Tratos con Utrecht (I)

No me lo termino de creer, hermano. Mientras muevo la maleta, cuesta abajo de madrugada, busco una salida a la calle en la Terminal 2 para tomar algo de aire y finalmente me decido a cruzar el control, mi primero en tres años. ¿Me acordaré de cómo se hacía aquello? Pues sí, y me asombra también recorrer de memoria el camino hacia la puerta E74 que bien conozco y ahí sigue. La puerta que conduce, claro, a Amsterdam. Dicen que los cuerpos no olvidan, y el mío, por ahora, tampoco.

No me lo puedo creer, Anna. Cuando bajo del avión y me resulta tan familiar desde la misma pasarela, la moqueta, los carteles, siempre grandes y bien claritos, aunque estén en neerlandés. Total, de tanto pasar bajo ellos y leerlos, sé perfectamente lo que quieren decir y tampoco se me ha olvidado. Han pasado tantas cosas, tanta penuria y frustración, tampoco el mundo está mejor hoy, y sin embargo, llego aquí y me vuelve a parecer todo tan usual. Tan extraordinariamente normal.

A mucho menos de 25 grados, en la cabina del vuelo KLM 1700 pasaremos el mayor frío de este viaje.

Tampoco me van a creer, ni siquiera tú, David. Por segunda vez aterrizo, pero no vengo aquí. Schiphol vuelve a ser una luminosa, celebrada estación, pero otra vez de paso. Con Amsterdam me reconciliaré, retomaremos lo que hubo entre nosotros, pero cuando no sea verano. Un somero vistazo al pasaje del avión me reafirma en lo que llevo años sabiendo, esas pandillas sobrexcitadas (y no faltarán también ‘manadas’) que van directamente a tomarla por asalto. Y estos que van desde España se juntarán con los que llegan de cualquier parte del mundo, todos a lo mismo. No querré verlos, ni a estos ni a los otros, a la vuelta del fin de semana, cabezas gachas y los ojos hundidos bajo las aparatosas gafas de sol. Y no tomaron nada, quiero decir, sí, de todo menos exactamente lo que se pensaban que iban a tomar. Pero entre todos estos y quienes los acogen, están machacando esa ciudad, pobrecita mía.

Todo esto empezará a ser verdad, Meike, cuando ni una hora después afronte mis primeros pasos y como sin quererlo me encuentre con el Oudegracht (Canal Viejo). Tan esperado, y sin embargo no me lo esperaba tan pronto. Después de todo lo que me costó, ¿cómo ha sido tan fácil llegar hasta aquí? Y ya no tengo más que pensar ni decidir. A partir de aquí, el canal va a ser mi guía, no tengo más que dejarme llevar, fluir más que caminar, ondear y serpentear con él. De hecho, yo creo que esta historia la está escribiendo él y no yo.

A las cuatro de la tarde, la cocina estaba cerrada y sólo pude comer unas muy neerlandesas bitterballen, tampoco es mala excusa.

Pero no todo serán buenas noticias, Luuk, y me dolerá en el alma doblar un recodo y descubrir la titánica estructura metálica que encierra toda, entera, la emblemática torre de la catedral. Sabía que llevaba años en restauración, suponía y hasta aceptaba algún insidioso andamio, oculta alguna parte de su gloriosa fachada… pero no secuestrada, sí, confinada, por una descomunal escayola negra que la cubre desde la base hasta la cruz, todos sus 95 metros. Me quedará recordarla como la vi hace -déjenme hacer cuentas- 32 años ya. Y suenan sus campanas, funciona el reloj, se iluminará de noche, hasta se pueden subir sus 465 escalones… pero vista así, nos faltará motivación.

