Hace ya demasiados años, una amiga de allí me regaló una novela que se titulaba “En las montañas de Holanda”. En realidad me acuerdo más del título que de la historia en sí, pero valga para introducir esta historia. No es exactamente cierto que no existan montañas en Holanda, quien la conoce bien sabe que están dentro de las casas, y sé a lo que me refiero. Pero hablando de ciclismo, tradicionalmente se les han atragantado.
Con excepciones muy notables –Kuiper, Breukink, Theunisse y todos los que ganaron en Alpe d´Huez– pero en general fueron más hombres todo terreo que puramente escaladores. El más de todos Joop Zoetemelk, el último holandés –sólo ha habido dos, el otro fue Jan Janssen– que ha ganado una gran vuelta, la de España en el 79 y el Tour en el 80, esto es, hace ya 35 años. Exiguo palmarés, ciertamente, en un país con esa tradición y esa afición ciclista. Otra cosa es si hablamos de clásicas, campeonatos del mundo… y aún así llevan años sin grandes noticias.
No es de extrañar por ello que las últimas etapas de esta Vuelta Ciclista a España 2015 hayan asistido a un despliegue casi sin precedentes de periodistas neerlandeses –la cuota de periodistas deportivos allí debe ser como de uno a 1.000 con respecto a España, por ejemplo. Es que iba a pasar algo histórico para ellos, hagámonos idea de lo que la hazaña de Tom Dumoulin iba a suponer para toda esa gente. Y se han quedado con las ganas. Si lo miramos objetivamente, era poco menos que un milagro que este chico ganara una Vuelta de estas características, con un perfil tan abrupto, viéndole esa constitución fortota que le asemejaría más a aquellos Knetemann, Raas o Karstens que eran potentes lobos de la llanura, también de hace tiempo. Pero al final no la ha perdido ni por la orografía ni por sus prestaciones. Ha sucumbido por su completa y absoluta soledad.
Dumoulin –dígase dimulen…- puede ser la gran esperanza del ciclismo holandés y tal vez, esperemos, un prometedor proyecto de gran campeón. Pero hoy por hoy corre en un equipo, el Giant, que está diseñado para lanzar a un sprinter, no para arropar a un líder. La prensa deportiva española se fija en lo espectacular y en lo que hace patria, pero a veces se deja en el alero detalles importantes. Y pocos han reparado es que este chico ha hecho una enorme Vuelta, sí, pero su mayor mérito es que se la ha chupado él solito. En los trances decisivos no ha podido contar con nadie. Desde la primera cuesta, en el malagueño Caminito del Rey, donde hizo segundo; en la alicantina Cumbre del Sol, donde ganó; por las montañas de Andorra, que esas sí son de verdad; en las cuestonas de Asturias, donde sufrió, reguló y sobrevivió. Siempre por sus propios y únicos medios. Y al final fue a sucumbir en la Sierra de Madrid, esa que dicen que nunca decide nada pero cuando mata, mata de verdad. En la Morcuera, seguramente el puerto más durillo de la Sierra, pero nada que ver con todos los que venía de franquear. No fueron sus rampas, fue la impenitente soledad que finalmente le condenó.
Ayer, a poco que hubiera contado con uno o dos hombres a su lado, los 13 segundos de desventaja que debía en la cima del puerto madrileño los hubiera enjugado sin problema en la bajada. Luego la subida a Cotos no era tan dura, además quedaba descender hasta Cercedilla. Pero por delante todos se ayudaban, el Astana con cuatro hombres a destajo, los demás gallos encantados con la jugada, y él no tenía ni al apuntador. No le faltó mucho para conectar, pero una vez que no pudo, se desfondó, reventó y el Ciclismo en mayúsculas se manifestó con él con la crueldad que bien conocen los que la han padecido alguna vez. Lo perdió todo, de una histórica victoria en una grande a un sexto en la general que no saldrá en los libros. Y todos esos periodistas, toda esa gente sinceramente ilusionada 35 años después del gran Joop, hoy se están volviendo a casa con la cabeza gacha.
Las crónicas y los tratados de ciclismo dirán que a Tom Dumoulin le derrotó en la penúltima etapa Fabio Aru, un ganador de prestigio para la ronda española al que hoy están comparando con Pedro Delgado en Dyc y con Hinault en Ávila. Pero lo cierto es que a este joven holandés le han doblegado dos equipos: el Astana y el suyo propio. Una buena lección de la que aprender. De lo que este prometedor ciclista haga de aquí en adelante dependerá que todo lo que ha hecho en esta Vuelta se recuerde en su justa medida o quede en una anécdota. Pero llegue hasta donde llegue, que ojalá sea muy lejos, lo que es seguro es que nunca se le va a olvidar el Puerto de la Morcuera, su desolador paisaje, y lo abandonado que sintió allí.
Fue de pronto un holandés en las montañas, como el belga por soleares o el torero al otro lado del telón de acero. Bien podía Sabina haberle dedicado un verso en su mítica canción.
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