No me mires, no tengo la cara como para que me la vean. Ni tú ni nadie. Yo no lo sabía, pero es lo que me dicen sin decirme y debe ser cierto. Pensaba que era solo mi gesto, serio por defecto, pero es más. Algo se me nota demasiado, y ni siquiera yo me estaba dando cuenta. Cuando levanto la vista para mirar a alguien, cuando me acerco, percibo las sombras que los demás advierten en mis ojos. En mi mirada doliente que el espejo no me muestra. No me mires, no soy yo. Es verdad que me pesan los párpados, que noto la presión en la frente. Pero yo salgo normal como todas las mañanas y es al cruzarme con la vida, con la mía, cuando reparo en que todo es distinto. Intento tener gracia y no me sale, intento ser cálido y resulto abrupto, me muevo inseguro, mis sonrisas salen forzadas hasta cuando son verdaderas, incluso cuando se las dedico a quien sinceramente quiero sonreír. A lo mejor pretendo seguir trasluciendo lo que ya no soy. Pero no soporto lo que pueden estar pensando que soy. No me mires, no estoy. No sé cuánto hace que no me encuentro. Parece que me haya metido en un laberinto, no sé por dónde tirar, entre lo que no quiero preguntar y lo que no me responden, entre lo que no quiero que me cuenten y la atención que me niegan. Todo esto me está afectando demasiado y quizás no debería, pero no puedo evitarlo. La vida no tiene remedio, es implacable y habrá que asumirlo, pero todavía no me resigno. No me mires, no me vas a encontrar. He decidido perder el tiempo en las cosas que distraen, pero no solucionan nada. En anhelar una llamada, un mensaje, un zumbido que me alegre el día… y así se pasan los días. Y nunca llaman y nunca responden. Sólo sobrevienen nuevos golpes bajos que no sustituyen, se ponen encima de los que ya dolían. Hace un día, hace un mes y hace tiempo que duelen estos golpes. Y vienen más. Me está afectando demasiado. No me mires, no tengo mi mejor versión. Y la gente ve lo que ve y cree saber porque ve, aunque en realidad no tengan ni idea. Si supieran, si imaginaran, si al menos me concedieran un resquicio de duda… A lo mejor podrían descubrir algo inédito para ellos, algo mucho o poco que no esperaban de mí. Claro, que tampoco yo hago para cambiar su impresión ni su actitud. Porque no me da. Porque no me sale. Y crece la tensión en mis pómulos, se me alarga el semblante mientras el espejo sigue empeñado en mentirme. No me mires, ya estoy fuera. Sí, del circuito en el que creíamos íbamos a permanecer. Me estoy quedando descolgado y no me veo con fuerzas. Me pasan a izquierda y derecha, debería reaccionar… pero no tengo ganas, ¿para qué? Mi amor propio ya no es una cosa ni la otra, empiezo a conformarme con que apenas sea una dulce derrota. Y recrearme en ella. Es que ya no le pongo ilusión a las cosas, ni a los trabajos ni a los afectos, voy pasando las hojas leídas deprisa, a decir verdad, sin enterarme bien de lo que dice esta parte del libro que, para qué engañarnos, no me está gustando nada. No me mires, no tengo brillo en los ojos. Sigo incapaz de llorar y, sin embargo, la tristeza se acumula en mis sienes, cala en mis huesos y se revela hasta en mis movimientos. Cada mañana me viene a la memoria un episodio que borraría de mi historia. ¿Pero es que no los hubo felices o de los que sentirme satisfecho? Seguro, pero esos no afloran. También hoy tengo momentos dulces, los disfruto en el acto y los olvido. Los amargos se quedan. Y me afectan. Me están afectando demasiado. No me mires, soy una sombra. Todo lo que nos reímos, ¿te acuerdas?, ahora sería incapaz de sacarte una mueca. Y no es que me guste hablar de cosas tristes, todo lo contrario. Pero es que hasta cuando me propongo contar algo gracioso me miran con incredulidad. Cuando creo que cuento algo interesante, me miran con indiferencia. Y cuando intento decir algo amable, me miran con recelo. Entonces me doy pena del monstruo que deben creer que soy. Por eso, mira, ahora tengo tan poco que contar, y es mejor así. No me mires, no merezco atención. Es lo que me he han demostrado estos últimos tiempos. Hablan todos más alto y más fuerte, tienen todos más razón, para qué me voy a esforzar si no me van a escuchar. Cuando sí creo que puedo decir algo importante y me importa quien lo vaya a escuchar, pongo lo mejor de mí para hacerme entender, reúno mis mejores argumentos, recurro a mi mejor forma de comunicar. Y da igual, tampoco me escuchan. Otros hacen mucho más ruido y otros deciden lo que se oye y lo que no. Nunca llevé bien la irrelevancia, lo peor es que ya me empiezo a acostumbrar. No me mires, no te voy a gustar. Porque a lo mejor ya ni lo intento. No hará tanto que perdí la autoestima, pero es que ahora ni recuerdo cuándo y de qué la tuve. Ni mi cara ni mis manos, ni mi mirada ni las cosas que diga, ni la intención que le ponga ni la generosidad de mis actos. Si ni le gusto a la vida, a qué puedo aspirar… Mejor me quedo así, viéndote pasar y cuidándome mucho de decirte nada. No me mires, no tengo remedio. Seguiré dando tumbos, haciendo mi vida sin párrafos y, cuando me falte el aire, echándolos de golpe y dejándome sólo algunos. Así, mi alma seguirá siendo una fiera tal vez enjaulada, pero nunca domesticada. A unos días de entrar en el año que marcará el paso de la frontera. Y me está afectando demasiado…
No me mires, pero no es para tanto. Esto es sólo un mal rato y se me pasará…