Free man in Dublin (II): los templos

Parece que la lluvia da un respiro, pero volverá. Puestos a hacernos preguntas, ahora que ya voy crecido, podrían inquirirme por qué doy tantas vueltas en vez de tomar los caminos rectos. Podría ir mapa en mano para saber por dónde voy y no desviarme. Pero hace ya tiempo que sólo lo consulto en el hotel y en alguna parada técnica si veo que lo necesito, esto es, si es evidente que me he perdido. Lo que me gusta es guiarme por mi intuición, probar y equivocarme, tirar por aquí, y si no, por allí. Puede que tarde tres veces más en llegar al sitio en cuestión, pero lo disfruto más porque de paso descubro, conozco más y quién sabe si nuevos templos que de otra manera nunca hubiera encontrado.

Porque Dublín es una ciudad de templos, eso que nadie lo dude. Por supuesto los religiosos, pero alberga también grandes templos literarios. Es indispensable asimismo disfrutar de sus templos musicales. Muchos de sus pubs son como templos. Y claro, está Temple Bar. Que no viene ni de templo ni de bar, pero que pasa por ser el santuario de la fiesta, la música y las sagradas pintas.

Quienes leyeran el primer capítulo de esta historia, posiblemente se extrañarían de ver insertados versos o estrofas completas de canciones conocidas, y seguirán encontrándolos. No son más que algunas de las que escucho tocar por las calles y los pubs. No hace falta mucho montaje. Una voz y una guitarra, o dos con dos guitarras, o en vez de la segunda, un violín. Y suenan como dioses, ángeles y santos. Sí, en sus templos.

And the songs get louder each one better than before (Amy McDonald)

De sus dos catedrales ya contamos algo en el primer capítulo. Pertenecen a la Iglesia de Irlanda, que es anglicana, y no dejaron de pertenecer a ella cuando este país dejó de tener que ver con Inglaterra. Con todo, hay que recordar que San Patricio vivió mucho antes de la escisión en el cristianismo, por lo tanto, está por encima de la cuestión entre católicos y protestantes y es venerado por todo el país, no sólo en la República de Irlanda, también en la unionista, mientras todavía lo sea, Irlanda del Norte. Entre el sinfín de iglesias que pueblan la ciudad, la de San Andrés es posiblemente la más notoria y plástica en el centro, pero hace tiempo ya que no funciona como lugar de culto: fue oficina de turismo, ahora está cerrada y al parecer no se sabe lo que será, aparte de darle sombra y cobijo a Molly Malone. La procatedral de Santa María es la que oficia como principal templo católico, y fue la que visitó el Papa Francisco en 2018. No visitaremos la de San Michan, famosa por su cripta, cómo será que dicen que inspiró a Bram Stoker para escribir Drácula. Y encontraremos cerrada el último día la abadía presbiteriana de Parnell Square, a la que queríamos, más que nada, agradecer que nos sirviera de faro todos los días camino o saliendo de casa.

En una calle que no dice nada, además ahora en obras, está y ha estado siempre desde 1782 el Mulligan’s. 30 años hace que estuvimos aquí y parece que no haya pasado ese ni ningún tiempo. Únicamente aquellos grandes tiradores de Guinness, con los que nos dejaron hacernos fotos, han sido sustituidos por los modernos más ligeros y funcionales. Lo demás sigue igual, la madera, las paredes, la barra pulida y desgastada… Paso la mano por ella como si necesitara creerme que estoy allí de nuevo. No aparece este pub en la mayoría de las guías de pubs para turistas; sí en algunos de los que destacan los más literarios, no en vano, parece que fue el que más solía frecuentar James Joyce. Pero si preguntas a cualquier dublinés cuál es su pub de referencia, el más querido y el que te invitan a conocer, la mayoría dirán que Mullingan’s. Entrar y pedir una Guinness -que te sirven rapidísimo y con una amabilidad que descoloca- es como un acto litúrgico, y tomársela despacio, que me perdonen, es como una oración. Está al lado de la redacción del Irish Times y lo estuvo también del antiguo teatro Royal. Además de periodistas, actores y otros célebres escritores, por aquí han pasado John F. Kennedy o Judy Garland. Lo que no hay es música. O sí, pero son las conversaciones de la gente.

If you got bad news, you want to kick them blues, cocaine / When your day is done, and you want to run, cocaine / She don’t lie, she don’t lie, she don’t lie… (Eric Clapton, aunque aquí más bien sugeriríamos leer ‘one pint’ en vez de lo otro)

Templo obligado, además de ineludible en cualquier paseo que demos por Dublín, es el Trinity College, la primera y más antigua universidad de Irlanda. Pero además de pasear y recrearse en su señorial y cultivado recinto, hay que entrar en la impresionante biblioteca. Aunque cueste 15 euros. Y aunque esté vacía de libros. Sí, porque la emblemática institución se encuentra inmersa en un ambicioso programa de reestructuración que ha hecho necesario, entre otras cosas, realojar provisionalmente los 200.000 ejemplares que alberga sólo en su sala principal. Y así te quedas en esa long hall interminable y abovedada, mirando alelado las portentosas estanterías desnudas. El paraíso, que dijo Borges, pero sin árboles ni vegetación alguna. Te dicen los audio-guías que estás ante la oportunidad, única en la historia, de encontrar este noble sitio así. Dándole la vuelta a la moneda, podríamos decir que para una vez en la vida que venimos… Sea como fuere, esta visita no durará cinco ni diez minutos. Dará para mucho más, y será por algo. Porque la propia estancia en sí lo vale y porque lo que sí se puede ver todavía es el libro de Kells, descrito por la UNESCO como el objeto más preciado del mundo occidental. Lo que no sé es hasta cuándo. Porque este proceso de rehabilitación va a durar años, y de hecho, en varios sitios he leído que toda la biblioteca había cerrado ya desde principios de este año, cosa que no era así. Entonces, hasta habremos de admitir que hemos tenido suerte.

