Terraplanismos, no tan exóticos

El terraplanismo es una teoría conspirativa que a una gran mayoría de gente más o menos documentada nos parece ridícula, y sin embargo sus seguidores son irreductibles y no habrá manera de que la abandonen. Por mucho que se les demuestre con todo tipo de argumentos científicos, tangibles y visibles; por mucho que ellos mismos lo comprueben hasta cuando pretenden hacer ver su ‘irrefutable’ razón. Erre que erre, la tierra es plana y ya está.

Bien, pues no están exótico el terraplanismo. Tenemos en nuestra vida social y política muchos otros dogmas degenerados o relatos deformados que se instalan en la conciencia colectiva. La diferencia con los otros es que estos no les parecen a muchos tan ridículos, es más, algunos gozan de gran aceptación. Se parecen en que son igualmente fáciles de desmontar. Pero también en que sus convictos lo son a sangre y fuego. Erre que erre, esto es así y ya está.

Una teoría conspirativa necesita tres tipos de actores: un ideólogo o conspirador, una red de amplificadores de la idea y un colectivo dispuesto a creérsela y defenderla a capa y espada. Generalmente, el primero tiene una intención o interés concreto; los segundos se adhieren con algún tipo de contraprestación -por no decir que trabajan a sueldo por la causa; y los terceros son toda esa gente que compra encantada un producto que, por razones complejas, les genera una satisfacción que se traduce en adicción. Porque, en efecto, es como una droga que va minando su salud -en este caso su intelecto-, pero cada vez les gusta más.

Esta semana, un ex presidente del Gobierno se prestaba a ser entrevistado en una emisora de radio por un grupo de terraplanistas del periodismo político, en este caso amplificadores que cumplen diligentemente la misión de difundir, entre otros relatos, que su etapa presidencial reunió una serie de determinadas características que, en fin, ya saben… Hay que decir que dicha emisora es de audiencia mayoritariamente de derechas y con un buen componente de terraplanistas -que no todos los de izquierdas o derechas lo son, pero a ambos lados los hay. Por lo tanto, es dudoso que su mensaje resultara convincente para esos oyentes. Lo que pasa es que el revuelo fue suficiente para que muchos otros que no son fieles a esa emisora se animaran a escuchar la emisión grabada. E independientemente de que se pueda estar de acuerdo o no, lo que básicamente hizo ese ex presidente durante toda la entrevista, frente a la formación de terraplanistas desaforados, fue apelar continuamente a lo mismo: rigor, rigor y rigor.

Porque con lo único que se combate el terraplanismo, de cualquier género, es con rigor, rigor y rigor. Si en el mundo de la física lo aportan básicamente los hechos probados científicamente, en ámbitos como el político (o el cultural, deportivo…) no es tan fácil, porque no es ciencia y entran en juego opiniones, sentimientos y, al final, percepciones. Pero sí cabe apelar a hechos contrastados, a secuencias correctas de esos hechos, a conceptos debidamente definidos y delimitados. A la memoria lúcida y, desde luego, al análisis honesto.

Por supuesto, los terraplanistas saben que el rigor es su gran enemigo, y por eso hacen todo lo posible por esquivarlo, y si no, por ningunearlo. Una de sus mejores prácticas consiste en tergiversar hechos, mezclaros, relacionarlos cuando no guardan ninguna relación, equivocar tiempos intencionadamente, explotar medias verdades para que sean la única verdad, en fin, generar la percepción, que cale y nadie la mueva de ahí. La ignorancia es su gran aliado, y ya se encargan de cultivarla y mantenerla. De que la gente no sepa y además no quiera, no se moleste por saber.

Hoy convivimos con estridentes terraplanismos, en España y en el mundo, universales y locales. Y lo peor de todo es que muchos están mayoritariamente asumidos. Así se explica que una de las democracias más emblemáticas del mundo eligiera a Donald Trump y, después de probada la experiencia, hay muchas posibilidades de que lo vuelva a elegir. En países como Venezuela o Nicaragua, terraplanismo es decir que allí hay democracia, pero hay quien sigue defendiéndolo. En Inglaterra ganaron y volverían a ganar hoy los que creen que Europa está aislada y gira alrededor de las islas. Por poner ejemplos de España, en la Comunidad Valenciana han renegado de un período de notoria prosperidad para preferir a un Gobierno que ha nombrado vicepresidente a un ex torero. O en Madrid, una presidenta que ha dicho que ‘ETA existe y gobierna en España’ no ha sido declarada incapaz para la política por los madrileños, al contrario, la han votado masivamente. Sí, también hay terraplanistas convencidos de que Podemos no ha cometido ningún error político y que ha sido únicamente la artillería externa lo que los ha sacado del mapa.

Si volvemos al origen y desarrollo de las teorías conspirativas, al final, a uno lo que menos le preocupa es que haya conspiradores. Siempre hubo gente interesada en generar sensaciones o estados de opinión que le favorezcan. O simplemente, iluminados que se creen en posesión de la gran y única verdad. El peligro siempre fueron los difusores. Si atendemos a las grandes tiranías doctrinarias de la historia, del nazismo al estalinismo, pero también mucho más atrás y también en España, si triunfaron fue porque consiguieron que mucha gente los apoyara. Y eso fue, siempre, gracias a una propaganda muy bien dirigida, eficiente y, ay, muy convincente.

En nuestros días, las soflamas de ciertos políticos y personajes públicos deberían producirnos tanta risa como los apasionados argumentos de los que nos quieren inculcar que la tierra es plana. Y puede haber grupos de fanáticos enardecidos que acudan a sus mítines y convenciones, jaleen y proclamen sus visionarios ideales. El problema es si luego hay periodistas, analistas y medios de comunicación, y no me refiero sólo a chiringuitos online, que, en vez de desmontarlos, los ensalzan. Y además se aplican y se esfuerzan en explicárnoslo. En normalizarlo y presentárnoslo como cabal, decente y además bueno para el país y para el mundo.

Sí, estamos ante terraplanismos, geocentrismos, negacionismos y otros dogmas siniestros que no son tan exóticos ni hacen gracia. Que viven instalados entre nosotros y quién sabe si un día nos obligarán a abjurar de lo poco que honestamente sabemos y pensamos. Pero en el peor de los escenarios, siempre nos quedará decir eppur si muove.

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