Cancelada la postal oficial, estaremos aún más obligados y luego complacidos de descubrir que esta ciudad es mucho más que las fotos que uno encuentra por ahí. Porque hasta ese canal es más que una estampa. Es la vida, energía serena que va y viene, se sienta un rato en las terrazas o a mojar los pies en el agua, cruza sus puentes, navega por sus túneles o se queda a mirar las ocas que surcan en retirada al anochecer. La vida que se posa y se deja mecer en las ramas imposibles de árboles centenarios o juega a esconderse y salir de entre las flores que jalonan las barandillas, dando color a todo lo que habita y pasa por allí. Como tú y yo, Antje, podríamos vivirnos y respirarnos en silencio por este infinito paseo si te hubiera invitado y además hubieras aceptado venir.

Y no se confundan, esto no es Holanda, aunque para entendernos digamos que sí, y ellos la verdad es que también.

Y claro que sí, Astrid, hay vida más allá del canal, pero bien diferente. Al Oeste, que para mí es hacia abajo, se expande la urbe moderna, de edificios concebidos para no dejar indiferente, algo nos recordará a Rotterdam en su afán por lo vanguardista, pero también por su vitalidad, todo ese movimiento de gente, nunca urgente pero continuo, del Tivoli y los mercadillos de Vredenburgplein al mega centro comercial que parece otro aeropuerto y desemboca en la formidable estación central, la mayor del país, simplemente porque está en el centro de los Países Bajos.

Pero al Este, que para mí es hacia arriba, es lo que a ti más te gustaría, Rob. Ahí estás en la ciudad antigua, la que justo cumple 900 años. Es para circularla muy despacio, casi con cuidado y con esmero, atento a no perderte una noble casa, una esquina, un palacio… Especialmente el barrio de la Catedral y el de los Museos y preferiblemente al atardecer, con esa luz que parece mantener un pacto con los edificios y las fachadas para sacar y reflejar lo mejor de ellos. Por cierto, te gustará saber que la Universidad de aquí es una de las más antiguas y mejores del país y del mundo. En el edificio del rectorado, junto a la catedral, fue donde se firmó en 1713 el histórico tratado que hoy sigue vigente, aunque no te lo puedas creer.

Qué raro que en el Mr Finch casi sólo se vean mujeres. ¿Será por el camarero, por sus tentadores cócteles… o seré yo el que se está confundiendo?

Todo esto cabe dentro de un anillo, Singel es como se suele llamar el canal circular que rodea el centro último de estas ciudades. Lo navegan los barcos para turistas, pero también se puede recorrer en bicicleta, corriendo y por supuesto andando, unas dos horas de estimulante camino bajo un sol picante, muy de aquí, que parece no molestar, pero que quema con efecto retardado. Ya sé que esto no son 40 grados -porque sucumbiríamos con esta humedad-, pero querida Roos, si veníamos a pasar unos días lo que se dice frescos, este no era el verano.

Y al sol o a la sombra, de día y de noche, las terrazas se extienden sin fin: a lo largo del canal, a izquierda y derecha, por arriba o al nivel del agua, cuidadito con esas escaleras al bajar; pero también por Neudeplein y Stadhuisplein (Plaza del Ayuntamiento), casi nadie dentro de los bares, todo el mundo fuera, al sereno o al calor, lo que para nosotros es cotidiano, para esta gente es un lujo. Que sí, Jack, puedes tomarte una cerveza local o una cerveza belga, una cerveza de trigo o una cerveza de fermentación triple, una cerveza artesana o una cerveza de frutos rojos, total, probablemente sea más barata que el agua o que un café.

Y aún no sabía que el Café Vredenburg se convertiría en mi cuartel general.

Y tú me lo preguntaste, Marja, ¿quién me mandaba, por qué me dio por venir aquí? En realidad, me lo mandé yo mismo, podría decir que fue una promesa, pero no. O que un sueño, pero tampoco. Es verdad que me la dejé la última vez que estuve por aquí. Y después, durante tiempo, ya no pudimos viajar. Fue entonces, en aquellos días tristes y desesperados, cuando tome la decisión. Sería mi primer destino, mi primer viaje. Y pienso que he tardado demasiado, pero aquí estoy. ¿Fue un trato conmigo mismo? Sí, pero también un trato con Utrecht.

Y ya he cumplido con la primera parte.

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