Hay titulares que despistan, pero otros que engañan, mienten o desinforman. El periodismo escrito tiene un serio problema cuando asume que la gente sólo se lee los titulares. Para eso no se hacen las buenas crónicas, las entrevistas o las piezas informativas. Alguien que piense que está informado sólo por leerse la letra grande de los periódicos, está muy equivocado. Pero nos equivocamos todos si lo damos por normal y no hacemos algo para que el lector profundice en los contenidos. No es asunto nuevo, pero los formatos digitales y, sobre todo, las redes sociales, han agudizado esa tendencia. Hoy no es ya que leamos con prisa. Es que consumimos la información dominados por la ansiedad. Y esa no es buena forma de informarse.
Pero el periodismo y la sociedad tenemos un serio problema si, además de saber que la gente sólo se va a leer los titulares, estos son malos, imprecisos o tendenciosos. El titular es un arte, porque consiste en contar lo fundamental en unas pocas palabras, que son básicamente las que caben en el espacio concedido a esa información o a ese artículo. Tiene que atraer, provocar la lectura. Pero ser honesto, fiel a lo que a continuación se va a contar. Y eso, justamente, es lo que a menudo no se hace.
Por poner un ejemplo de esta semana: El Mundo publica esta información bajo el titular de que España perderá 1,6 de empleos por los robots. Pero la información se refiere a un estudio que señala precisamente el impacto positivo de la robotización en el mercado laboral, ya que también se crearán 2,29 millones de empleos nuevos, con lo que la ganancia sería de 672.000 empleos de aquí a 2030. Quien sólo leyó el titular, se quedó con el dato pesimista, y aparte de deprimirse, es posible que por ello se declare detractor convencido de las tecnologías de automatización.
A veces simplemente se titula mal por falta de pericia, ya digo que es un arte y no siempre fácil. Pero lo más frecuente es que se haga con toda la intención. Podríamos citar al menos tres motivaciones. Una, como posiblemente era el caso citado, destacar el aspecto negativo o alarmante de una noticia, porque ya se sabe que las malas siempre venden más que las buenas. Dos, lo que siempre hemos llamado sensacionalismo, pero en el mundo digital es la guerra del clic, conseguir a toda costa que la gente pinche en las noticias para incrementar las estadísticas y con ello, supuestamente, los ingresos del medio. Aunque el lector se sienta engañado cuando ha entrado a leer lo que se le ofrecía, su entrada ya queda registrada en las gráficas y adiós muy buenas. No hay medio que no incurra en estas dos prácticas porque la presión es tremenda, pero algunos se llevan la palma, como esos portales de noticias que además te pasan los titulares en un carrusel muy rápido para que no te dé tiempo leerlos y te sientas tentado a pinchar.
Y la tercera es la más ladina. Porque las dos anteriores, al fin y al cabo, sí tienen la intención de atraer al lector, aunque sea con tácticas fulleras y cutres. Pero ahora hablamos de cuando el medio -la dirección- piensa justamente en ese lector que no va a leer el cuerpo de la información. Y deja en el titular lo que le interesa que ese lector conozca e interiorice, excluyendo lo demás. Como no tiene vocación de conseguir clics, esta práctica se usa por igual en formatos digitales e impresos. Y su intencionalidad, la gran mayoría de las veces, es política. Así, se trata de destacar únicamente lo que interesa ensalzar o denostar en función de la ideología o partido al que defiende el medio. Si tres políticos de diferentes partidos incurrieron en el mismo error o fechoría, en el titular se menciona sólo al del partido “enemigo”. En el texto aparecerán los tres, sí, pero la mayoría no se enterarán y el medio lo sabe. Esto, por ejemplo, lo hemos visto esta semana con el caso de los tres políticos madrileños que se ha sabido que cobran el bono energético para familias vulnerables. Sí, lo de la media verdad. Y se hace mucho, a diario…
Para que estas cosas sucedan, cabe señalar un detalle fundamental. Que para los que somos de este mundo es obvio, pero mucha gente no lo sabe. El periodista que elabora una información es responsable de lo que escribe y lógicamente lo es también el medio que lo publica, pero el titular es sólo responsabilidad del medio. Por eso, pasa muchas veces que el redactor cubre una noticia, escribe su pieza y propone el titular que considera más apropiado, pero el que sale finalmente publicado es otro. Por eso, pasa muchas veces que leemos el titular y, si nos detenemos a leer la noticia, lo que se nos cuenta tiene poco que ver o contempla otros hechos que en la “letra grande” se habían obviado.
