Mirza Delibasic

(*) Por mis ojos ya estaban pasando Corbalán, Meneghin o Slavnic, y mira que aún habían de pasar Bird, Johnson, Jordan y todo lo que me quedaba por ver. Pero lo siento mucho, siempre diré que mi ídolo fue Mirza Delibasic.

En 1978 yo sabía de Sarajevo por las clases de historia, allí se había fraguado el inicio de la Primera Guerra Mundial. Ni idea de que por entonces fuera una ciudad yugoslava. Ni de que tuviera equipo de baloncesto. Entonces oigo o leo que el Real Madrid ha perdido allí en partido de liguilla de Copa de Europa –ah, aquella liguilla de seis…- y que la figura de ese tal Bosna (lejos todavía se saber lo que significaba ese nombre) era un base-escolta de casi dos metros.

En el partido de vuelta, en el Pabellón, ya lo descubrí. Esa camiseta morada… y ese número 12. Por si alguien no lo sabe, y por más motivos pero también por este, mi número favorito, el que me pondría en una camiseta de lo que fuera, siempre ha sido el 12. Les ganamos de poco. Pero para mí ese día fue un antes y un después. Había descubierto al jugador de baloncesto que me gustaba como ninguno hasta entonces. Diferente a todos los que había visto. Su forma de dirigir, de leer el partido, esa inteligencia de las grandes y de las pequeñas cosas, aparte por supuesto de su tiro y sus pases. Hasta su cara me sonaba, sí, me recordaba –y me recuerda- a uno de los mayores de la pandilla con la que había jugado en el parque de niño, no hacía casi nada de eso. Y claro, el que mejor jugaba a todo, el referente, el maestro.

Mirza Delibasic 2 En la final, contra el Emerson de Varese –por aquellos tiros libres de Prada-, entre él -30 puntos- y una ametralladora llamada Varajic -40 puntos- trituraron a los de Meneghin, Ozzola, Morse… que jugaban su décima y última final consecutiva. Era la primera Copa de Europa ganada por un equipo yugoslavo. Por entonces, Mirza Delibasic ya era con la selección balcánica Campeón del Mundo y de Europa dos veces, y un año más tarde sería Campeón Olímpico en Moscú. Y por cierto, en ese 1980 volvió por segunda vez al Pabellón y perdió otra vez, pero nos dejó 44 puntos y a todos con la boca abierta.

Cuando a finales de una aciaga temporada 80-81, oigo que el Madrid iba a ficharle, no me lo podía creer. En serio, ni Petrovic ni Sabonis ni Zidane ni Ronaldo me han provocado tal desparrame de ilusión. Cuando en efecto ya le vi con la camiseta blanca –ahora con el 15, que el 12 era innegociable de Rullán– me parecía un sueño. Deseando, claro, que empezase la temporada, ya mismo por favor.

No estuvo más que dos años, y parece que fue una era. Apenas se consiguió una Liga y un Mundial de Clubs. El tal Cosic, con la Cibona, nos ganó una final de la Recopa; el Barça nos derrotó en el primer play off de la historia de la Liga, en realidad un partido de desempate jugado en Oviedo. Podría decirse que su primera temporada fue brillante y la segunda un tanto irregular. Pero casi es lo de menos. Porque todo lo que dejó… Creo que todos comprendimos que por aquí estaba pasando alguien irrepetible.

Sí, irrepetible como jugador: todo lo que anotó, asistió, dirigió o co-dirigió, y sobre todo lo que enseñó, que le pregunten a Corbalán cómo se enriqueció su gama de pases, y claro, a Iturriaga pregúntenselo también. Irrepetible como persona: intratable al mus, aprendió español en dos semanas y se integró que parecía de Chamberí, a lo mejor es que en realidad era aquel chaval mayor de mi barrio, aunque mi barrio no era Chamberí. Se hizo querer y nunca se le olvidó.

Parece ser que él mismo le dijo a Lolo Sainz que no sufriera, que sabía que el equipo necesitaba un pivot americano y él se marchaba para no ser un obstáculo –sólo se permitía un extranjero en la competición nacional. El mismo día que recibió el finiquito se hizo socio, y dicen que pagó en metálico. A los dos meses, preparando su nueva etapa en Italia, sufrió un derrame cerebral en la bañera. Terminaba su carrera deportiva y empezaba una vida de novela.

Porque digamos que, a partir de su retirada, Delibasic jugó dos terribles partidos.

Uno lo terminó ganando, el de la guerra, a pesar de todo lo que sufrió y las heridas que le dejó, sobre todo en el alma. Siendo seleccionador bosnio, juntó a un equipo de veteranos y medio retirados, consiguieron escapar al cerco y a la artillería que sitiaba Sarajevo, y se presentaron en Alemania para jugar el Eurobasket 93. Fueron octavos. Con todo lo que aquel conflicto supuso, con las amistades que truncó entre deportistas que pasaron a ser ex compatriotas, a Mirza nunca dejaron de admirarle y quererle unos, otros y los otros, de todos los frentes, incluso en pleno fragor de aquella sucesión de guerras. Un oasis de respeto y sentido común en medio de aquel odio súbito e irracional.

El otro partido lo terminó perdiendo, el de la salud. Nunca hizo caso a los médicos que le aconsejaron que se cuidase mucho después del derrame cerebral. No quiso, prefirió disfrutar con la mayor plenitud la vida que le quedara. Y así la apuró toda. Hoy, 8 de diciembre de 2011, se cumplen diez años de la muerte de Mirza Delibasic. Mi ídolo.

(*) Artículo publicado en www.basket4us.

3 Comments

  1. Qué lindo artículo. Mi papá solía hablarme de las leyendas del baloncesto yugoslavo (lástima que fuera antes de Youtube). Ahora me he podido hacer una idea de que no exageraba.
    <muy emotivo.

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