La doble victoria del fútbol español

En una semana, la selección española de fútbol femenino ha conseguido dos triunfos que suponen hitos históricos: el primero, el más importante y universal, proclamarse campeonas del mundo, algo de lo que se han enterado en todo el planeta; el segundo, cargarse (de momento, virtualmente) al presidente de la Federación Española, algo si se quiere más doméstico, pero que es bueno para nuestro fútbol… y si se miran los antecedentes, posiblemente hasta más difícil que ganar un Mundial.

Primero, lo que debería ser la noticia principal. Es lo más importante que ha pasado en mucho tiempo en el fútbol español, y uno de los principales hitos de nuestro deporte en los últimos años, unido a otros logros y, por ejemplo, a las recientes dobles medallas de oro de los marchadores María Pérez y Álvaro Martín en los mundiales de atletismo. Pero ya se sabe que el fútbol lo acapara y lo eclipsa todo. Hasta ahora el de hombres, pero el de mujeres ha terminado de demostrar que también es capaz.

Hay que decir que España no era favorita, en absoluto, en este Mundial. Venían selecciones en teoría más fuertes y con más pedigrí. Unos cuartos de final ya hubieran estado muy bien, y unas semifinales, sobresaliente. Parecía que era para las generaciones siguientes, campeonas en prácticamente todas las categorías sub, para quienes estaría destinado el reto de aspirar a la máxima cima mundial. Pero el fútbol es así, no sólo el de hombres. Como vimos en el pasado Mundial masculino de Catar, en eliminatorias a un partido cualquiera puede hacer frente a los supuestamente poderosos, y así vimos a Marruecos llegar a semifinales o a Croacia eliminando a Brasil. Aquí ha sucedido más de lo mismo: Alemania cayó en primera fase; la campeona vigente, Estados Unidos, en octavos; de las grandísimas favoritas, sólo Inglaterra estaba cumpliendo los pronósticos y, aun así, tuvo que sobrevivir a una tanda de penaltis frente a Nigeria.

Y en ese mar de incertidumbre que hoy son los mundiales, España fue la mejor. Sin ninguna duda. Desde el chasco del 0-4 ante Japón, posiblemente se vinieron arriba. O ganaron confianza sabiendo que ya habían pasado ese día malo que siempre se tiene en una competición de un mes. Y que, si sobreviene en una eliminatoria, te manda para casa. A partir del cruce de octavos, la selección fue más equipo, más segura de sí misma y, hay que decirlo, evidenció más calidad que ninguna. Sin su gran estrella a pleno rendimiento, porque Alexia Putellas venía de un año sin jugar; sin varias jugadoras que hubieran sido titulares seguras, porque quedaron como secuelas del cisma suscitado hace un año. Y con el estigma, que arrastraba de anteriores citas, de no superar eliminatorias ni dar el plus que se necesita ante rivales de máximo nivel.

Pero todo cambió con la goleada a Suiza. A partir de cuartos, y hasta la misma “puta” final (que diría Jenni Hermoso), España no sólo fue la que hizo mejor juego colectivo, mostró además el aplomo de las campeonas y la determinación que se necesita en momentos clave. Si además hay calidad individual y las decisiones del seleccionador -hay que decirlo- fueron acertadas en momentos oportunos (como la entrada de Paralluelo por Putellas en la semifinal contra Suecia), tenemos los argumentos y luego hay que ‘hacer que pase’. Ahí está el torneo inmenso que se ha jugado Aitana Bonmatí, justísima MVP y máxima candidata al próximo Balón de Oro; la experiencia y firmeza de Irene Paredes; el rol poco visible pero fundamental de Tere Abelleira en el medio campo; la agresividad y la fuerza de Salma; por supuesto, la energía de Olga Carmona y sus goles providenciales, antes de verse sumida en el tobogán de sensaciones que tuvo que vivir el domingo. Y así, una por una… porque los mundiales los ganan las 23 que van.

