Ni rojo ni azul… pues arréglense

Desde que la ciudadanía de este país fue convocada el 23 de julio para dirimir si todo al rojo o todo al azul y decidió que ninguna de las dos cosas, ha transcurrido un verano en el que hemos tenido absolutamente de todo menos sensatez política. Quiero decir, se ha avanzado poco o nada, pero eso sí, se ha opinado mucho. Y también se han dicho no pocas sandeces. Como uno no está libre de decir las suyas y también en agosto he estado a otras cosas, aquí van, en modo apuntes y puede que de forma no muy ordenada. Vamos, que ahí dejo todo esto:

  • Repetir unas elecciones nunca es un ejercicio sano en democracia. No lo fue en 2016 y tampoco en 2019. Es como si los políticos le dijeran a la ciudadanía: “majos, votad otra vez, que lo habéis hecho mal”. Y de ninguna manera lo hemos hecho mal. Cada uno ha votado lo que ha considerado y lo que ha salido es lo que hay. “Con eso, señores, trabajen, pónganse de acuerdo en esto sí o en esto no, pero hagan posible una legislatura en condiciones”, debería ser nuestro mensaje. Porque este país, ningún país, se puede parar indefinidamente.
  • Y es un fracaso. Las repeticiones electorales, por lo general, arrojan un dibujo de país peor y menos representativo que las convocadas inicialmente. Simplemente, por el hecho de que vota menos gente.
  • Es cierto que los resultados a veces son caprichosos, como pasa en muchos otros ámbitos. Y resulta que la gobernabilidad de España ha quedado ahora en manos de Junts per Catalunya, un partido conservador e independentista. Pero eso no es culpa de los que hemos votado. Es consecuencia del mapa político imperante, con dos bloques enquistados sin casi ninguna posibilidad de entendimiento, y resulta que este partido es el único que puede deshacer el empate técnico.
  • Partido que, por otro lado, ya ha actuado como bisagra en muchas otras legislaturas de nuestra democracia. Lo que pasa es que aquella Convergencia i Unió pasaba por ser un partido de centro-derecha eminentemente pragmático y moderado -luego se supo que dirigido por un consumado corrupto- que mantenía sus aspiraciones soberanistas en un segundo plano. Y estos que lo dirigen ahora son los que han liderado y protagonizado uno de los mayores desafíos que ha sufrido nuestro Estado de derecho en las últimas décadas. Muy chapucero, soez y condenado al fracaso desde su origen, pero desafío, al fin y al cabo. Más que por políticos, es hoy un partido dirigido por activistas.
  • Puede tener sentido tomar decisiones y aplicar medidas que resten tensión a la situación en Cataluña, que prioricen el entendimiento sobre el conflicto, y todo parece indicar -aunque es verdad lo decimos desde Madrid– que las que se han promovido en estos cuatro últimos años, aunque discutidas, están funcionando en general.
  • Ahora se sugiere avanzar más en esa distensión, y en ese avance se pretende enmarcar la amnistía que reivindican los independentistas catalanes. Una de las cuestiones peliagudas es determinar cómo una medida así podría encajar en nuestra Constitución. A nadie se le escapa que es muy complejo, y no me siento tan cuñado como para sugerir cómo deberían hacerlo.
  • Lo que sí me atrevo a asegurar es aquí hay algo, al menos, que no sería justo. Esa amnistía aplicaría, claro, a Carles Puigdemont. Y honestamente, no se la merece. No es acreedor a quedar libre de todo cargo y poder volver a España tranquilamente. Lo siento, pero lo pienso así. Aun con el indulto, sus compañeros encausados por el procés pasaron entre tres y cuatro años en la cárcel. Y él fue, básicamente, quien embaucó a todos ellos. Si los que le secundaron terminaron cumpliendo condena -discútase si suficiente o no, pero la cumplieron-, el principal instigador no puede quedar indemne. Creo que la sociedad no lo entendería. Y el coste político de blanquear al personaje sería incalculable. Que se lo piensen bien.
  • Con ello no quiero alinearme con los jarrones chinos socialistas -como el propio Felipe González se autodefine, pero además ejerce- que durante la campaña del 23-J no abrieron la boca, no se dignaron a prestar el mínimo apoyo al líder de su partido cuando parecía al borde del abismo. Y ahora, cuando sale a colación la cuestión de la amnistía, sí se han pronunciado para “echar una mano”. Como muy bien ha precisado el también socialista ex presidente de la Generalitat, José Montilla.
  • En cualquier caso, parece que para Junts es innegociable lo de la amnistía, incluida, por supuesto, la de Puigdemont, no en vano es él en persona quien impone la condiciones. Pues así, va a ser muy difícil plasmar un acuerdo. Y hablamos sólo de la investidura. ¿Cómo será cuando se trate de aprobar cualquier ley, los presupuestos…?
  • Ya desde que se conocieron los resultados, se vislumbraba que el Partido Popular lo tiene imposible para formar mayoría y liderar un Gobierno. Y los socialistas, prácticamente también. A la vista de lo que se ha avanzado en este mes y medio, la impresión no ha cambiado.
  • Pese a lo que alguna gente opina y determinados políticos y medios de comunicación -mal informados o mal informantes- quieren hacer ver, todos los partidos con representación parlamentaria son constitucionales. Son legales, se pueden presentar y se les puede votar. Nos gusten más o nos gusten nada.
  • Sin embargo, sólo hay tres partidos que podamos llamar constitucionalistas, esto es, que con sus matices y diferencias, respetan en esencia la Constitución: PP, PSOE y Sumar. ¿Sería tan imposible, tan inimaginable, que estas tres formaciones llegaran a entenderse para formar una gran coalición? Llámenme iluso. Efectivamente, conocemos la respuesta. Pero es que, sinceramente, no veo otra forma de evitar la repetición de elecciones.
  • Y no, eso no fue lo que le propuso Feijóo a Sánchez en su reciente e inútil reunión. No nos la intenten colar.
  • Y tampoco me vengan con la cancioncita de la lista más votada. Parece que eso sólo valga cuando ganan unos, pero no cuando ganan los otros. Tenemos una democracia parlamentaria, no presidencialista. Además, si miramos los resultados, aunque al final se tradujera en más diputados, la diferencia entre primero y segundo fue de apenas 300.000 votos. Luego, la ley electoral produce esos efectos, como el hecho de que el PSOE haya obtenido un millón de votos más que en noviembre de 2019, pero esos votos sólo le han otorgado un escaño más.

Lo dicho, en España no hemos votado ni todo azul ni todo rojo, en contra de muchas previsiones y encuestas que se habían publicado. Y es más que posible que, si nos preguntan a cada uno, el resultado de las elecciones de julio no nos haya gustado absolutamente a nadie. Pero es lo que conjuntamente hemos dicho en las urnas. Y es a los elegidos por el pueblo a quienes corresponde la misión de convertir ese dictamen en una fórmula seria y realista para sacar la legislatura y el país adelante. Y que no nos hagan repetírselo.

Y ahí lo he dejado. Si les vale…

Foto: 3422763

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