Porque soy un poco mayor. Porque fue el ídolo de mis mayores. Las primeras veces que me llevaron al fútbol -principalmente mi padre y alguna vez con mis tíos-, al que más se esperaba en el Bernabéu era a él. Amancio era posiblemente el mejor futbolista español de ese tiempo -principios de los 70- y uno de los pocos con renombre internacional junto con Luis Suárez, que ya apuraba sus últimos partidos en Italia.
Ya empezaba a ser veterano. Poco puedo decir, aunque haya mucho, del Amancio de los años sesenta, el jovencito que llegó de la Coruña, el del lunar en el mentón, ese jugador eléctrico, interior más que extremo -empezó llevando el 8-, de regates como ya poco se ven, pero incisivo, punzante y además goleador. Muchos han escrito y dicho estos días, de José Samano a Relaño, pasando por el propio Luis Suárez Miramontes. Además de la sexta Copa de Europa del Real Madrid y de la primera Eurocopa de España, la FIFA le seleccionó para formar parte de un combinado mundial que se enfrentó a la Brasil de Pelé y compañía en Maracaná, el único español junto a Beckenbauer, Yashin, Albert, Dzajic… por eso durante mucho tiempo por aquí le llamaron el “fifo”.
Yo puedo hablar del que vi, ya con el 7 a la espalda y el brazalete de capitán que alternaba con Pirri, o más bien llevaba cuando éste no estaba. Ya no eran yeyés, aunque ahí resistían también Zoco, Velázquez o Grosso, llegaban Santillana, Camacho, Del Bosque, del extranjero Netzer y Breitner. Los últimos años de Miguel Muñoz y los dos primeros de Miljan Miljanic, en el Madrid creo que no tuvo más entrenadores, bueno sí, entre ambos estuvo unos meses Luis Molowny, pero por entonces fue cuando la caricia de Fernández en Granada (véase aquí) le mandó a la enfermería con el cuádriceps partido en dos.
Pensaban que no, pero se recuperó de aquello y el “brujo” ya era el maestro, o más propiamente, el Gallego Sabio, que fue otro de los sobrenombres que le dieron. No tendría la misma velocidad, pero sí mantenía el regate, la finta, el toque mágico de balón… y la visión y el gol. Y ya digo, era el más respetado en el estadio. Poco recuerdo que le pitaran, aunque lógicamente alguna vez le tocaría, porque el Bernabéu, antes como hoy, no perdona a nadie. Pero ese templo siempre ha sido más condescendiente con el luchador, el entregado que deja el corazón, y ese era Pirri, que con el técnicamente exquisito. Y sin embargo, Amancio consiguió ser adorado. Y todavía le adoran, doy fe, los que aún le recuerdan.
Y fue titular hasta el último día. Uno de sus últimos partidos, si no el último, fue la vuelta de una semifinal de Copa de Europa en Múnich contra el Bayern. Ya empezaban a ser la bestia negra del Madrid, y en el minuto 90, con 2-0 y virtualmente eliminados, un Amancio desesperado mandó al carajo un balón y fue expulsado. Ahí cerró su carrera el brujo. Derrotado y cabreado, pero en un partido de máximo nivel.
Como en fútbol no se lleva lo de retirar los dorsales y además sería un verdadero problema, el siete de Amancio tuvo herederos, y nada desdeñables: Juanito, Butragueño, Raúl… y sí, aunque me lo tenga que pensar, Cristiano también. No tanta suerte encontró el Real Madrid con el 11 de Gento. Pocos después han hecho historia con ese número, el que hizo rememorar sus “galernas” por la banda izquierda llevaba el 3, Roberto Carlos, y el que hoy agita esa parcela del campo, de momento juega con el 20, Vinicius Jr.
Como entrenador, Amancio Amaro tuvo una carrera corta, pero no anecdótica ni intrascendente. Campeón de Segunda División con el Castilla, la única vez que un filial ha ganado un título nacional, además de que consiguió llenar el estadio como si se tratara del primer equipo. Porque, y es lo más importante, ahí estaba acunando a una generación que sería histórica para el fútbol español, por sus logros y por su influencia posterior: la Quinta del Buitre. Nunca se había jugado así al fútbol en este país. Después, mucho y muy bien se ha jugado.
Como premio, que terminó siendo un castigo, al Gallego Sabio le ascendieron al banquillo del primer equipo y le tocó la misión de llevar a cabo el relevo generacional. Fue un tormento. Los veteranos, algunos de ellos ex compañeros suyos, no terminaban de asumir su nuevo rol, miraban con desdén a estos chicos sobrados y autosuficientes, y a éstos, la verdad, les costaba hacerse con el puesto, sólo Butragueño era incuestionado, Míchel no encontraba el sitio pero lo mantuvo en el once contra viento y marea, Juanito se quejaba de Martín Vázquez, Santillana no se veía en el banquillo, Stielike rumiaba… Para colmo, el club había fichado esos años a algunos futbolistas brillantes pero controvertidos que, más que conciliar, desestabilizaban si cabía más. Al final, como siempre, la onerosa cuenta la pagó entrenador.
La Liga estaba siendo un desastre, lo que podía salvar la temporada era la Copa de la UEFA, otra vez las remontadas, el 6-1 al Anderlecht… Y en Milán, un partido infame y un repaso del Inter en la ida de semifinales. En el hotel, fiesta con chicas en la habitación de Juanito, el entrenador que lo descubre, escándalo… y cese fulminante. Caído Amancio, llegó Molowny y con él, la pacificación. Eso sí, asumiendo ya todo el mundo los papeles que el denostado entrenador llevaba toda la temporada intentando repartir. Nadie rechistó, se remontó al Inter, se ganó la UEFA, se ganó la última Copa de la Liga, ya todo funcionó. Y el brujo no volvió a entrenar. Salió poco después del club, volvió con Florentino Pérez y allí comenzó su carrera institucional, que ha mantenido hasta el último día, lo mismo que su inconfundible lunar.
Vuelvo atrás: junio de 1975, un Madrid que había sido campeón de Liga con 12 puntos de ventaja al segundo, era duramente castigado por la afición y la crítica tras un 4-0 que le había endosado Las Palmas en la ida de los cuartos de final de Copa. Mi padre me llevó a ese “intrascendente” partido de vuelta. Una soberana tormenta en los prolegómenos, un estremecedor minuto de silencio -por el insular Tonono y por el ministro Herrero Tejedor– entre relámpagos y truenos de fondo. Una primera parte fría, insulsa, 1-0 de Roberto Martínez y poco más. Y en la segunda, cayeron los goles, cuatro en 11 minutos para el 5-0. Fue la primera remontada, el origen de todas. Unos meses después, ya en la temporada siguiente, llegaría la histórica del Derby County. El brujo, claro, estuvo y fue protagonista en las dos. Después, los Camacho y Santillana, también presentes, transmitieron esa fe a los que vendrían, y así sucesivamente, hasta las remontadas que todavía hoy se ven. Sin ir más lejos, este martes en Anfield, con Amancio ya viéndolo desde la eternidad.
Que Amancio Amaro Varela haya sido el presidente de honor después de Di Stefano y Gento, ya es un indicador de su sitio en la historia del Real Madrid. Pero mi homenaje de hoy es, además de a su inmensa figura, a mis mayores que le veneraron y son los que me dieron la oportunidad de verle en directo. Va por ellos.
Por todo esto, no tengo ningún reparo en confesar que también me hago mayor y que vi al brujo.