Sucedió o sucediera en León

León Google Maps“Ojalá te mueras” me contaron que un compañero de colegio le espetó un día a una vecina. Y de hecho se murió la chica o la señora, que más detalles no tengo, como tampoco me explicaron la concatenación de sucesos, quizás por no estropear la historia que pretendía retratar al chaval como un auténtico gafe. Si en vez soltarlo en la escalera lo hubiera publicado en estos tiempos en Twitter o en Facebook, a lo mejor estarían valorando procesarle por homicidio virtual, incitación a la violencia o algo así. Y al fin y al cabo, ¿cuántas veces no hemos escuchado esa expresión, o incluso nos la han dedicado personalmente, con mayor o menor sinceridad y devoción?

Lo que ha sucedido el otro día en León es, por lo que se está sabiendo, un lamentable episodio de ajuste de cuentas que desgraciadamente se produce a menudo en cualquier punto de España, y eso que no somos de las sociedades donde más se resuelven así las cuitas, entre otras cosas porque en este país no es tan fácil –todavía- poseer una pistola. Pero ocurre que en este caso la víctima es una figura política, muy conocida y de mucha influencia en su ciudad, y perteneciente a un partido que ostenta mucho poder. Entonces se desatan otros fenómenos y mecanismos que hacen que el hecho trascienda más allá de lo que hubiera quedado en un macabro relato para los espacios y secciones de sucesos.

Abro un paréntesis: asistía el otro día a una cena-coloquio, organizado por Forocompol, con José Ramón Caso, político de especial significancia durante la transición, y conocido fundamentalmente por su estrecha colaboración con Adolfo Suárez. Con él estuvo tanto en sus años de gloria y poder como en los de declive político –que no todos sus colaboradores, claro, pueden decir lo mismo. El hilo conductor del debate era la Comunicación durante aquel período de la historia española. Y señalaba el ex secretario de Organización de UCD que una de las claves que determinaron el discurso de todas las nuevas fuerzas políticas –unas venían de la clandestinidad y otras nacían de la nada- fue el mensaje de no confrontación. La gente tenía miedo de que, con todas las ideologías y colores otra vez en escena, volvieran a repetirse los episodios dolorosos que para muchos aún seguían muy presentes. Por ello, y por encima de todo, todos –o la mayoría- de los partidos se esforzaron en convencer de esto o lo otro, pero de que en cualquier caso aquello no iba a volver a suceder.

Cierro el paréntesis: treinta y cuarenta años después, disipados aparentemente los temores respecto a otro conflicto, algunas fuerzas políticas se han sentido liberadas de aquel compromiso, que para algunos era atadura, y no han tenido problema en lanzar mensajes que alienten la confrontación. Política, se supone, lo que pasa es que a veces ciertos discursos tienden a escurrirse de los límites de la bizantina dialéctica. Sobre todo si calan en quien los interpreta a su manera, y si además ciertos políticos –y sus voceros profesionales- pretenden deliberadamente y además saben cómo producir el efecto más divisor, separador y virulento.

Sucede entonces algo como lo de León, y no tarda en aparecer quien no puede conformarse con limitarlo a un hecho trágico y luctuoso. Al contrario, hay quien lo quiere ver como una oportunidad para agitar el castaño. Y tenemos suficientes ingredientes como para preparar un cóctel peligroso, a saber:

1. Lo que ahora dan en llamar “desafección” hacia la clase política, eufemismo que pretende definir templadamente el verdadero asco que la mayor parte de la ciudadanía siente hacia las acciones, conductas y actitudes de sus políticos en cualquier ámbito y esfera de la vida pública. Cuando se conoció el crimen, no faltaría quien pensara que hubiera sido obra de un desesperado que, además de fuera de sus cabales, estuviera armado, y que “bastante poco está pasando en este país”. Que nunca vayamos a justificar ni siquiera hacer por entender ningún tipo de acción ni reacción violenta, no significa que no existan motivos para reflexionar y pensar que esa desafección, animadversión y hasta odio hacia los políticos se los han granjeado ellos mismos.

