Vingegaard, vuelve el hombre-tour

Ya no se usa tanto, pero por hombre-tour se entendía aquel ciclista que, siendo bueno y dejándose ver y notar en otras pruebas, era en el Tour de Francia donde sacaba su mejor versión. En la exigencia de tres semanas bajo el calor, la vorágine del pelotón y los puertos interminables, era donde se hacía verdaderamente grande. No se usaría porque quizás hacía tiempo que no salía uno así. Tuvimos en los 70 a Zoetemelk o Van Impe; en los 80 a Winnen o mismamente Greg LeMond; en los 90 a Chiappucci o Virenque; de los tiempos recientes podríamos citar a Romain Bardet; entre los españoles, Vicente López Carril, Joseba Beloki y, por encima de todos, Luis Ocaña. Grandísimos campeones o cuando menos imponentes ciclistas, todos ellos fueron genuinos hombres-tour.

Y Jonas Vingegaard ha demostrado que lo es. A lo mejor un día trasciende y demuestra también su poderío en otras grandes vueltas, lo que no veo es que se aficione a las clásicas. El danés ha hecho valer, por tercer año consecutivo -y segundo en lo más alto- su portentoso rendimiento en duelos a tres semanas en Francia. Y ha vuelto a doblegar al fenómeno Tadej Pogacar, confirmando que lo del año pasado no fue un accidente -porque no lo pareció- ni tampoco un error de planteamiento de carrera del esloveno. Si se decía que este año venía con la lección aprendida, aquí le han dado otra magistral. Que viene a confirmar que confirmar que, si Tadej es seguramente el ciclista más completo del mundo a lo largo de la temporada, en el Tour, a día de hoy, el mejor es Jonas.

Un Tour de Francia que ha servido de continuación al excelente y vibrante que vivimos el año pasado, y que nos confirma que estamos ya de pleno en la era de un nuevo ciclismo. Le ha faltado que la etapa dinamita de hoy por Los Vosgos resultara decisiva para vestir de amarillo en París, pero también, gracias a eso, hemos podido empezar a escribir esta crónica un poco antes. Ha sucedido que Vingegaard lo ha sentenciado antes. Ha resistido los ataques, arreones y embestidas salvajes de su gran rival. Se ha agarrado a su rueda o a esos metros agónicos en los que conseguía no perderlo de vista. Y las tres veces que ha picado, le ha clavado el aguijón hasta dentro: en el col de Marie-Blanque, en la portentosa contrarreloj de Combloux y, cuando lo vio tambalearse y abrirse el maillot, el golpe de gracia en el col de la Loze.

Podemos ahora abrir la reflexión sobre lo que le ha sucedido a Pogacar. Puede ser que llegara con menos preparación de la debida tras su accidente en la Lieja-Bastogne-Lieja, aunque a mí no me ha dado esa impresión en sus buenos días, que los ha tenido. Es posible que, simplemente, y como decimos, Vingegaard es corredor no tan explosivo, pero de más fondo que él, y es lo que ha hecho valer. Recuérdese, por ejemplo, que el Tour de 2021 lo sentencia Tadej en la primera semana, y después ya no fue muy superior al danés, si bien tampoco lo necesitó. Y podría ser, esperemos que no, que Tadej esté empezando a pagar sus exhibiciones tan prematuras. Es extraordinario, fuera de lo normal, haber ganado dos tours, y cómo los ganó, con 21 y 22 añitos, además de llevar tres prodigándose en todo tipo de carreras, clásicas y por etapas, de marzo a octubre. Nos viene a la memoria Laurent Fignon, que ganó sus dos tours con 22 y 23 años, el primero al año de debutar como profesional, y ya no ganó más. Vingegaard los ha ganado con 25 y 26, que es muy distinto. Acabado no le vemos al esloveno, desde luego, pero habrá que ver cómo evoluciona en el futuro y qué prioridades se marca.

Hablando de más cosas, habrá que felicitar a la organización por el recorrido de esta edición. Reconozco que, cuando lo presentaron, no me entusiasmó. Pero ha resultado un acierto, teniendo en cuenta siempre, claro, que son los ciclistas los que hacen bonitos los recorridos. No sorprendió, porque no podía ser de otra manera, que el inicio en el País Vasco fuera espectacular, con esas cunetas a reventar de gente, esos paisajes y esos trazados de auténtica clásica en las etapas de Bilbao y San Sebastián. Los Pirineos parecía que se pasaban este año de incógnito, pero vaya juego dieron esas dos etapas, y qué maravilla, por fin, una ascensión al Tourmalet con batalla a destajo, después de años de admirar el paisaje con un pelotón de 80 hombres coronándolo. Emocionante volver al Puy de Dome, aunque algo desolador se hizo verlo subir sin gente. Las etapas alpinas obviaban esta vez muchas de sus cimas más míticas, y sin embargo tuvimos la oportunidad de disfrutar otra vez el Joux-Plane, asfixiante subiendo y escalofriante bajando. Y el mencionado col de la Loze, este flamante fichaje que han hecho los Alpes y que promete ser puerto titular para muchos años. Luego, me suelo quejar de que las contrarrelojs no pueden ser ni desproporcionadamente abundantes y largas como fueron durante años ni tan parcas como ahora. Pero es verdad que esos 22 km ondulados de la 16ª etapa dieron muchísimo de sí, un verdadero espectáculo.

