Equidistantes

¿Eres equidistante en algo? ¿Te lo han llamado alguna vez? Pues no te lo deseo. Porque hoy ese adjetivo es peyorativo. Se asocia a tibio, anodino, vago, insustancial, ni chicha ni limoná. Más allá, alguien equidistante es visto como falto de compromiso o que adopta una hipócrita postura de indefinición entre dos polos o frentes.

Voy a la RAE, y esta es la definición: “que equidista” (tócate las narices). Entonces, tendré que buscarme la vida. Sin mirarlo en más diccionarios, se supone que equidistar es, entre dos puntos, estar a la misma distancia de uno y otro. Pero este es un concepto puramente físico, de situación espacial. Porque en el plano de las ideas, del intelecto, no es posible equidistar. Entre otras cosas, porque no existen unidades de medida y no se puede cuantificar lo lejos o cerca que se puede estar de algo que, a veces, tampoco se sabe bien dónde está.

Eso sí, puede que uno no esté cerca de nada, pero, aun así, nunca será equidistante. Podrá ser indiferente, escéptico o hasta cierto punto neutral. Claro que, tal como funcionan las cosas, tampoco será bien visto. Porque si no abrazas una bandera o un color determinado, en seguida te tachan de ser del de enfrente. Y si consigues demostrar que no te casas ni con uno ni con otros, eres un pusilánime sin alma ni corazón. Un equidistante.

Lo que no hay que confundir es ser neutral, indiferente, y si quieren equidistante, con ser justo. O al menos, tratar de serlo desde la coherencia con las ideas de cada uno. Además, la posición intelectual no tiene por qué ser fija e inmóvil, sino que puede trasladarse, evolucionar y acercarse o alejarse de un determinado polo en función del plano de realidad en el que se orbite, esto es, de lo que estemos hablando. En fin, todo este rollo teórico para, en la práctica, explicar cosas que suceden en nuestra actualidad.

Hoy vemos a políticos que tachan de equidistancia cualquier postura que no es radicalmente adepta a las suyas. Por ejemplo, cuando los nuestros se echan los trastos a propósito de la guerra de Gaza -un conflicto y una zona que se ve que conocen ‘excelentemente’ bien-, lo mismo hemos visto a representantes de la derecha muy proisraelí condenar enérgicamente los atentados de Hamas, pasando por encima todo lo que ha sucedido después; y a los de la izquierda muy pro palestina clamar contra la reacción desproporcionada de Israel, como si antes tampoco hubiera sucedido nada. Y ambas partes han coincidido en la misma apreciación: que aquí no caben equidistancias. Así, el secretario general de la ONU, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y -hombre- el presidente del Gobierno español, entre otras voces institucionales, se han expresado como unos insulsos y mezquinos equidistantes.

En un asunto tan intrincado y cada vez más embrollado como el de la amnistía a los todavía no juzgados por el procés en Cataluña, tampoco se admiten los matices. Al principio, o estabas con la amnistía y los amnistiados o contra el Gobierno que había salido elegido gracias a haberla pactado. No cabían las posiciones de quienes estaban frontalmente en contra, y hasta les daba y les sigue dando mucha rabia que el cabecilla y embaucador de todos los demás pueda salir indemne tras fugarse en un maletero, pero por otro lado, preferían sinceramente la continuidad de unas políticas, según podían entender, más convenientes en general para el país que las que hubiera podido aplicar el otro gobierno que se postulaba. Y que a lo mejor pensaban que ese otro partido que aspiraba a gobernar, denostaba la amnistía y sacaba a la gente a la calle contra ella, hubiera terminado pactando lo mismo si hubiera podido. No cabían razonables ni razonadas dudas. Si estabas con Sánchez, estabas con los independentistas. Si no, tenías que estar con el PP.

También podía haber gente a la que le repatean estos pactos con el independentismo y, sobre todo, con unos activistas que no tienen más visión ni proyecto que, con perdón, salvar su culo. Sin embargo, también piensan que, en realidad y siendo pragmáticos, no le afectan en su vida. Prefieren que salgan adelante leyes que contemplan la subida de las pensiones o las ayudas al transporte, a pesar de que les dé grima que haya sido a través de puros ejercicios de funambulismo, y al final, casi de chiripa. Y ahora se hacen cruces con los presupuestos generales que se vienen. Seguro que no les gustará la forma en que se aprueben, si llegan a aprobarse, pero ante todo, piensan que los necesitamos. Ya saben, unos insidiosos equidistantes.

Ahora hemos dado otra vuelta de tuerca. Ha llegado un juez de prestigio, con una dilatada carrera, y se ha propuesto convencernos de que las actuaciones durante el procés y otras algaradas posteriores de los independentistas catalanes constituyeron actos terroristas. No le ha costado mucho convencer a los políticos más significados del frente derecho y a sus medios afines, que ahí le siguen con todo su fervor (pero ¿de verdad pretenden explicarnos en este país, a estas alturas, lo que es terrorismo?). Y aquí tampoco hay lugar para el sano juicio. No vale pensar que allí se cometieron -y se juzgaron- diferentes delitos tipificados, pero justamente no ese. Y si lo piensas, es que estás con este Gobierno, con los independentistas y ahora, además, con los terroristas. Además, como finalmente han sido los propios amnistiables los que han impedido se apruebe la Ley de Amnistía, ahora, aun para quien efectivamente pretendiera ser equidistante, se ha puesto harto difícil. Ya ni sabemos por dónde van los polos.

Podríamos abundar en más asuntos, que van de la política a la economía, las relaciones internacionales y, por supuesto, el fútbol. El In medio Virtus de Aristóteles (otro equidistante, ya se ve) ha quedado en desuso. Hoy, o estás en los extremos o eres un pobre equidistante. Y esto, qué triste, es de lo peor que a uno le pueden decir.

Foto: YakupIpek

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