Quien la conoce sabe que Budapest es una deliciosa ciudad que, entre otras muchas cosas, rezuma culto por el cuerpo en el agua. Ya de entrada se deja partir en dos por ese Danubio soberbio, sensual a caudales y generoso sin vacilaciones en ese punto de su transcurso. De ahí sus manantiales, sus aguas subterráneas, de allá su herencia romana y turca. Entonces no podría ser otra cosa que esos míticos baños de mucho antes de que se pusieran de moda los spas, del Gellért al Lukács, del Király al Széchenyi (en la foto), que no hay que ir a buscarlos, te encuentran ellos según caminas por Buda o Pest. Pero hasta sus piscinas normales y públicas, ¿en qué otra capital te las topas de frente según vas con tu mochilita de turista buscando un museo, una tienda o un sitio donde comer bien y barato, que por cierto bien que los hay? De otras apariciones que se dan por allí, ya ni hablo.
Y será por esto o algo así que el deporte húngaro vive en y de las piscinas. En fútbol tuvieron sus años de opulencia sin títulos en los 50, cuando Puskas, Kocsis & co; en balonmano fueron estupendos y hoy se mantienen a un nivel aceptable; notorios atletas lanzando el peso o el martillo; pero amigo, cuando se trata de zambullirse en la pileta y manejarse en ella, son de lujo. Una pequeña potencia, sin la ingente profusión de americanos o rusos, pero siempre capaz de mantener el pulso y sacarse su botín de medallas en la natación de Juegos Olímpicos y Mundiales. Qué decir de su waterpolo, del que parecieran los inventores, vienen a ser lo que Brasil al fútbol, estarán en lo más alto o más o menos cerca, pero nunca pueden faltar.
En esto, nuestras chicas de la selección femenina de waterpolo se nos revelaron hace dos años en los JJOO de Londres, consiguiendo una plata que supo a gloria; se consagraron el año pasado en los mundiales de Barcelona, logrando un histórico oro; pero se han graduado aquí, en la piscina Alfréd Hajós de la Isla Margarita, en todo el medio del Danubio y de Budapest. Resumiendo, en la catedral de este deporte. La verdadera final no fue ayer ante Holanda, fue en las semis contra la mismísima Hungría. Ganarlas en su casa, en esa legendaria piscina, no 1-7 sino 8-9 a brazo partido, es la verdadera prueba de lo en serio que van, quién son y por qué están aquí. Su entrenador se llama Miki Oca y las chicas son Laura Ester, Marta Bach, Anni Espar, Roser Tarragó, Mati Ortiz, Jennifer Pareja, Lorena Miranda, Pili Peña, Andrea Blas, Ona Meseguer, Maica García, Laura López y Patricia Herrera. Ahí quedan sus nombres, que lo de las 13 rosas no parece más que una bonita excusa para diluirlas. Y todas aquí en la foto, tan campeonas.
Ciertamente, Budapest bien vale cualquier celebración. Una rebosante cerveza Dreher servida por una diosa rubia en el Bastión de los Pescadores al atardecer, cuando los turistas se han ido a otros asuntos y justo ves el Puente de las Cadenas iluminarse ahí abajo. O brindar con una señora copa de Tokaji, rey de los vinos, vino de reinas como las que nos ocupan hoy. ¿Has jugado alguna vez al waterpolo? Yo ni me lo imagino, si sólo ver al portero ahí parao sin hacer pie ya me agota, qué será jugar de boya soportando agarrones y aguadillas. Pero cuidado que en ese país que fuera imperial también llueve y bien, ya te digo, y entonces hasta ocurren milagros como uno que estuvo a punto ayer, en ese circuito a escasos kilómetros de la capital. Vale, quedar segundo con el Ferrari y delante de los Mercedes también no poco lo es. Que magiar y mágico no serán sinónimos pero a veces lo parecen, y si no explícame ese pedazo de Danubio tomar una curva de 90 grados sin salirse. O qué decir de ciertas miradas que para qué… De las piscinas de Budapest tendremos que hablar más, otro día.
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