Sobre ese itinerario, el sensacional duelo entre los dos gigantes de este Tour parece que haya eclipsado a otros nombres, pero no va a ser así. Hay honores que repartir, y entre ellos a los hermanos Yates, Adam y Simon, que han reivindicado su clase y dado lustre a su carrera, además de representar con toda dignidad a las generaciones veteranas que resisten ante la avalancha de jóvenes que llegan. En Philipsen hemos tenido esta vez al dominador absoluto de los sprints, aunque queda la pena de la caída de Cavendish, justo al día siguiente de hacer segundo, con lo que finalmente no superará el récord de victorias parciales de Merckx. El súper-belga Wout Van Aert no ha sido el de los dos tours pasados, seguramente desconcentrado por su víspera de paternidad, pero aun así, no deja de dejar claro un día y otro el pedazo de ciclista que es. El título de revelación se lo concedemos al austriaco Felix Gall, campeón el mundo junior en 2015 que no tenía prácticamente palmarés como profesional hasta que este año ganó una etapa en la Vuelta Suiza y aquí la etapa reina y un octavo puesto en la general; Por equipos, dos sensacionales y por encima de los demás, el Jumbo y el UAE, pero atención al Bahrein, que venía conmocionado tras la tragedia de Gino Mäder en Suiza y se ha llevado tres etapas y se ha aupado al cuarto puesto de la clasificación de escuadras, perdiendo el tercero en la penúltima etapa en favor del Ineos.

¿Y los españoles? Pues este año podemos decir que sacamos aprobado alto, a ver si es verdad que también a nosotros nos llegan los vientos del nuevo ciclismo. Lo de Carlos Rodríguez no nos sorprende, pero hay que reconocer el valor que tiene, tratándose de su primer Tour. Normal que al final se le haya hecho un poco largo, pero un quinto puesto, haber rozado el podio y la prestigiosa victoria en Morzine es para irse feliz, aunque descalabrado, y con grandes expectativas para el futuro. Eso sí, el Tour que se ha marcado Pello Bilbao es para enmarcarlo. No sólo nos dio el primer triunfo de etapa en cinco años, sino que se ha encaramado a un sexto puesto en la general que ni él ni el más optimista esperaban. Ion Izaguirre, que también ganó en Morzine en 2016, sigue siendo uno de nuestros mejores lobos busca etapas, y esta vez volvió a hacer presa. El que ha vuelto a tener la negra es el Movistar, y desde el primer día. Al menos, parece que la escuadra navarra anda menos agobiada que el año pasado por estas fechas. Y el año que viene tendrán un nuevo y prometedor líder.

En cuanto a los palos, aunque decepciones las ha habido, sólo voy a dar uno: las motos. De acuerdo en que hay que dar el máximo espectáculo posible y para eso hacen falta medios y gente, pero no es admisible que, por una carreterita de dos metros jalonada de espectadores enfervorecidos, suban y bajen seis vehículos motorizados intercalados entre los corredores. Que un ciclista arranque y tenga que pararse en seco. Que otro esté a punto de enlazar con el grupo de delante y tenga que esperar a que se despeje el tráfico. Las carreras ciclistas son propensas a muchos lances y circunstancias que pueden cambiarlo, trastocarlo o arruinarlo todo, pero las motos no pueden ser uno de ellos.

Y para terminar, el que viene será otro año y otro Tour. Desde ya, uno de los grandes asuntos a dirimir será si se confirma la tendencia y Vingegaard se erige en gran dominador de la ronda francesa, aparte de que decida aventurarse en otras grandes rondas. Además de un Pogacar dispuesto a negar esa hegemonía, seguramente tendremos ya de la partida a Remco Evenepoel, al que vienen cuidando con mimo -como hicieron con Induráin, Hinault…- y cada año va subiendo un peldaño de exigencia, aunque este año lo del Giro se quedó en tropezón, no por culpa suya. A lo mejor también nos ponen en escena a Juan Ayuso, pero no olvidemos que es del equipo de Tadej. Y algo querrá decir todavía en esta carrera Primoz Roglic, pero es del equipo de Jonas. Como Van Aert, si es que se decide un día a ir a por la general. Y a ver cómo evolucionan los Pidcock, Gall, Hindley… ¿se acuerdan de aquel Marc Hirschi que nos deslumbró hace tres años? Este año se proclamó campeón de Suiza. Y ha sido una alegría ver otra vez en el pelotón a Egan Bernal, pero ¿volveremos a verle en la pomada? El tiempo y la temporada dirán sobre estas y muchas cosas. Lo que hoy sabemos es que tenemos un hombre-tour y a ver si salen más.

Bien, pues un año más no hemos faltado a nuestra cita con la primera carrera del mundo. Si no lo hicimos cuando tuvimos ediciones digamos menos lustrosas -aunque siempre hubo algo que nos hizo escribir-, cómo no vamos a venir ahora que tenemos tours que da gloria verlos. Ahora, queda temporada: el Mundial, la Vuelta a España, unas cuantas clásicas, un monumento… y según pasen y las disfrutemos, ya faltará menos para el Tour de Francia 2024.

P.D. Y entonces me preguntarán, que llevarán pensándolo desde que empezaron a leer esta entrada: ¿Y es que no fueron hombres-tour tipos como Eddy Merckx, Jacques Anquetil, Bernard Hinault, Miguel Induráin, Alberto Contador o Chris Froome? Sí, claro, pero esos además fueron más cosas. Veremos qué pasa con Vingegaard.

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