Y dicen que la mentira tiene las patas cortas… En Estados Unidos votaron y volverían a votar a Trump mucha gente que se cree a sangre y fuego sus mentiras, empezando por las teorías conspirativas y paranoicas de Banon. En Brasil apoya a Bolsonaro mucho pueblo humilde que está convencido de que Lula, que los puso en el mapa, es Satanás. En Rusia, mucha gente aún se cree -la que ve prensa y televisión rusa, básicamente- que el país se está defendiendo de un ataque de Occidente, con Ucrania como punta de lanza. En Reino Unido, una mayoría prefirió Brexit -y parece que seguiría prefiriéndolo- porque interiorizó que vivirían mejor con Europa aislada. En Irán o China es otra cosa. Más que mentira, allí no hay más verdad que una, y pobre del que no se la crea. Y muchos no se la creen… y pobres.
Pero no hace falta irse tan lejos para ver triunfar la falsedad. En España, miles de ciudadanos -o puede que sean millones- se creen a pies juntillas que ahora el Gobierno puede por decreto cortarnos la luz tres horas al día con apenas 15 minutos de preaviso. Y estos días, que la UE nos ha congelado los fondos europeos por no cumplir los compromisos. O que nuestros gobienos se suben el sueldo más de la cuenta -se ha dicho de este y de los anteriores. Por no citar otras ‘verdades’ asumidas e incuestionables para gran parte de la población. Y ya pueden desmentir, aclarar, explicar, informar con rigor o apelar a fuentes creíbles y fidedignas. Da igual. No les nieguen el placer de lo que se quieren creer.
Ya hemos repetido muchas veces eso de que bulos siempre hubo, lo que pasa es que hoy gozan de amplificadores más potentes que nunca. Eso ya nos lo sabemos de memoria. También sobre la vieja y siempre efectiva estrategia de que una mentira ampliamente difundida y repetida termina por ser aceptada como verdad. Pero ahora hay algo más. Hay mentira como siempre, pero además hay mucha gente dispuesta a comprársela, a vestirse y salir a la calle con ella.
En Estados Unidos y Brasil, los grandes iluminados de nuestro tiempo cuentan con potentísimas maquinarias, muy bien engrasadas, para construir, difundir e inculcar con implacable efectividad la mentira. A su lado, Goebbels era un principiante y su aparato de propaganda, un chiringuito. Pero en Europa también funcionan, si se quiere más diluidas, más aisladas o más chapuceras. Aparte de que posiblemente el nivel cultural medio de las poblaciones europeas es sensiblemente más alto y por lo tanto hay menos gente potencialmente manipulable. Y aún así, están consiguiendo significativos avances. En algunos casos, imparables.
Cuando decimos mentira, va mucho más allá de la demagogia -el arte de decir lo que la audiencia quiere oír- y de su primo menor, el populismo -el de apelar a lo que la audiencia pide o necesita. Ambos, ya lo hemos dicho alguna vez aquí y no enlazo por no repetir, no son de izquierdas ni de derechas, sino transversales, no hay partido político en España que no haya tenido alguna vez -o muchas- su momento, su figura o su estrategia demagoga o populista. Pero incluso esas líneas ya las estamos cruzando. Ahora no se trata ya de hacer discursos y promesas facilonas para ganarse al personal, sino de hacerle convicto y creyente en mundos que no existen. Porque interesa irrenunciablemente que existan en el imaginario popular.
En este panorama nada alentador, no ayuda nada que vengan personalidades como Felipe González -que efectivamente es un jarrón chino, como él dice, lo que pasa es que a menudo aparece en medio del salón- a decir que “en democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad”. Porque en su mejor tiempo pudo ser, si se refiere a la percepción que la gente tiene de las cosas y la necesidad de comunicar y explicar bien lo que se hace y lo que no. Pero hoy hay que tener mucho cuidado, porque si la verdad es lo que creen que es verdad la mitad técnica de los estadounidenses y los brasileños y no sé -honestamente- qué porcentaje de españoles, italianos, franceses, ingleses… ¿a lo mejor corremos el riesgo de no tener democracia?
¿Y por qué hemos llegado a este estado? Ya no sé bien quién tendría que estudiarlo, aparte de sociólogos, politólogos, psicólogos, psicoanalistas… Sí, hemos aludido también muchas veces a la transformación social, los efectos todavía palpables de la recesión más lo que vino y está viniendo después, la degradación -y dicen que inminente desaparición- de las clases medias, que descarriadas, se agarran a clavos y vigas ardiendo. Sí, ¿pero eso lo explica todo?
Se ha puesto de manifiesto también la irresponsabilidad de muchos políticos, empresas, agentes económicos, medios… pero es verdad que cuando los ha habido y hay que actúan con responsabilidad, se les tiende a ignorar o a denostar. Pierden adeptos, clientes, votantes… Como a quien intenta mediar con algo de criterio en una discusión de bar -de fútbol o política, poco más…- y se le pide destempladamente que se calle, cuando no que se vaya a la mierda. No, no son buenos tiempos para la inteligencia ni para el sentido común.
También podría postularse que asistimos a algo parecido un nuevo Romanticismo. Aquel, el que estudiamos en los libros, nació entre otras razones del ansia de evasión después de un siglo de racionalismo ilustrado que finalmente había desembocado en la Revolución Francesa y la vorágine irracional que siguió después. Podríamos estar ante un contexto similar, lo que pasa es que aquella evasión buscaba lo fantástico, lo aventurero, lo extraordinario, y esta tira más a lo extraordinariamente conspirativo y pendenciero. Aquel movimiento dejó propuestas como la exaltación del individuo, el amor y la libertad. Y no vemos nada de eso en las soflamas que se sueltan por ahí… ¿o en realidad sí, pero a su particular manera de entenderlos? En cualquier caso, si es en efecto un movimiento de reacción con raíces similares o paralelas, tampoco creo que merezca llamarse romanticismo.
Podrán esgrimirse otras teorías. Lo cierto es que la mentira va ganando. En gran parte del mundo y gana terreno en España. Ya pueden esforzarse Maldita, Newtral y otras plataformas de desactivación de noticias falsas. Una mentira bien armada y contada concita infinitamente más adeptos que todos los desmentidos y aclaraciones que se hagan por emitir. Ya pueden los medios de comunicación apelar al rigor y el contraste de las fuentes. Cada vez se les hace menos caso y se buscan otros caladeros donde encontrar contenidos -que no información- más jugosos. Hasta el punto de que, viéndose en desventaja, algunos medios van y caen en la tentación… de no contrastar por si acaso. Y así vamos, me temo, a sociedades que vivan, rían, lloren y voten en mundos paralelos que no son precisamente el metaverso. ¿O a lo mejor era lo uno parte de lo otro…?
Sí, la mentira tiene las patas cortas, pero hoy va dopada y llega a todos los sitios… y antes.