Estamos echando a los niños…

“Estamos echando a los niños del fútbol”, dice el presidente de unos de clubs más importantes del mundo. El niño o más bien adolescente que en los años 80 ni trabajaba todavía ni era de familia rica, se las arreglaba para tener las 500 pesetas que le costaba una entrada de tercer anfiteatro -que desde allí se veía fenomenal- en el monumental estadio de ese equipo tan importante que además era el suyo. No para ver cualquier partido, hablamos de decisivos contra el Barça en Liga o cuartos y semifinales de Copa de Europa. Por ejemplo, en 1981 contra el Inter de Milán. Allí estaba yo.

Estamos echando a los niños del fútbol. El otro día, esa entrada equivalente de tercer anfiteatro para un Real Madrid-Liverpool de octavos de final, partidazo, costaba 140 euros. Aquellas 500 pesetas, recordemos, serían 3 euros de ahora. En 1981, el salario mínimo en España estaba en 154 euros al mes. Hoy, con la última subida, está en 1.080 euros. Hagamos cuentas: el salario mínimo, que puede servirnos como indicativo del poder adquisitivo de la gente joven que empieza a trabajar, se ha multiplicado por siete en estos más de 40 años; la entrada de fútbol se ha multiplicado por 46. Si el precio de esa entrada se hubiera incrementado en la misma proporción que los salarios, hoy costaría 21 euros. ¿Se imaginan cuantos niños, adolescentes, estudiantes y jóvenes trabajadores podrían ir?

Estamos echando a los niños del fútbol. En aquellos años 80 de la entrada de España en la modernidad, un café costaba 35 céntimos, una caña 50, un libro unos seis euros, una entrada de cine 1,50€… calculen por cuánto se han multiplicado los precios, pero en ningún caso por 46. Con la vivienda, ya no me atrevo a comparar: un piso de 100 metros cuadrados venía a costar el millón de pesetas, 6.000 euritos de hoy… que cada uno eche sus cuentas. Es posible que no sólo del fútbol los estemos echando, pero del fútbol también.

Estamos echando a los niños del fútbol. Ese niño de los 70 y 80 veía poco fútbol por televisión, para qué nos vamos a engañar. Básicamente, el que echaba la única televisión de España: uno el domingo, que luego paso al sábado, y algunos partidos internacionales, todos los de la selección, no todos los de competiciones europeas, las finales aunque no las jugaran equipos españoles… Y eso sí, un amplio resumen de toda la jornada los domingos o los lunes. Bien, ese niño veía más fútbol por televisión que uno de hoy cuyos padres no puedan pagar los canales de pago o tengan la buena costumbre de no llevar a sus hijos al bar.

Estamos echando a los niños del fútbol. El otro día, el Camp Nou estaba lleno a rebosar para ver las finales de la Kings League. Pero la gran noticia es que fueron muchos niños. Han salido muy rápido los tertulianos deportivos militantes a desdeñar el asunto argumentando que eso no es deporte, que no tiene futuro, un espectáculo muy bien montado, que si los inventos de Piqué… Sí, pero era barato. Y por Internet, se podía ver gratis. Como otras muchas cosas que muchos mayores no entendemos, pero los niños se lo compran, más que nada porque lo pueden pagar. Como hacíamos nosotros. Pero el fútbol, ellos no se lo pueden pagar.

Estamos echando a los niños del fútbol. Y Florentino Pérez y sus colegas del negocio se llenan la boca con el mantra. Pero, claro, ellos no van por ahí. Ni se les ha pasado por la imaginación bajar los precios de las entradas. Ellos argumentan que los niños pasan del fútbol porque les aburre ver un Real Madrid-Valladolid o un Barcelona-Elche, y lo que les engancharía sería ver cada semana un Madrid-Bayern o un Barcelona-Liverpool. A 200 euros la entrada más barata -porque claro, con ese nivel de partidos habría que poner en valor los precios- y en exclusiva por canales de pago que necesitan rentabilizar las ingentes cantidades que pagan a esos clubs por retransmitir sus partidos. Y que lo vean niños… que puedan.

Estamos echando a los niños del fútbol. Pero intentas argumentar que no es normal que el coste de la vida se haya multiplicado por seis o siete en 40 años y el fútbol por 46, y te topas con la prepotencia no ya de los Pérez, sino además de sus escuderos mediáticos, que te plantan: “sí, mire, pero el Bernabéu se llena domingo tras domingo, y también martes y miércoles”. Y es cierto. Pero ¿quién va? Más allá de los socios y abonados que pagan su cuota anual desde hace muchos años, ¿quién paga esas entradas? Básicamente turistas, gente muy pudiente, empresas y clientes, ocasionales que se dan el capricho una vez… Pero ¿qué padre con sus hijos? Grandes recaudaciones, sí, ¿pero qué público fiel, qué afición que sustente el negocio en el futuro? Luego hablamos de sostenibilidad…

Estamos echando a los niños del fútbol. Lo que sí es gratis es el folklore que lo rodea, el famoseo, las excentricidades y toda la maquinaria de marketing para que les entre por los ojos… eso sí se lo sirven en bandeja para que lo consuman. Los ves con las camisetas, ¿cuánto hace que no los ves jugando en la calle? Ven a Neymar haciendo el bobo después de jugarse y perder un millón de euros al póker. Muy edificante. Entonces los niños, a lo mejor, no quieren ser futbolistas sino esos divos que coleccionan deportivos y salen con modelos, que hoy graban una tontuna con un famoso dj y mañana arrasan con un vídeo en tik tok haciendo monerías. Eso sí, a su ídolo y referente, es posible que no le hayan visto meter un gol.

Estamos echando a los niños… Pero esto no va sólo de fútbol, aunque sea la excusa. En realidad, hablamos mucho en nombre de los niños y los estamos echando de muchas cosas. Entonces nos parece raro que les gusten ciertas otras. Pero es que ellos se buscan la vida. Como hicimos nosotros. Como haría cualquiera.

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