es por ella y que en cuanto la huele lo deja todo, lo olvida todo y se transforma. ¿Quién le iba a decir, allá por un otoño de 1999, a aquel plantel en liquidación que era el que entrenaba J.B. Toshack, que en mayo de 2000 iba a levantar la octava con Vicente del Bosque? Toda esa temporada fue dando tumbos por España y por Europa, pero vino una noche inspirada en Old Trafford, ver que se le ponía a tiro… y ya nadie les paró. No sé si se acuerdan…
Salvo goleadas tan desmesuradas como intrascendentes y, sí, un inesperado alarde en el Camp Nou, la verdad es que el Madrid de esta temporada no ha dado argumentos tangibles para ser candidato a nada. Pero tiene uno intangible que todos saben y temen: su nombre y su propia presencia. Ayer pareció hacer lo posible por tirar la Liga, aunque finalmente no lo consiguió. En ese club, todos –directiva, jugadores, entrenador, afición…- tienen ya un único punto de mira: el 28 de mayo en Milán. No piensan en nada más.
Cierto que con los íntimos no gusta, a nadie, jugarse las grandes timbas. Pero el destino ha querido volver a unir a los dos equipos de Madrid en la máxima final continental. Ya dijo el Cholo que las finales no se juegan, se ganan. No cabe por lo tanto esperar santas providencias ni recados celestiales. Hay que salir a buscarla. El Atleti la merece, pero el Madrid la huele.
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