Sus poderes no eran una varita sino una ramplona billetera y su ilusión; le acompañaban sus fuerzas pero no la Fuerza. Salió una mañana como cada año por estas fechas, toda la agenda bloqueada, reservada para la gran misión que imaginaba como un viaje sideral. Pero empezaba bajo tierra, el metro en la estación de su barrio ya iba atestado, que sería al llegar a Sol. No eran sólo niños con sus madres, además iban con sus tías y sus primos, sumémosles todas esas parejas bien acicaladas que se animan salir estos días, los tipos largos con gafitas blandiendo un plano arrugado y usadito. Todo estos más los que, como él, salían a su noble empresa. Se les distinguía por ese cierto rictus de contenida tensión.
Ganar una boca de salida no iba a ser fácil, de acertar con la que exactamente da a Preciados ya ni hablemos. Mejor no meterle prisa al paso si no quería tropezar y finalmente estrellarse contra el sufrido mickymouse que retaba pompas de jabón al frío. Se impone caminar a ritmo, vigilante a izquierda y derecha, dejando pasar a los cazas más raudos que parece que les han robado una hora, esquivando con reflejos los meteoritos que vienen de frente, esos críos, sorteando con pericia los asteroides que permanecen parados delante de los escaparates, estos pánfilos. Definitivamente no había terreno para abrirse al hiperespacio. Según avanzaba se revelaban nuevos planetas, esa mole distante que se divisa al fondo no es Júpiter sino la FNAC.
El tránsito por las escaleras mecánicas iba acumulando presencias, en cada planta aguardaba un desafío. Se le olvidaron las pastillas para el mareo que se recomiendan si se trata de navegar por las inmensas formaciones de libros en busca de un título o de un autor. Más si uno no busca a los más venerados por el boca en boca. Peor todavía si uno no mira realmente con sus ojos, sino con los de ese tercero al que el hallazgo habrá de parecerle nuevo, sugerente o al menos no repetido de años pasados. De los músicos, qué decimos. Cúmulos de nubes estelares permanecían estratégicamente posadas justo sobre los objetivos más al uso, Sabina, Alborán, Adele, los Beatles de temporada… y no habrá manera de abrirse paso sin rozarse peligrosamente, no son cuerpos celestes sino cuerpos a secas. Con Beethoven será indudablemente más fácil, algunos de los parajes por donde habita no han sido objeto de expediciones en lustros.
En estas, comprueba nuestro héroe que se ha pasado de largo la hora de repostar, las reservas ya van al mínimo. Lo que pasa es que en estos días hay comensales para todas las horas, y ganar un reducto en una barra costará tiempo, dedicación y mucha atención a los saqueadores de banquetas –lástima una espada láser de esas… Más gratificante será, ya con los depósitos más arregladitos, adentrarse en la carpa de los artesanos. Tan pacientes, tan resignados a que miren y les miren, a que toquen y retoquen, saben que la mayoría no dejará más que sus dedazos en la plata o en la madera de olivo de sus creaciones. Por eso serán los más agradecidos cuando te empaquetan el objetillo y te explican de qué está hecho y cómo cuidarlo. Pero no quedaba mucho más tiempo para el arte. La tarde se avisaba frenética, la tenue luz de enero daba paso a las luces que fueron de Navidad pero ahora son de guerra, todavía quedaban sistemas planetarios que abordar.
Será inevitable alguna incursión en los satélites de Juteco, una parada técnica en la superficie de El Corte Inglés, enclaves y órbitas que forman parte del guión de todos los episodios. Pero la nave va ya cargadita, téngase en cuenta que ésta no es de las que se propulsan al espacio a gran velocidad, sino de las que avanzan suspendidas valiéndose de la fuerza motriz de unos brazos cada vez más trabajados. El tiempo ya apremia por muy cósmico que sea, las mareas interestelares adquieren a estas horas su mayor virulencia, en ocasiones es complicado mantener el equilibrio y el rumbo. Las colisiones se suceden, quién le mandaría comprar esa pieza tan frágil. Pero quedaba el último esfuerzo necesario. Dos calles en subida a buena marcha, un giro cerrado a fin de eludir el sistema tractor de masas, en Anton Martín obtendría el salvoconducto para un transbordador, por supuesto abarrotado de bolsas, personas y otros aliens, pero que le alejaría del núcleo galáctico y le devolvería a su recóndito planeta de origen.
Entonces respirará, después de respirar suspirará, y después de suspirar querrá dejarse caer exhausto. Cada vez se hace más agotador este viaje. Sobre todo cuando no se es ni Rey ni Mago ni de Oriente, como los que pintan en los crismas o recrean las cabalgatas. Ni siquiera con mayúsculas, diríase que él era un simple mago de ciudad. Como tantos muchos que en estos días previos al 6 de enero tienen que buscarse los poderes y sacarlos de donde pueden. Todo para siquiera hacer un poco más felices a los suyos. Merecerá toda la pena cuando deje los regalos esa noche y les vea las caras a la mañana, pero para ello han tenido que hacer acopio de energías y de ahorros, estrujarse la cabeza y entregarse a una jornada febril. El caso es que ya está, a falta siempre de algún detallito final. Prueba casi superada, un año más.
P.D. Afortunadamente para él, del astronómico roscón se encargarían otros magos. Con algo de suerte le traerían quizás uno de estos Cinco Días, Por este roscón… Y a disfrutarlo, ya no queda ná…