Los avances de nuestro Mundo y de nuestras civilizaciones están forjados a base de muchos pasos hacia adelante y algunos hacia atrás, y ha sido ese tira y afloja el que nos ha traído hasta aquí. Pero en los tiempos recientes parece que se están imponiendo los segundos. Hace un tiempo –cuando lo cruzamos– escribimos aquí sobre el Puente de Öresund, esa soberbia obra de ingeniería que desde julio de 2000 une no sólo Dinamarca con Suecia, sino en sentido más amplio, Escandinavia con la Unión Europea. De Copenhague a Malmö se tarda 20 minutos en tren y algo menos en coche sin más trámite, frente a la más incómoda y pesada alternativa que suponía tomar el ferry, superado ya mucho antes el insidioso trance de pasar por la aduana.
Pero el paso atrás acabamos de darlo también aquí. Atribúyase a la crisis de la migración, al clima de inseguridad, al predominio de las burocracias sesudas o a los deseos irrefrenables de tenernos bien controlados aunque suponga hacernos la vida un poco o mucho más difícil. Las autoridades suecas acaban de determinar que para cruzar el puente hay que presentar la documentación. En un intento por controlar el flujo de migrantes. Pero con el resultado de fastidiar a propios y ajenos. Por supuesto a los que tratan de huir del horror y buscar acomodo en lugares donde rehacer su vida y no encuentran más que rechazo y complicaciones añadidas a las que ya llevan consigo. Pero también, indirectamente, a los que vivían tan cómoda y prósperamente cruzando de lado a lado del estrecho.
Resulta que, en sus quince años de existencia, los 8 Km sobre el mar del Puente de Öresund habían servido para transformar las relaciones comerciales y la vida de muchos ciudadanos suecos y daneses. Gran número de estos últimos habían optado por comprarse casa en Suecia, donde son más baratas, y sin ningún problema iban a su trabajo en la capital danesa y volvían cada día. O muchos suecos –y muchos inmigrantes que desde hace tiempo viven en ese país- podían encontrar un trabajo en la rica y próspera Copenhague. Ahora, con los “novedosos” controles impuestos, a unos y otros les llevará como mínimo una hora más el viaje de vuelta. Por no hablar de lo que puede suponer para el transporte mercantil, para el turismo… ¿Es ese el progreso por el que se ha trabajado tanto, el avance que suponía la inversión en tan ambicioso proyecto, el resultado de los cuantiosos impuestos que pagan los ciudadanos de ambos países? Tanto paso adelante para luego volver para atrás…
Por lo demás, y para rematar la historia, se informa de que en la estación de tren del aeropuerto danés de Kastrup se ha levantado una valla. Otra más en el mundo. Esta de dos metros de alto y cientos de metros de largo. Para evitar que los migrantes rechazados en los controles de entrada a Dinamarca intenten subirse por las bravas a los trenes que van a Suecia. Hace poco hemos celebrado los 25 años de la caída del Muro de Berlín, el llamado de la vergüenza, y desde entonces, en pleno siglo XXI, no nos ha dado ninguna ídem levantar muros, vallas, verjas, alambradas… las tenemos hoy por todas las geografías y enclaves del planeta, y si quieren empezamos a enumerarlas y nos faltarán muchos dedos. Todo porque parece que las cabezas pensantes no encuentran soluciones mejores ni más ingeniosas para gestionar los conflictos locales o globales. Poner barreras y obstáculos es más fácil y rápido. Pensarán también que más efectivo…
Y en fin, así es el “nuevo mundo” que estamos reinventando. Con menos puentes y más vallas…