Para ilustrar estas cosas, les voy a poner un ejemplo vivido aunque, perdón, pueda sonar a batallita. Cuando estuve en prácticas en ABC -hace, claro, muchos años-, me encargaron un reportaje con motivo de las elecciones municipales que se celebraban en unos días. Se trataba de recabar las opiniones de los partidos que concurrían en Madrid sobre la adjudicación del mobiliario urbano -principalmente farolas, pero también vallas y otros soportes…- por parte de la Junta Electoral para la instalación de sus carteles de propaganda. Hablé con los equipos de campaña de todas las formaciones, PP, PSOE y varios más, la mayoría de los cuales hoy no existen. Curiosamente, socialistas y populares estaban de acuerdo y conformes con dicha adjudicación -Salamanca o Chamberí para unos, Vallecas o Carabanchel para otros, ya se imaginan. Pero eran los demás partidos, los minoritarios, los que se quejaban de descarado favoritismo hacia los dos grandes, que se habían repartido el pastel y a ellos les habían dejado las migajas. El proyecto de periodista de Facultad que yo era hiló la crónica de acuerdo con su correcto conocimiento académico y con fidelidad a la información obtenida. La tituló con arreglo a lo que consideré más noticioso: “los partidos pequeños denuncian trato de favor…” o algo así. Cuando salió publicada y firmada, el texto salió intacto, tal como yo lo había entregado -un éxito para aquel principiante-, pero el titular era: “La oposición denuncia trato de favor en la adjudicación de espacios urbanos”. Dado que la alcaldía, antes de esas elecciones, estaba en manos del PSOE, la oposición era el PP. Y eso no era lo que contaba mi crónica. Pero yo no podía hacer nada.
Ahora voy a contar otro caso más reciente, menos trascendente y más divertido. Ya como asesor de comunicación -o manipulador de medios, para quien lo entienda mejor aunque no sea así 😉-, conseguí que el El País publicara un reportaje sobre uno de mis clientes. Para quien conozca bien mi oficio, eso es una pasada. La empresa en cuestión había diseñado un sistema pionero para control por Internet de equipos de tratamientos de estética, principalmente máquinas de depilación. Muy técnico, pero para entendernos, era cuando se empezaba a hablar de tecnologías como Internet de las Cosas y el negocio de las franquicias de depilación estaba en auge. El proyecto era sofisticado pero innovador, un buen ejemplo de emprendimiento español con proyección internacional. Por eso el periodista me lo compró. Y a pesar de lo complejo de la materia, la entendió y asimiló perfectamente. Su crónica fue impoluta, precisa y, lo más difícil, amena y comprensible. Ah, pero el titular: “Cirugía estética por control remoto” (véanlo aquí, si no me creen). Claro, manos a la cabeza. Además de la flagrante inexactitud, es que arreglar la nariz a distancia no era posible entonces ni hoy. Llamada amable al periodista: “Hala, ¿eso han puesto? Pero qué burros…”, me dijo partido de risa. Obviamente, el encargado de titular aquello debió ser un redactor jefe que, como mucho, se habría leído el texto en diagonal. Además, el periodista me aconsejó no llamar a nadie ni pedir rectificación, “se pueden molestar. Y si lo miras por el lado bueno, así más gente leerá el artículo”. No quise liar más la cosa y le hice caso, pero… sin comentarios.
Sin embargo, estas cosas, que cuento como para quitarle hierro al asunto, no son para infravalorar el problema que tenemos. Las inexactitudes cuando se informa de cuestiones técnicas siempre pueden ocurrir, aunque algunas alcancen niveles surrealistas. Y en el año de aquellas elecciones municipales, el clima político y el panorama mediático eran balsas de aceite en comparación con lo que tenemos ahora. Que la gente se informe a golpe de frases -que eso es un titular- tiene mucho que ver con la cultura y la educación, pero sobre todo con la inmediatez y estrés permanente en que vivimos, que no deja tiempo ni margen para la reflexión. Algo podríamos hacer para contrarrestarlo, pero iríamos en contra de los tiempos, hoy hay quien da más valor a un tuit que a un libro. Lo que no es presentable es que haya muchos, tantos, que se aprovechen de ello. Si una mayoría de ciudadanos se informa leyendo sólo los titulares y estos les cuentan cosas distintas de las que están pasando… a lo mejor nos explicamos mucho de lo que hoy pasa en el mundo.
Y hay quien no se lo va a mirar nunca. Pero si los medios de comunicación de referencia pretenden erigirse, frente a otros canales, en garantes contra la desinformación, el bulo y la intoxicación, sí harían bien en mirárselo un poco. Les irá y nos irá mejor.