Fascinante o terrorífico, cada uno opinará; vaticinio certero o fiasco, veremos. El futuro que nos anuncian los profetas tecnológicos nos habla de un mundo determinado por las tecnologías inmersivas, la combinación de realidad virtual y aumentada fusionadas con la realidad física. El metaverso, un mundo conectado a un espacio de post-realidad en el que -dicen- podremos viajar a Tailandia sin movernos de casa, y las agencias nos cobrarán bastante menos que si viajáramos realmente, porque eso ya será prohibitivo y al alcance de muy pocos. Por los mismos medios, podremos reservar una suite en el Ritz o sentir lo que es bañarse en un mar poblado de tiburones. También, quien se lo proponga, vivir en una república bananera o sufrir los rigores de una dictadura comunista.
Pero sin necesidad de metaversos ni de ninguna tecnología disruptiva, hoy muchos ya viven en esos escenarios virtuales. Son lo que eufemísticamente llaman “hechos alternativos”, término acuñado por una consejera de Donald Trump, pero que como inmediatamente desmontó el periodista de la NBC que la entrevistaba, ni son hechos ni tienen nada de alternativos, simple y llanamente son falsedades. Da igual, mucha gente en todo el mundo vive absolutamente conectada, convencida y entregada a esa representación del mundo, la dan por hecha y no están dispuestos a admitir otra.
Sin ir más lejos, hoy en Madrid, decenas de miles de ciudadanos se han manifestado al grito de “libertad” contra lo que entienden que es una dictadura de hecho que ilegítima y despóticamente gobierna España.
Vaya por delante que cada cual es libre de manifestarse por lo que considere. Vaya después que a este Gobierno, como a cualquier otro de este y de cualquier país, se le puede criticar y censurar, de hecho, para eso están y estamos. Del de coalición liderado por Pedro Sánchez en concreto, cada uno podrá pensar lo que piense y decirle lo que quiera sobre la economía, la vivienda, los impuestos, la reforma laboral, el salario mínimo, la ley de eutanasia, la del “sí es sí”, la reforma de los delitos de sedición y malversación, las controversias con el poder judicial, la gestión de los fondos europeos, las actuaciones en las sucesivas crisis, la política internacional, las relaciones con Marruecos, con la UE, lo de Cataluña, los apoyos parlamentarios, los giros a izquierda y derecha, etc, etc, etc… Mucho hay para estar de acuerdo o en desacuerdo, para criticar, para llamarle guapo o incompetente y, por supuesto, para manifestarse.
Pero lo que argumentan los convocantes y los participantes en esta y otras manifestaciones no va de nada de eso. Lo que proclaman -en las calles, pero también en las tribunas, en los medios… – es que estamos bajo un Gobierno ilegítimo, antidemocrático, represor, que pretende instaurar una “república laica”, un “régimen bolivariano”, un estado totalitario a imagen y semejanza de Cuba, Nicaragua o Hungría (¿en qué quedamos…???) y que para detentar el poder se apoya en independentistas, terroristas y todo lo que huela a antiespañol. Y se quedan, nos quedamos tan a gusto.
Decimos en España porque es lo que tenemos más a mano y conocemos mejor. Pero está pasando en muchos países. Qué decir de Estados Unidos y sus hechos alternativos, pero es que mucha población de Brasil está pidiendo al ejército que intervenga para quitar de en medio al “enviado del demonio” que ha ganado las elecciones. Lo que vemos en otros países de Sudamérica da verdaderamente mucho miedo. Y en la civilizada a Europa asistimos a movimientos que promueven estas representaciones de la realidad y que cada día consiguen más adeptos. Y que llaman populistas, pero no es eso. Son movimientos que extienden la mentira envestida de verdad como hicieron en su día el partido nazi alemán o los bolcheviques rusos. Es de alguna manera como aquella ensoñación a la que aludió el juez que juzgó el Procés, bajo cuyo efecto se embaucaron aquellos políticos y sus seguidores para creerse con autoridad y atribuciones para declarar en Cataluña la independencia unilateral. Pues esa misma o parecida ensoñación es la que mantiene enganchados a todos aquellos que, debidamente acaudillados, creen ser héroes que mantienen una lucha universal contra gigantes que, en este caso, ni son molinos de viento porque ni existen.
¿Y cómo llegamos esto? Es verdad que vivimos en sociedades convulsas a las que las sucesivas crisis han dejado muy heridas, muy decepcionadas, y que están dispuestas a comprarse idearios distintos a los que se usaban, por descabellados y desnortados que vengan, porque aquellos otros ya no les valen. Es verdad también que la media de los ciudadanos no son Einstein -como dijera Monedero de los madrileños tras perder las elecciones por goleada-, pero aparte de que no era él quién para decirlo, es que no tienen por qué serlo. Precisamente la política, los que la hacen y los que informan y escriben sobre ella, están para instruirlos, para explicarles las cosas. Para fijar posturas y puntos de vista honestos, que nos sirvan a los de a pie para hacer nuestras elecciones con criterio. Y no para hacernos más ignorantes.
Y lo que tenemos hoy son políticos, pero también medios de comunicación, periodistas reconocidos, escritores de éxito, filósofos respetados, hasta artistas, deportistas y todo lo que puede entrar en la categoría de influenciadores -díganlo si quieren en inglés- extendiendo este tipo de mensajes que: 1. Anteponen la sonoridad al contenido; 2. Ponen en primer plano hechos irrisorios o que ni siquiera existen; 3. Generan debates y polémicas donde no las había. Unos por evidente interés, otros por no saber llamar la atención de otra manera, otros porque quizás no lleven bien la vejez. A unos claramente les importa y les beneficia generar esa confusión, alimentar la ignorancia. A otros, simplemente les trae sin cuidado mientras ellos consigan un rédito, aunque no sea más que mantenerse en el foco. La responsabilidad, aparcada queda.
La gente no tiene por qué saber de teoría y práctica política, leerse las leyes, ni siquiera la Constitución -y si se la leyeran, a lo mejor descubrirían muchas cosas de dudosa constitucionalidad que les vienen ocurriendo y que no tienen nada que ver con esas otras sobre las que sí se discute. No tienen por qué estar al tanto de todo. Pero escuchan, leen y creen a sus referentes. Y si ese líder político al que profesan devoción les dice que “están rompiendo España” (o Alemania, o Grecia…), le creen. No digamos si lo asegura su novelista preferido, la presentadora de su programa favorito, su columnista o estrella radiofónica de cabecera. Y estos salen todos, todos los días blandiendo sus “verdades alternativas”. Miren que en la citada manifestación de Madrid no han estado varios líderes de los que casi a diario salen proclamando mensajes exactamente como los que allí se han lanzado. No han sido participantes, pero sí, claramente, convocantes. Por imagen, no les interesaba estar ahí, salir en esa foto. Pero sí que la foto mostrara a mucha gente y que los audios reprodujeran bien alto todo lo que se ha dicho.
En fin, lo que teníamos desde hace tiempo es que el debate político -y muchos otros debates en otros ámbitos- dejó de ser sano y constructivo. Ya es imposible defender y contrastar tal o cual idea o postura honestamente y con argumentos razonados. Es más, te tachan de tibio. Ahora, además, estamos consiguiendo que la ensoñación, la realidad inventada, la mentira, se hagan fuertes, ganen inexorablemente terreno. Y que la inteligencia huya. Y no es culpa de la gente. Es de quien fomenta y promueve que seamos ignorantes, súbditos y gregarios.
No nos hace falta el metaverso que nos prometen. En política, en España y en el mundo, lo tenemos ya aquí.