Más que lo que hemos conocido siempre como comunicación política, asistimos a espectáculos que parecen performances del festival de Eurovisión, que de eso va hoy el certamen más que de canciones. Pero es política que debería importarnos, porque en última instancia afecta a nuestras vidas. Podríamos elegir entre muchos, pero vamos a quedarnos con dos episodios de esta semana. Uno de aquí y otro de allá, los dos con un denominador común: la frikada gusta, genera fans y da votos, como en Eurovisión. Y ninguno de los dos intérpretes es nuevo, no es una sorpresa que aparezcan por estos festivales.
El primero de estos “espectáculos” lo ha protagonizado la presidenta de la Comunidad de Madrid. En una intervención precampaña durante un desayuno informativo, Isabel Díaz Ayuso ha declarado su decidida intención de “derogar o modificar” hasta diez leyes estatales aprobadas en el Congreso durante esta legislatura. Vaya por delante que desde la presidencia autonómica que ostenta y que todo indica que va a revalidar, no puede hacerlo. Si se presentara a las elecciones generales que se celebrarán a final de ello, sí podría prometerlo o incluirlo en su programa electoral. Pero ella, a día de hoy, no es la candidata.
Entre las leyes que la presidenta madrileña dice que se cargaría, están la reforma laboral, la Ley de Vivienda, la de Universidades, la de Memoria Democrática, la de Bienestar Animal, la reforma del delito de malversación, los impuestos a la banca, a las energéticas… cada uno podrá opinar sobre cada una, si le gusta, le parece bien, le parece un horror o le es indiferente. Pero, en particular, entre esas nuevas regulaciones sentenciadas por la lideresa aparece la Ley de Ciencia, que tuvo la virtud de ser aprobada en el Parlamento sin un voto en contra, ni siquiera de su partido. Cierto que después, en el Senado, prosperó una enmienda apoyada por el PP que devolvió la ley al Congreso, donde terminó por ser ratificada. El caso es que pocas iniciativas políticas han concitado tal consenso en estos tiempos crispados y polarizados. Sin embargo, a juicio de Díaz Ayuso, es una mera cesión “a nacionalistas, ideólogos y asamblearios”.
Pero ahí está la jugada. Obviamente, la presidenta popular madrileña sabe lo que hace y dónde pisa. Sabe que no puede derogar esas leyes mientras no sea presidenta del Gobierno y cuente con mayoría u apoyos suficientes en el Parlamento. Pero también sabe que la gran mayoría de la gente no tiene mucha idea o carece del detalle sobre todas y cada una de esas leyes y lo que significan, si les arreglan la vida o se la estropean aún más. La percepción que tienen sus seguidores, y la presidenta incide en ella, es que son leyes “sanchistas”, luego no pueden ser buenas. Ya ha dicho Ayuso que en Madrid no tiene rival, que su rival es Pedro Sánchez. Y ha proclamado que el lema de campaña en clave nacional debería ser “O Sánchez o España”. ¿Y quién vota para gobernar Madrid a alguien que utiliza Madrid para erigirse en bandera contra el Gobierno de la nación? Pues muchos, porque eso les parece muy bien. Y ya lo vemos.
La segunda performance de la semana corresponde a otro que no decepciona: Donald Trump. En una entrevista concedida a la CNN -cuidado, no a Fox News- se ha desatado, en su línea y estilo intransferibles, ofreciendo un recital de mentiras, barbaridades, insultos y groserías. Hasta la periodista que le entrevistaba sufrió sus agravios. Y alguna de las perlas que dejó fueron de producir verdadero sonrojo.
Pero al público que asistía en directo le encantó el show. Cada una de sus bravuconadas y disparates eran fervorosamente jaleados. Cierto que el marco en el que se celebró la entrevista era una convención republicana, luego los asistentes eran incondicionales o como mínimo afines. Pero cuesta creerse que se deleitaran con todo lo que el expresidente dijo ahí. Que hasta el público femenino celebrara que dijera que a las mujeres se les caen las bragas con los ricos y famosos. Y todo el mundo feliz con que justificara y defendiera a los que asaltaron el Capitolio aquel fatídico e inaudito 6 de enero.
Claro, también Trump sabía perfectamente dónde estaba y lo que quería. Hacía años que no concedía una entrevista a un medio que no fuera de su cuerda, y no podía decepcionar. Allá la CNN con lo que buscara con la ocasión, pero el expresidente tenía muy claro lo que su audiencia esperaba: que les fustigase sin piedad. Y todos esos insultos, exabruptos y mentiras que repartió por doquier son lo que sus seguidores esperan de él. Al hilo de la entrevista, el presidente Joe Biden ha preguntado desde Twitter: ¿quieren cuatro años más de eso? Pues mucha gente sí, porque eso les parece muy bien. Lo vimos y quién sabe si lo volveremos a ver.
Son sólo dos ejemplos, bien ilustrativos, de lo que tenemos hoy. La comunicación política ya no se vale de argumentos -ni brillantes ni falaces- y lo que priman son los relatos. Que epaten y apelen a los sentimientos, y dadas las sociedades de hoy, cuanto más destructivos sean esos sentimientos que consigan encandilar, mejor. No se trata ya de populismo, sino que va varios pasos allá: podemos llamarlo fanatismo, hooliganismo o puro matonismo.
Tanto Trump como Ayuso y otros muchos líderes de hoy, de izquierdas y de derechas y de muchos países, conocen y manejan perfectamente el nuevo arte de la política, que convencería al propio Maquiavelo, si reviviera para verlo, de retirarse y dedicarse quizás a la jardinería. No importa construir el ideario a base de mentiras o prometer cosas que se sabe que no se pueden hacer. El caso es crear en la masa fiel la idea del héroe que se erige en la única esperanza contra el enemigo. Si tal enemigo no existe, hay que inventarlo y hacer que parezca real y amenazante. Pero claro, ese nuevo héroe no puede hablar como un ángel o como una persona sensata y moderada: el tono ha de ser insolente, faltón, incendiario, que represente a esos grandes sectores embrutecidos de las sociedades de hoy. Porque que suponen un ingente aluvión de votos. Y más que calmarlos, conviene azuzarlos.
Es el fondo y la forma de la nueva comunicación política. Como las canciones de Eurovisión, aquellos mensajes bienintencionados y cuidadosamente construidos ya no sirven. No venden, no convencen. Hoy se lleva la performance, la frikada. Y tenemos auténticas estrellas. Como los que seguramente se verán esta noche. Pero con mucha menos gracia. Y este año, en España, estamos de festival.
P.D. Otra fricada de la semana ha sido la de Bildu al incluir en sus listas electorales a 44 etarras condenados por delitos, aunque hayan cumplido sus penas y sus inhabilitaciones. Mal favor se hace ese partido -o coalición de partidos- si quiere transmitir a la sociedad vasca y española que de verdad quiere romper con su pasado y simplemente defender sus ideas en las instituciones como, no olvidemos, se les reclamaba desde los tiempos duros de ETA. Lo que pasa es que esto no es un tema de comunicación política, que es de lo que hablamos aquí, sino política pura y dura, en este caso deleznable. Pero sí, es posible que también haya muchos a los que les esté pareciendo muy bien.