Volver a Montenegro

Ese madrugón sí que mereció la pena, y nada más cruzar la frontera te envié el mensaje: entrando en Montenegro. Poco más tarde, avanzábamos sintiéndonos cada vez más pequeños por la Bahía de Kotor, y ya era consciente de estar ante uno de los paisajes más asombrosos que habré visto en mi vida.

Esa excursión la hice por ti, y tú hiciste todo lo demás.

‘Qué carácter’, me dije cuando accedí a la proposición, casi a la presión por conocerte. Luego no fui consciente de lo aburrido y poco estimulante que era el trabajo que te asignaban, y realmente creo que empecé a conocerte durante aquella larga, sincera conversación en esa sala de reuniones. Era tu último día en esa empresa, previsiblemente la última vez que te vería.

Pero no lo iba a ser y eras tú quien lo sabía.

Te presentaste en mi fiesta y yo ni siquiera era consciente de haberte invitado. No pude alegrarme más de que tu dirección de correo se hubiera mantenido ahí, hasta para eso eres tenaz, en esa lista indefinida que ni siquiera revisé. Apareciste con una botella de Rakia, pero, sobre todo, con la mirada brillante y firme, segura de que estabas porque querías estar allí.

Llegaste y ya no te ibas a marchar.

Yo enviaba mensajes a un teléfono que me habías dicho que se iba un tiempo a Belgrado. No era complicado preguntar, lo difícil siempre son las respuestas. No dejaron de ser alentadoras, no tenía duda de que volverías, pero siempre tuve la sensación de que, aunque bien cuidada, podías sentirte a veces desamparada. Estabas en realidad en casa, porque aquello lo era, pero a míse me antojaba inhóspito y lejano. Tocaba enviarte otro mensaje.

No tenías que agradecérmelo, era lo que debía hacer.

Todo pasaba tres veces en esa iglesia, era el rito, no fueron tres horas, pero tampoco se me hubieran hecho largas. Me desconcertaron al principio todas esas banderas, luego ya lo entendí. Pero me abrumó todo ese cariño, que personas que entonces no conocía se acercaran a mi mesa, luego aquellas conversaciones entre humos cómplices, y que una fiesta a la que no esperaba ser invitado resultara una de las más divertidas que me han pasado.

Ese día supe más de ti, aunque tú no lo supieras.

Por la Ciudad Blanca buscaba y huía a la vez, visité los dos ríos y me dejé llevar por el tercero, necesitaba estar solo y luego acompañado. Tanto me hervía la sangre como me sentía afortunado, los elixires de la vida balcánica producían su efecto benefactor y toda esa gente me hacía sentir en tierra amiga, aunque a veces, he de decirlo, no la entendiera. Volví casi vacío y sin maleta, pero con el corazón inflamado, sí, más grande.

Decías que me dejaran en paz, y luego era yo el que no me dejaba.

La última vez te encontré más seria, atenta y profesional ante todo. Tampoco imaginaba que iba a ser la última. No pensaba que necesitara verte, ni tu a mí, si sabía que estabas ahí. Encuentros que vas dejando porque sabes que siempre se pueden producir. Me decía que tal vez un día podría llamarte o a lo mejor tú me llamarías. Hacía años que pensaba en ti, aunque no te buscara. Hacía años que me preguntaba si eras feliz.

Dices que te he ayudado, y yo alguna vez he sentido que te he fallado.

Tengo que volver a Montenegro. La idea me viene rondando desde hace tiempo. No un día. Los que sean necesarios. No una excursión. Lo que me ganó en aquella primera bien pudo ser, quién sabe, el reclamo de una aventura irrepetible y conmovedora. No debería quedarme sin saberlo. Y ahora tengo más motivo. No me hubiera atrevido a pedirte que vinieras, pero ahora sí voy a necesitar que me acompañes.

Me gusta viajar solo, pero allí sin ti me perdería.

Pudo ser una amistad efímera y pasajera, un cruce de caminos. Pero tú te plantaste a tiempo. Y la hiciste fuerte y duradera. Ahora ya no hay quien la pueda.

Y la voy a llevar siempre.

(Foto: comrade_petruha)

Deja un comentario