2. Como se pretende, desde ciertos sectores y algunos muy influyentes, presentar la indignación ciudadana como una calculada y maquiavélica estrategia de deslegitimación del poder, presta a servir a oscuros intereses, cualquier acontecimiento que se salga de la establecida normalidad es susceptible de explicar según su discurso único, y por supuesto de ideologizar. Así, una manifestación es un altercado, una protesta un jaque a las instituciones, una pancarta un ataque violento al sistema. Y si una destacada figura de la vida política local y autonómica muere a tiros en plena vía pública, el hecho es suficientemente goloso como para hacer lo posible por buscarle las vueltas hasta hacerlo ver como un atentado. Esta propaganda conspirativa –y confrontadora por antonomasia- se vale principalmente de la táctica goebeliana de la mentira repetida hasta convertirla en verdad, de la que ya hemos hablado aquí.

3. Como producto de un factor y otro, los ánimos están muy exaltados. Entre otras cosas, porque esos mensajes que fomentan la confrontación están teniendo su éxito. Proliferan entonces las conversaciones de bar, en las que se profieren verdaderas burradas, alentadas por la calentura y el vino. En realidad han existido siempre esos debates fogosos y un tanto irracionales, y todo lo más han servido para que la gente se desahogara y han producido como mayor efecto alguna bronca particular. Lo que pasa es que ahora esas conversaciones no se desarrollan en torno a una barra y unas botellas, sino que fluyen por la Red, y los más burdos mensajes no se dicen y ya está, sino que quedan escritos y plasmados. No sólo eso, circulan, se difunden y salen del bar para llegar a todas las plazas y esquinas, hasta en Wisconsin se enteran de que uno le ha dicho a otro “ojalá te mueras”. Se forma entonces el caldo de cultivo para actúen los oportunistas organizados. Ya se encargarán, y no me lo invento porque escucho justo en estos momentos al ministro del Interior, de relacionar la algarabía y los comentarios fuera de lugar con el radicalismo o el terrorismo yihadista. Ya intentarán dotar de “perversa intelectualidad” al hecho fortuito para justificar la conspiración, y por lo tanto justificarse y erigirse ellos en anti-conspiradores.

En fin, todo indica que no debiera tener más recorrido este trágico suceso que ha capitalizado la actualidad estos días, pero no podemos asegurar que no vaya a encontrar algún camino por el que evolucionar y desarrollarse, dadas las motivaciones y los talantes comunicadores que imperan hoy en nuestra vida pública. Y no pretendemos entrar en Política sino ilustrar sobre cómo funcionan hoy los resortes de la Comunicación política. Aquella de la Transición, basada en unas reglas recién conocidas pero aceptadas por todos, en la que se sabía y respetaba lo que cabía y lo que no, fue, como he reflejado aquí, un paréntesis. Hoy rigen otros planteamientos. Los que hace ya años nos impresionábamos cuando Tom Wolfe recreaba la destrucción física y moral de un potentado a partir de un hecho erróneo aislado en La Hoguera de las Vanidades, hoy lo tenemos muy superado después de lo que llevamos visto. Por otro lado, los que alguna vez –quién no- hemos hablado sin pensar y hemos soltado cualquier tontería, ahora andémonos con cuidado. Que por menos de nada nos fichan y nos catalogan… de lo peor.

2 Comments

  1. Yo creo que deberían volver a abrir la mochila de Vallecas. Ahí dentro está la caja de pandora. Y sigo diciendo que a algunos, a muchos, les ha dado mucho coraje que no fuera un perroflauta, radical de la izquierda terrorista y haya sido «uno de los nuestros». Están soltando bilis por todos sus poros.
    Y ahora es cuando hay que coger a ese personaje venido del pasado y que da mucho miedo, cuando dijo aquello de…….

    http://politica.elpais.com/politica/2014/03/31/actualidad/1396265784_553252.html

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