Confieso que vi al Kaiser

Porque somos un poco mayores. Pero, sobre todo, porque los hay que dejan memoria y no se borra. Quien vio jugar a Franz Beckenbauer, aunque fuera sólo un poquito o en el tramo final de su carrera, se acuerda y se acordará siempre de él. Llenaba la pantalla y llenaba el estadio. Parece ser que el apodo de Kaiser le vino por un cierto parecido físico, pero es que ningún otro futbolista, ni alemán ni de cualquier otro país, se ha ganado más a pulso ese título.

Beckenbauer es imprescindible en cualquier lista de los mejores jugadores de fútbol de la historia. Da igual que esa nómina sea de cinco, de diez, de seis o de cuatro. Él debe estar siempre. Normalmente, estas pretenciosas -por no decir absurdas- clasificaciones tienden a ensalzar más a los que jugaban cerca del área y marcaban goles. Si acaso, Franz es el único que no lo necesitó para estar en ese elenco cumbre.

Sí, todos nombramos a Pelé, Maradona, Messi, Di Stefano, Cruyff… y Beckenbauer es uno de ellos. Lo es porque es el único, junto con Leo, que lo tiene todo: Mundial, Eurocopa (o Copa de América), Copas de Europa, Ligas, balones de Oro… Lo es porque mantuvo una carrera de 10 años en primerísima línea del fútbol mundial, cuando los deportistas no eran tan longevos como los de ahora. Lo es porque transformó la historia del Bayer de Múnich hasta convertirlo en el club más importante de su país y uno de los más poderosos del mundo; porque fue capitán y líder absoluto de la mejor selección alemana de la historia. Y, sobre todo, lo es porque fue uno de los que cambió el fútbol, lo hizo concebir de otra manera. Dejó una influencia que se mantiene hoy, cinco décadas después.

Se le suele destacar como defensor, y entonces su legado se limita al de mejor defensa de la historia. Pero no fue exactamente eso. En realidad, jugó en dos posiciones: en sus años jóvenes, fue un centrocampista de los que hoy llamamos box to box, esto es, que abarcaba el juego de área a área, con energía juvenil, pero a la vez con la intransferible elegancia que siempre fue su impronta y su marca de futbolista. Y llegaba y marcaba, cuatro goles en su primer mundial, el de Inglaterra, con 20 años, en el que llegó con Alemania Occidental a la final y la perdió como la perdió (así jugó en aquella final). Cuatro años después, en México 70, cayeron en la prórroga de aquella legendaria semifinal contra Italia, en la que jugó con el brazo en cabestrillo por una lesión en el hombro. Y ni así perdió la compostura.

Sí es verdad que su segunda posición fue la que le convirtió en historia del fútbol. Puede decirse que inventó la demarcación de líbero -o defensa libre-, que casi inmediatamente se convirtió en imprescindible en todas las alineaciones. Hasta entonces, que me lo confirmen los más veteranos, existía si acaso el llamado ‘defensa escoba’, ese que no marcaba a nadie, pero “barría” lo que se les escapaba a los marcadores. Beckenbauer, más bien, lo aspiraba. Parecía que esos balones acudían a encontrarse con él, colocado como estaba siempre. Rara vez se tiraba al suelo a rebañar un balón, porque casi nunca lo necesitó. En esa nueva versión, ganó la Eurocopa 72 y el Mundial 74 con Alemania Occidental (así jugó en la final contra Holanda), y las tres copas de Europa consecutivas con su Bayern. Que, por cierto, cuando fichó a Franz era el segundo equipo de Múnich, jugaba en segunda división y había ganado una liga en su historia. Hoy tiene 33.

