Los núcleos parados

Y entonces viene el titular como un trueno: el núcleo de la Tierra se ha parado. Es más, dicen que podría estar girando en sentido contrario a la superficie. Estupor: ¡Cielos!! ¿qué significa esto? ¿se va a detener el tiempo, la vida? ¿Nos quedaremos varados en el espacio? El mundo ya iba para atrás en muchos aspectos, pero que además seamos capaces de hacer retroceder su rotación, quién sabe si después su órbita… definitivamente, esto se nos está yendo de las manos.

Las primeras líneas de las crónicas restan dramatismo, pero anuncian: podrían acortarse los días. También podría influir en el clima y el nivel del mar. Bueno, entonces no será consecuencia muy distinta a la que tienen otras cosas que nos pasan en el planeta. Después ya va bajando el suflé. En realidad, esto lo sabían los estudiosos desde hace tiempo, aunque también tienen sus distintas explicaciones del fenómeno. Lo de que el núcleo gire en sentido contrario no es tal, sino que al moverse más despacio que la corteza, si lo viéramos desde ésta, nos parecería efectivamente que va hacia atrás. Los días podrían hacerse más cortos, sí, unas milésimas de segundo. Total, que es un tema que interesa principalmente a los científicos y las batallitas dentro de su comunidad, a los demás no nos va a afectar. Y volvemos a nuestra rutina. Fue una sensacional noticia que apenas duró unas horas en primera línea, no más.

Pero a mí, que en general detesto los titulares que se usan como reclamo para que piquemos, y luego lo que hay en el cuerpo de la noticia no se corresponde ni de lejos con lo que se anunciaba, cuando se trata de ciencia, tal vez los perdono. Soy más condescendiente. Es verdad, como escuché hace poco a un sabio compañero, que a la ciencia le hace falta algo de marketing. El justo, sin pasarse, pero necesita venderse para que le prestemos más atención. Ponía el ejemplo del anuncio, en diciembre del año pasado, de la primera fusión nuclear con ganancia de energía neta. Dicho así, tal vez nos deje fríos. Pero si se nos dice que ese hallazgo podría ser el primer paso para conseguir fuentes de energía barata, limpia e inagotable, ya nos lo leemos. ¡Un notición!

Claro, no a todos los científicos les gustan esas alegrías, que hasta podrían tachar de “populistas”. Porque ciertamente, muchos son más como Juan Ramón Jiménez, con perdón, de “a la minoría siempre”. Bueno, esto también pasó con la Ópera, con el golf o con los muebles de diseño nórdico. En los doctos santuarios, buenas críticas les dedicaron en su día a Carl Sagan, a Jacques Cousteau o a nuestro Félix Rodríguez de la Fuente por “abaratar” el producto para que lo consumiera más gente. Pero nunca estará de más convencer a los puristas de que la ciencia es lo suficientemente importante y necesaria como para hacerla popular y atractiva, particularmente para los niños. Por un lado estará lo complejo e intrincado, lo que sólo las mentes privilegiadas y estudiadas pueden entender. Pero también necesitamos quien nos lo explique a los demás, y sobre todo, que nos haga conscientes de lo útil que es lo que se investiga y providencial lo que se descubre.

A la información científica le consiento hasta los nacionalismos. Quizás me habrán leído en otras ocasiones lo mal que llevo las elegías nacional patrióticas que profesa nuestro periodismo -no dudo que también el de otros países-, especialmente el deportivo, pero también a veces el político o cultural. Sin embargo, qué bien nos viene saber que dos de los astronautas seleccionados por la Agencia Espacial Europea son leoneses; que dos ingenieros cordobeses participaron en la misión de la NASA que ha vuelto a rondar la luna; o de esos investigadores españoles -estos no sé de qué provincia- que han reconstruido proteínas de hace 2.600 millones de años con las que se podrá combatir enfermedades actuales. Aquí sí, me visto con la bandera. Porque nos hace mucha falta levantar la autoestima en este deporte de la ciencia.

Y nos hace mucha falta que la ciencia importe. Ojalá se convirtiera en un asunto efectivamente propenso a los populismos, que los políticos lo esgrimieran en sus discursos y en sus debates, que fuera objeto de controversia y hasta de crispación -porque si no nos va a librar nadie de ella, al menos que vaya de eso. A ver quién va a abrir más centros de investigación, quién va a lanzar un ambicioso programa de captación de investigadores, quién va a instaurar un sistema educativo que promueva entre los niños el estudio de materias científicas y técnicas. Y que sean esas promesas las que den votos y se los retiren de no cumplirlas. Como aquel rey de un país europeo que, para recompensar a una ciudad recién liberada de un largo asedio, dio a sus ciudadanos la oportunidad de elegir entre quedar eximidos de impuestos o crear allí una universidad. Votaron lo segundo. Y allí está la más antigua de ese país que, evidentemente, no es España.

Porque, en cambio, lo que tenemos aquí son demasiados núcleos parados. Incluso en retroceso. Y no hace falta internarse hasta el centro de las cabezas, se les adivina ya desde la corteza, generalmente dura, pedregosa y nada permeable. Hay medios de comunicación que se esfuerzan por ofrecer dignas secciones de ciencia, nos constan políticos que se la toman en serio y hacen el ejercicio voluntarista de ponerla en la agenda. Pero lo más normal es que esos intentos y esos contenidos se diluyan, como asteroides perdidos que esporádicamente cruzan el sistema polar -sí, de polos…- absolutamente establecido y predecible. Con la contaminación lumínica más la nebulosa, debidamente extendidas y amplificadas, casi nadie los advierte.

Sí, necesitamos que la ciencia dé titulares… tal vez para que algunos núcleos se muevan.

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