De casualidad, la segunda noche, encontraré la Dame Tavern y ya pararé allí todas. Pido un Tullamore Dew con hielo, espero la consabida medida rácana y Mary me planta un whiskazo, sí, abundante como los de España. Se lo digo y se ríe. Creo que lo sabe. Este pequeño bar con musicaza en directo está justo enfrente de uno de los que sí salen en las guías, The Stags Head, en efecto con su cabeza de ciervo en la puerta, pero que no llegaré a conocer, porque siempre preferiré quedarme aquí. A la noche siguiente, recién servida una pinta, la que parece ser la encargada me dirá en un perfecto ‘mexicano’ que me la cambia “porque ha salido vieja”. Sucede que la camarera que la tiró -que no era Mary- la golpeó levemente sin querer con uno de los tiradores y la compacta espuma se movió ligeramente. A mí no me importaba, pero el detalle es de quitarse el sombrero. A esa camarera, que supuse despechada por el gesto de su jefa, le pediré luego perdón cuando me descubra en el servicio de chicas. Sucede que el cartel lo indicaba perfectamente, pero también podía interpretarse otra cosa, esa fui la que yo entendí y “lo siento, no me volverá a pasar”. A Mary, pelirroja y enérgica como las de las películas de irlandeses, no volveré a verla hasta el domingo, pero podré despedirme de ella perdonándole sinceramente que esta vez ya sí moderó la dosis de Tullamore, aunque todavía bastante por encima de la media.

Red, red wine / It’s up to you / All I can do, I’ve done / But memories won’t go / No, memories won’t go (Neil Diamond, aunque también aquí, más que wine, podría hablar de whisky o beer, por ejemplo, una red, red ale)

En cambio, el Davy Byrnes no parece realmente un pub sino más bien una cafetería elegante, con su toldo inconfundible, su decoración barroca y sus sillas que parecen de los bistrós parisinos. La devoción por este sitio viene porque Leopoldo Bloom paró aquí a tomarse un sándwich de gorgonzola y una copa de borgoña aquel memorable 16 de junio que le cundió tanto a él y a la literatura. Y claro, a su autor, que dejó escritas unas 70 páginas por cada hora de aquel día. Bien cerquita, subiendo por Grafton Street y luego a la izquierda, queda McDaids. Este lo frecuentaban los poetas y, entre otros, se reunían allí a hablar de sus asuntos gentecilla como Beckett, Kavanagh o Behan, bueno, este en realidad frecuentaba todos, que como bien dijo él mismo, era un bebedor con un problema de escritura. De imponente portada y techo altísimo, que parece una catedral, fue este pub mi favorito en aquella primera visita, pero es de los que encuentro ahora en menos buena forma. O quizás sean las expectativas que generan los recuerdos mucho tiempo cultivados.

Pregúntenme, ¿hay más pubs? Pasaré por la puerta, pero no entraré esta vez en O´Donoghue’s, famoso porque fue donde empezaron a tocar The Dubliners, grandes referentes de la música tradicional irlandesa. Pero sí me acercaré a conocer el que presume de ser el pub más antiguo de toda Irlanda, The Brazen Head, fundado ni más ni menos que en 1198, así que esto sí que debió ser abrir un negocio con visión de futuro. Enorme y con varios ambientes, se antoja más divertido y multiusos que solemne. Nadie me habló sin embargo de The Confession box, un local pequeñito como su nombre evoca, al lado de la procatedral, donde no necesitaré confesar, porque es evidente, que no soy absolutamente fiel a la Guinness, hay otras en mi vida. Y en fin, O´Neills, The Palace Bar, Mahon’s, Madigan’s… y no sigo porque se pensarán que no tengo fondo. Templos de la cerveza, pero también de la conversación, de historias, confidencias y, por qué no, conspiraciones. Dicen que un irlandés pasa más de la mitad de su vida en un pub, pero no sólo porque vaya a beber. Allí tienen lugar u origen muchos de los acontecimientos que marcarán su vida.

Don’t. Don’t you want me? / You know I can’t believe it when I hear that you won’t see me
Don’t. Don’t you want me? / You know I don’t believe you when you say that you don’t need me
(The Human League)

Y nos queda Temple Bar. Como adelantábamos arriba, el nombre no es lo que parece. Los Temple fueron una familia influyente de por aquí, parece ser que un miembro de ella, llamado John, quiso montar junto al río una zona de lo que hoy llamaríamos incubadoras de empresas, pero la cosa no funcionó. Luego fue derivando en barrio pervertido en el que proliferaron antros de mala vida… Pero hoy la mala vida es no venir por aquí. Y en cuanto a Bar, viene de barr, que en gaélico significa camino o ruta. Así, lo que fue el camino de los Temple hoy se ha convertido en el templo de los bares y la vida nocturna, pero no sólo de eso: de la buena música, de la alegría, el buen espíritu y las ganas de conocerse y vivir. Y todo esto a pesar de que pronto, una vez más, empezará a llover. Y a nosotros, alguna vez, hasta nos costará llegar a casa bajo el diluvio.

Pero poco le importa a quien ya de verdad se va sintiendo un hombre libre en Dublín. Seguirá…

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