Pero yo me voy a quedar especialmente con dos. Si me comprara una camiseta, sin duda sería la de Mariona Caldentey. Puede que otras sean más exuberantes físicamente y otras más exquisitas en el trato del balón. Pero la mallorquina lo conoce todo de este juego, siempre sabe lo que tiene que hacer y casi nunca se equivoca. Entiende perfectamente lo que necesita el partido y cada jugada. Por ejemplo, en el gol decisivo de Olga ante Inglaterra, le pasa el balón en el momento justo, ni una décima antes, ni una décima después. Es la jugadora que no se llevará los grandes titulares ni los premios individuales, pero cualquier entrenador querría tenerla siempre en su equipo. Yo, desde luego.

Y mi otra debilidad, también mallorquina, pura casualidad, es Cata Coll. Porque las porteras siguen sufriendo en el fútbol femenino. Mucho más que los porteros, que casi todos rondan el 1,90 y con su envergadura cubren mucha portería. A las chicas se les hace todavía grande, se las ven y se las desean con los balones altos. Pero Cata, tan joven, suplente en el FC Barcelona y también aquí en la primera fase, ha demostrado ser la arquera con personalidad que necesitan los grandes equipos. No han sido sólo las paradas decisivas. Además, ha sido muy valiente. Los dos balones colgados al área que se lanza a agarrar en el último minuto de la semifinal y la final, entre un bosque de cabezas altísimas, consciente del riesgo que suponía no atajarlos, la definen y son los que han terminado certificando el éxito.

Y bien, hasta aquí el fútbol. Esto es de lo único de lo que se tendría que haber hablado después de la consecución de la Copa del Mundo, la segunda que consigue España en categorías absolutas y un éxito del que tenemos que sentirnos muy orgullosos. Pero no podía ser todo tan bonito, ya esa misma tarde se empezó a torcer la cosa y el lunes teníamos el follón montado. Ya no se hablaba de fútbol ni de las campeonas, lo que se empezó a jugar fue otro partido en el que ya entraron a jugar todos, desde la política hasta todos los ámbitos de la opinión pública. Y no voy a abundar más, porque ya todo el mundo sabe lo que ha pasado y lo que se ha dicho. Lo que sí quiero destacar es que este partido, al final, también lo han ganado las chicas de la selección.

Ha dado muchas vueltas el asunto desde que se difundió la famosa imagen del beso furtivo y robado, luego las del espectáculo en el palco y otras que han ido apareciendo, todas reveladoras de la catadura del presidente de la RFEF, que, por otro lado, ya conocíamos de otros episodios. Pero aquí hay un trasfondo, una historia que viene de atrás, y que puede resumirse en aquello de que la venganza es un plato que se sirve frío.

Las jugadoras de la selección, creo que todas las que fueron al Mundial y muchas de las que no fueron, se la tenían jurada a Luis Rubiales. Porque no las apoyó cuando 15 de ellas cuestionaron los métodos del seleccionador, los deportivos pero, según parece, los extradeportivos ante todo. Las dejó vendidas. Ahora que son campeonas del mundo, se han ganado una posición de fuerza que antes no tenían. Pero es que no han tenido que hacer nada. La venganza se la ha servido en bandeja el propio presidente, que se ha metido él solo de cabeza en un lío del que ya no va a salir. Las jugadoras no han tenido más que dejarle caer. Y caído está, por mucho que hoy se haya dedicado a repartir toda la basura, insidia, odio, y por supuesto machismo, de que ha sido capaz, que es mucho.

Derribar a un presidente de federación, y en concreto la de fútbol, no es nada fácil. Pablo Porta duró en el cargo casi 20 años pese al clamor nacional que pedía que se fuera; Ángel María Villar aguantó casi 30 a pesar incluso de llegar a pisar la cárcel. Rubiales, con las mismas prácticas corruptas y todavía peor estilo, zafio y chabacano por citar sólo dos de sus atributos, va a durar sólo cinco. A pesar de la soflama de hoy y de los aplausos cautivos, está sentenciado. Ha repetido cinco veces que no, porque sabe que sí, que va a dimitir.

Así que este post es simple, humildemente, para felicitar a las futbolistas de la selección española, que se han proclamado Campeonas del Mundo. Pero destacar, además, que han ganado dos veces. La suya es una doble victoria del fútbol español.

Y #SeAcabó

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