Pero Franz nunca se limitó a esa labor defensiva. Esos balones que interceptaba los convertía en ataques. Siempre fue el iniciador de las jugadas, el que ordenaba, el que repartía juego -no fallaba un pase, en largo o en corto, un lujo los que daba con el exterior- y permanecía atento a todas las operaciones, presto a aparecer donde hiciera falta. A cortar, a jugar otra vez. Partiendo de atrás, era muy intervencionista en el ataque, y eso se puede ver en cualquier vídeo de sus tiempos más veteranos, los de la Copa de Europa del 76 o la final de la Eurocopa de ese año, que perdieron los alemanes con Checoslovaquia -la del penalti de Panenka-, su último partido antes de partir a Estados Unidos.

De él dijo un jugador del Real Madrid -creo que fue Pirri– que no le veías sudar la camiseta, pero siempre estaba en todos los sitios. Porque lo leía, lo veía todo y sabía dónde había que estar. Por eso, entre otras cosas, triunfó también como entrenador. Pero aquí queremos hablar del futbolista. Ganó dos balones de Oro, y si no fueron más se debe a que entonces ese galardón era menos mediático y más democrático. Y aunque sólo concernía a europeos, había grandísimos competidores. Además de Johan Cruyff, por supuesto, en sus años en la élite también lo ganaron gente como Bobby Charlton, George Best, Gianni Rivera, su compañero Gerd Müller, Oleg Blokhin… casi nada.

Pero más allá de los títulos y los galardones individuales, lo que más grande le hace -todavía- es verle jugar. Y ahí están, ya digo, los vídeos. El fútbol cambió después, se impuso el marcaje por zonas, ahora es la presión en bloque alto o bloque bajo, y el líbero como tal desapareció. O mejor dicho, ahora suelen colocarlo por delante de los defensas, eso que llamamos medio o pivote defensivo. Pero muchos equipos siguen necesitando ese defensa que inicie las jugadas, que no le queme el balón, lo mueva con inteligencia o sepa lanzarlo en largo. Que en vez de despejarlo cuando lo corta, lo saque jugado. Y a veces, no es tan fácil encontrarlo, quiero decir tan bueno. Entonces, algunos comentaristas de hoy, jóvenes que ni por asomo vieron al Kaiser verdadero, cometen alguna que otra herejía… futbolística, quiero decir. Si odiosas son las comparaciones, algunas son de juzgado de guardia.

Su influencia ha quedado también en las generaciones que le han seguido. Muchos grandes futbolistas de décadas posteriores han tenido algo de Beckenbauer: el neerlandés Ruud Krol, cuando evolucionó también a la posición de líbero; o Franco Baresi, que lo fue toda su carrera; Bernd Schuster recordaba al Franz de sus inicios como centrocampista; Ronald Koeman, por su colocación y sus envíos largos; Xavi Hernández, por su inteligencia marcando el ritmo que el partido necesitaba en cada momento; Luka Modric, por los pases de fábula con el exterior; Toni Kroos, por su elegancia y precisión… y todos esos, a lo mejor no tan sutiles, que saben todo lo que está pasando el terreno de juego. Podría citar a más… Pero ninguno ha tenido todo lo que tenía el Kaiser. Coetáneo suyo fue el chileno Elías Figueroa, posiblemente el que más se le ha parecido en más cosas, pero digamos en un escalón inferior, ojo, que no es poco decir. Franz Beckenbauer era un director de orquesta que jugaba al fútbol.

Al poco de retirarse, fue entrenador incluso antes de tener el carné, le dio a Alemania la tercera Copa del Mundo meses antes de su reunificación. Fue 15 años presidente del Bayern Múnich. Si no fue ministro, o incluso canciller, será porque no quiso. Premios, honores, reputación… todos los atributos y el aura de una personalidad insigne. Por eso choca, y da mucha pena, que haya tenido un final de vida tan triste. Es que no somos nada. Nadie. Ni él.

Por cierto, esta video-biografía, de hace unos tres años, está bastante lograda.

Y este es, modestamente, mi sincero homenaje al Kaiser al que confieso que vi y disfruté, incluso cuando jugaba en el equipo rival del mío. Con la noticia, me ha venido de pronto algo de mi niñez, y a la vez, lo he perdido.

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