No son los mejores tiempos ni para los que hacemos información ni para los que la consumimos. La frase que voy a reproducir a continuación la he escuchado esta semana y no voy a citar a su autor, aparte de que proviene de una conversación particular. Ahí la suelto: “El 90% de los problemas que tenemos se arreglarían si durante tres meses la gente dejara de escuchar y leer noticias, opiniones y análisis en los medios de comunicación”. No voy a decir que esté de acuerdo con este postulado, porque no puedo estarlo. Pero a lo mejor sí debiéramos mirarnos algo.
Ya sabemos lo compleja, volátil y abrupta que es la actualidad en estos tiempos. A ello se añade que hoy tiene la oportunidad de manifestarse y hacerse oír prácticamente todo el mundo, seamos expertos o no en cada materia. Como resultado, hoy disponemos de más información que nunca, pero también tenemos más ruido que nunca. Y a veces no es fácil diferenciar una cosa de la otra. Y no hablamos de noticias falsas, que eso sería otro capítulo, sino de cosas que realmente están pasando y no llegamos a entender o no terminamos de contar bien. Lo vimos sin ir más lejos con la pandemia, que en los hospitales y para innumerables familias fue un drama, pero en los medios de comunicación, más allá de la encomiable información de servicio, en ocasiones termino derivando en un pandemonio. Y lo tenemos ahora también con la guerra, con la crisis energética, con los datos económicos…
No podemos renunciar a informarnos porque nos volveríamos ignorantes, o más si cabe de lo que somos (cada uno que se lo mire también). Pero los que informamos también deberíamos hacer quizás un examen de responsabilidad. No, no estamos tachando a nuestros informadores y a nuestros medios de comunicación de irresponsables, ni mucho menos. Se les supone -quiero pensar que a una abrumadora mayoría- el compromiso con la profesión y con el servicio a la sociedad que prestan. Lo que pasa es que, a veces, es posible que no nos demos cuenta. Las cosas suceden muy rápido, los acontecimientos se solapan, los sobresaltos se superponen. Por otro lado, la competencia es cada vez más feroz y la presión insoportable, principalmente la ejercida por las propias empresas propietarias de los medios. Hay que informar, formar y entretener, eso lo sabemos todos. Sí, pero también hay que impactar. Y eso a veces conlleva exaltar, sobresaltar, alarmar… Y lo que sea, hay que hacerlo rápido, antes que nadie… antes incluso de que se sepa lo que está sucediendo realmente…
El interlocutor cuya cita he reproducido al principio, hay que decirlo, no es precisamente un indocumentado, tampoco alguien poco informado. Y no lo ha dicho en un bar. Se refiere básicamente a la confusión reinante, fruto de esa realidad convulsa de la que intentamos informar y además tratamos de interpretar y, en la medida de lo posible, ayudar a entender. El caso es que, si nos atenemos a los medios de comunicación que seguimos habitualmente, puede parecernos, por ejemplo, que la guerra la está remontando Ucrania o que es Rusia la que la está sometiendo a fuego a lento. Podemos también deducir que España está capeando la crisis energética mejor dentro de lo que cabe que otros países, pero también que somos el país que decididamente lo está pasando y lo pasará peor. Que las previsiones económicas son esperanzadoras a pesar de todo o que vamos de cabeza a otra recesión. Que el paro ha subido o que ha bajado, eso el mismo mes y con el mismo dato. Que nuestro presidente del Gobierno goza de excelente reputación internacional o que hace el ridículo allá adonde va (en esto, unos siempre van a estar convencidos de una cosa y otros de la otra). O que el huracán que se anuncia para la semana que viene nos va a pasar de refilón o nos va a acertar de lleno. Sólo hay un ámbito informativo que no admite percepciones digamos duales: los resultados deportivos, porque son tangibles, claros y no se pueden cambiar ni leer de diferentes formas.
Claro, podremos argumentar que esto sucede porque, según qué medio, informa de los hechos resaltando la arista de esa realidad compleja que más le interesa, y lo hace por el interés de su audiencia o por otros intereses y compromisos de la empresa. Eso sucede fundamentalmente en la información política y es cierto. Pero es que hablamos también de informaciones contradictorias -o que se contradicen, para ser más exactos- publicadas o emitidas por el mismo medio con muy pocos días o incluso horas de diferencia.
Sí, hay una razón meridiana que los medios pueden defender: la fuente de esas informaciones. Si provienen del ejército ucraniano, si se trata de un informe de la OCDE, si son datos del INE o del Banco de España. O si la valoración la hace un político de tal o cual partido, un analista de determinada corriente o un experto, cierto o supuesto, guiado por sus propias simpatías o clientelas. Pero no olvidemos un detalle: la mayoría de la gente no tiene en cuenta esa procedencia. Su fuente es el periódico que lee o la radio que escucha. La credibilidad se la otorga al medio que elige para que le cuente las cosas, y si percibe que ese relato no es coherente, no sabe a qué atenerse.
Los acontecimientos se precipitan, las noticias no dan abasto y se desbocan los análisis y las opiniones. Y sucede que el medio que alberga todo esto vive en la urgencia, pendiente de lo que tiene que dar hoy. No recuerda lo que dio ayer. Mucho menos lo que salió en sus páginas o por sus ondas la semana o el mes pasado. No es un ejercicio fácil, nos consta, pero de alguna manera podrían los medios, podríamos todos, hacer por ofrecer algo de contexto. Podrían ser mucho más estrictamente selectivos con esas fuentes que vomitan datos, estudios, informes, previsiones y augurios. Podrían levantar un poco el pie del acelerador a la hora de dar salida rauda a esa noticia impactante o esa declaración impertinente que va a ser un bombazo, aunque ya sabemos que difícilmente se lo van a permitir. Podrían quizás, es sólo una idea, crear la figura de un -llamémosle- editor de contexto, que tuviera en la cabeza -y en su ordenador- las ediciones y emisiones precedentes para ofrecer algún tipo de contraste o relación entre la información que se da hoy y la que se dio anteayer.
Podríamos, no sé, hacer más pedagogía entre el público, especialmente la gente joven, para que entienda mejor el funcionamiento y la manera de hacer de los medios de comunicación, pero esto sería a largo plazo. Podríamos no prestarnos a la agitación y a la confrontación que promueven, porque les conviene, ciertos líderes, grupos o entidades de muy distinta catadura. Podríamos, sí, ser más independientes y estar menos sujetos a intereses políticos y económicos, pero eso es una quimera a día de hoy.
Sea como sea, lo que tengo muy claro es que no voy a hacer caso a ese señor que nos prescribe tres meses de abstinencia de noticias, y además recomiendo que nadie le haga caso. Porque no podría soportarlo, pero además, porque no me parecería justo ni sano. Tiene que haber otras soluciones a lo que tenemos.