Comunicación para el pueblo… pero sin el pueblo

La comunicación para el pueblo.. (2)

Todo para el pueblo pero sin el pueblo era el lema del despotismo ilustrado del siglo XVIII, que inspiró la actuación de los monarcas absolutistas, fundamentalmente de Francia y España, que decían alumbrarse en la Ilustración pero no renunciaban a su concepción totalitaria del poder. Frente a estos, los principios de soberanía nacional terminaron imponiéndose en el siglo XX y son los que hoy rigen en el mundo occidental, aunque a veces sea sólo en teoría. Lo de Power to the People, aparte una canción de John Lennon, fue otra idea distinta, surgida de los ilusionados años 60, hoy para muchos una lejana quimera.

La libertad de información, como uno de los sustentos de las sociedades democráticas, y la comunicación interactiva entre ciudadanos e instituciones, aparecen como dos innegociables paradigmas de lo que llamamos progreso. Ambas empezaron a hacerse patentes y altamente demandadas en nuestra historia contemporánea, y es nuestro tiempo el que debía consolidarlas, hacerlas efectivas con todas sus consecuencias y beneficios. Y sin embargo, los hechos, ciertas prácticas y hábitos a los que hoy asistimos, nos hacen plantearnos: ¿hemos retrocedido o frenado en seco en su avance? ¿Volvemos a escenarios que creíamos largamente superados, hasta el punto de volver a hablar de Comunicación absolutista?

Daría el debate para mucho, y este espacio es corto. Pero simplemente dejar algunas reflexiones, y que cada uno piense, rebata, añada…:

– Si a la prensa, en todas sus modalidades y formatos, se la elevó a la categoría de cuarto poder fue porque tenía la capacidad –y sobre todo la actitud- de cuestionar lo que le venía dado, y fundamentalmente lo que los poderes trataban de transmitir a la sociedad con el propósito de que fuera asumido como verdad absoluta. Así, el informador atendía a lo que le comunicaba la empresa, el gobierno, la autoridad o el portavoz… y seguidamente lo contrastaba, buscaba segundas y terceras opiniones. De esa dialéctica salía una síntesis, una información que mostraba distintos puntos de vista, con la que el receptor podía hacerse una composición de lugar y optar por una posición o incluso una acción. Hoy por desgracia, y con muy dignas excepciones, prima la comunicación plana, sin arrugas ni obstáculos. No se contrasta, no se interpela, hasta se acepta que no permitan interpelar. Y los destinatarios finales reciben un mensaje sin masticar, sin elementos ni palancas de apoyo que les permitan discutirlo o preguntarse al menos si hay una realidad alternativa, otro pensamiento posible. Se lo tiene que creer y, por inercia, muchas veces termina creyéndoselo.

– Del fenómeno anterior se deriva una significativa pérdida de espíritu crítico. Que no sólo expande por sectores y capas de la sociedad, sino que se transmite generacionalmente. Familias que no cuestionan dan lugar a hijos que no preguntan. Los diferentes sistemas educativos tampoco lo vienen a fomentar. Y cuesta mucho entonces explicarle a un niño que si este diario o esta emisora de radio – generalmente el que lee o la que escucha su padre- dice tal sobre alguien o sobre tal asunto, es ciertamente por algún motivo, y cabe que la posibilidad que haya otro que informe de otra manera, que pueda dar pie a opinar en sentido contrario. Lo que les han dicho o lo que han leído la primera vez es verdad, y no les vengas con que hay otra verdad.

– Como señalaba hace un poco un tertuliano, muchas de las democracias actuales se reducen a que los ciudadanos introducen en una urna una hoja con una lista de nombres, de los cuales conocen al primero o segundo, y les suenan el tercero y quizás el cuarto. Así, como también acaba de señalar un conocido político, “hoy hay que ser más amigo del que hace las listas que del que vota”. El ejercicio lo repiten cada cuatro años, sin saber realmente lo que esos hombres que responden a esos nombres de la lista van a hacer, decidir o cambiar en su país, en su región o en su ciudad. Y claro, los ganadores interpretan luego que se les ha dado un cheque en blanco para cuatro años.

– Hemos visto que ahora no está la prensa –o está poco- para estos trotes, pero están las redes sociales, está la calle y hay foros de debate para hacerles ver a las clases dirigentes y a los aspirantes a dirigir que su relación debería ser mucho más directa e inmediata que un contrato que se renueva cada cuatro años. Lo que pasa es que los nuevos déspotas ilustrados de nuestro tiempo sólo entienden de lo que dejan entrever las encuestas y de lo que finalmente arroje el próximo resultado electoral. Además se han acostumbrado a poner atención en lo que dicen, no en lo que oyen. Es más, han conseguido que gran parte de los ciudadanos les juzguen más por lo que dicen que por lo que hacen. “Me gusta este porque ha dicho que va a hacer esto”. Y lo asume como perfectamente hecho, aunque no lo haya visto ni lo vaya a ver jamás.

– A lo que añadamos, y hacíamos referencia el otro día hablando de los discursos políticos, la cada vez más cierta tendencia que observan a hablar para ellos. De dirigirse a sus bancadas en el parlamento, a sus militantes en un mitin, a los aparatos de sus partidos en un congreso. Y a todos estos cuando conceden una entrevista. Su público son los suyos, que son los que les refrendan, les apoyan o directamente les defenestran y les sacan del púlpito, por ello les respetan y les temen. Así copan el emisor, el receptor, el canal, los asuntos sobre qué comunicar. Y el pueblo se queda fuera de ese esquema de Laswell.

– Ciertamente hoy las tecnologías permiten una relación directa entre protagonistas y espectadores, entre los clientes y las marcas, entre los interlocutores sociales y la propia sociedad. ¿Pero se maneja bien esa relación? Se oye, ¿pero se escucha y se atiende a lo que se dice por esos canales en teoría vinculantes y bidireccionales? Ciertamente, las empresas en general mucho más que las instituciones, porque en general han tenido, se han visto obligadas a desarrollar una cultura comunicativa. Los órganos y poderes públicos, con honrosas excepciones, no sólo no, sino que ni siquiera reconocen que no. Pero hasta su ignorancia la utilizan igual. Cuántas veces nos han dicho “hierven las redes sociales” –incluso políticos y periodistas que no han visto una pantalla de Twitter– interesadamente para justificar cualquier medida o posicionamiento, como otrora dijeran “clama el pueblo”. Y la diferencia es que ahora cualquiera puede entrar en su red favorita y constatar si de verdad hay o no hay ruido. Pero ¿entramos todos, nos fijamos? Y al final, ¿a quién se da más en creer, al que lo ve o al que lo dice, y además bien alto?

En fin, son sólo algunas, podrían salir muchas más. Y las que hemos propuesto, seguramente también pueden desdoblarse y desgranarse en otras ideas y disquisiciones asociadas. Por supuesto, también son susceptibles de discutirse. Simplemente dejamos planteada la cuestión a nuestro modo de ver. Solemos decir que la información hace libres a los pueblos. Por la misma deducción, los pueblos desinformados son esclavos. Y así ha sido durante tantos, demasiados episodios de nuestra historia. Cuando, como tantas otras cosas, se ha usado la Comunicación para el pueblo pero sin el pueblo.

La comunicación para el pueblo...

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